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El arrepentimiento de un fiscal: "sentencié de por vida a una persona por vender drogas"

Los fiscales tienden a ver el mundo en blanco y negro, no hay matices.

John Lovell comenzó su carrera legal a principios de los 90 bajo el furor de la guerra contra la drogas. Primero fue asistente de distrito en Nueva York, donde procesó crímenes de drogas y estupefacientes. Después en los 2000, fue contratado como asistente especial en la Fiscalía de Atlanta. Durante esos años enjuició a un hombre llamado Lewis Clay, quien fue encontrado culpable por tráfico de drogas en 2003 al vender 57 gramos de crack.

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Clay, quien tenía 36 años en el momento, fue sentenciado a la pena obligatoria mínima de vida en prisión.


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A lo largo de los años, la posición de Lovell* con respecto a las sentencias por abuso y tráfico de drogas evolucionaron drásticamente. Luego de haber dejado su trabajo en los servicios judiciales, en 2006 se convirtió en abogado defensor. Durante la misma época le escribió una carta a Clay pues, luego de haber meditado por bastante tiempo, sintió que tenía la responsabilidad de ayudarlo a salir de la cárcel.

El 30 de marzo de este año Clay fue uno de los 61 prisioneros que recibieron una conmutación en sus penas por el Presidente Barack Obama. A continuación, Lovell nos cuenta sobre sus días como fiscal, sobre cómo fue enviar a Clay a la cárcel de por vida y sobre su eventual deseo de sacarlo.

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Cuando acepté el trabajo en Atlanta, la idea central era enfocarnos en los lugares donde había altas tasas de tráfico de drogas. Específicamente en un barrio muy complicado de Atlanta donde muchos traficantes vendían crack. En el momento —alrededor de 2001 y 2002— el crack seguía siendo el foco antes de que las metanfetaminas comenzaran a propagarse en el sureste de Estados Unidos.

El conocimiento convencional era que si lográbamos sacar a estos tipos de las calles y les dábamos una sentencia buena y fuerte, lograríamos un cambio en este problema y ganaríamos la guerra contra las drogas. Los fiscales tienden a ver el mundo en blanco y negro, no hay matices.

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Lewis Clay fue uno de los hombres que enjuicié. Lo capturamos vendiendo una pequeña cantidad de crack. Eran sólo 57 gramos. Eso es como 2 onzas, que es apenas lo que pesa una bolsa de M&Ms o una barrita de chocolate. Una vez, mucho después de eso, cuando estaba defendiendo a un tipo acusado por posesión de drogas en una corte federal, usé el ejemplo de los M&Ms para demostrarle al juez lo pequeña que era la cantidad de la que hablábamos. Eso realmente hizo la diferencia. El juez se rió y sonrió, aceptando la sentencia que le sugerí.

Pero en el caso de Clay, 57 gramos de cocaína en crack requería obligatoriamente una sentencia de 10 años. Bajo este contexto, con la anterior condena, la sentencia se hubiera duplicado a 20 años. Dos condenas anteriores por posesión de drogas que tenía Clay resultaron en una sentencia de cadena perpetua sin libertad condicional.


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Poco tiempo después del arresto de Clay, me acerqué a su abogado y le dije que si Clay se quería acercar para cooperar. Queríamos reducir la condena de Clay significativamente. Pero el abogado dijo que no. Como fiscalía pensamos Ok, le dimos una oportunidad de cooperar y él la rechazó. La fiscalía como tal tiene una meta: mover la cadena alimenticia hasta a un pez más grande. Uno dice "Oye, dame tu fuente y te ayudaremos con tu sentencia." Intenté ser generoso hasta donde pude con la gente que me ayudó.

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Ante esto, Lewis Clay fue a juicio y terminó siendo condenado en 2003. Con base a dos previas acusaciones que tenía, fue sentenciado a cárcel de por vida. Él es la única persona que he procesado que ha recibido cadena perpetua por vender drogas. Hubiera podido entrar en un acuerdo de culpabilidad y recibir sólo 17 años, pero no quiso hacerlo. Clay cometió un error pero el hecho de que rechazara la oferta no le debió negar la reducción de su pena a 17 años de vida. Su sentencia debió haber sido un número, no una palabra.

En el momento pensaba que yo era parte de la solución: que si arrestábamos a estos tipos y los sacábamos de las calles, el problema se iba a evaporar. Pensé, esta es la ley y estoy aquí para hacerla cumplir. En ese momento el Fiscal General Josh Ashcroft hizo el famoso Ashcroft Memo, el cual dictaba que el crimen más alto debía ser el que dictaminaba la condena. Esas eran las órdenes a seguir.

Todavía no estoy seguro de que ese acercamiento estuviera mal. Pero sí me convencí de que una cadena perpetua por cargos de tráfico drogas en este caso era muy extremo.


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Lewis es dos meses menor que yo y cada año en mi cumpleaños pensaba que él estaría cumpliendo también la misma edad. Cada año, a medida de que me proyectaba en el futuro, pensaba, este solamente parece ser un tiempo muy largo para este hombre por algo que hizo en sus 30s. Lewis y yo cumplimos este año 50.

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Así que empecé a pensar que cualquier cosa que hiciera para deshacer este exceso sería algo bueno. Al final de mi carrera y al final de mi vida, me gustaría pensar que no fui responsable de que Lewis Clay pasara el resto de su vida en prisión. Y francamente estoy agotado de atender casos de droga y de sentenciar personas. Mi último día como fiscal fue mi cumpleaños número 40. Ese día me pregunté ¿voy a seguir haciendo esto? Quería tener mi propio negocio, no quería trabajar más para el Estado.

En julio de 2006, fui a una práctica privada como abogado defensor. Me acerqué entonces a Lewis, enviándole una carta a la cárcel haciéndole saber que había cambiado de opinión y que quería ayudarlo en su caso, porque no consideraba correcto que pasara el resto de su vida tras las rejas. Agregué que si había algo que pudiera hacer para reducir su sentencia, lo haría con la mejor disposición.

Me respondió rápido aceptando mi oferta. Parecía que su enemistad hacia mí había desparecido. En ese momento estaba ocupado entonces tuve que contratar a una abogada, Victoria Brunner, para que se hiciera cargo de su caso.

Cuando el Proyecto Clemencia** fue anunciado en 2014, me di cuenta inmediatamente de que era la mejor oportunidad para obtener una reducción en el caso de Clay. La directora del grupo es una amiga mía; hablé con ella sobre mi relación con Lewis y del hecho de que yo había sido el acusador en el caso. Ella me recomendó que alguien más, sin conexión con el caso, hiciera la petición. Entonces le dije a Brunner que si estaría dispuesta a hacerlo con un incentivo de recibir honorarios. Ella aceptó, escribió la petición y ésta fue aceptada.

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Un mes después de que anunciaron la noticia, fui informado de que el juez que llevó el caso dio una recomendación favorable para la clemencia de Lewis. En ese momento pensé que ya teníamos todo listo, pero dada la naturaleza del negocio, fui cautelosamente optimista. No le quise decir a Lewis hasta que estuve seguro porque el gobierno siempre tiene sus formas de dañar las buenas noticias.

Es emocionante y gratificante saber que Lewis va a salir de la cárcel y que tiene una segunda oportunidad en la vida. Ahora estoy pensando en las maneras en las que le puedo ayudar en su transición. Él estará en libertad condicional por 10 años. Tiene que estar libre de crímenes y parte de eso es encontrarle un trabajo, por lo que voy a hacer todo lo posible para ayudarle a conseguir uno. Estamos hablando de una década y media en prisión. Es una gran transición: pasar del confinamiento a la libertad en un solo día.

*John Lovell y Alysia Santo, la escritora que condujo esta entrevista, son primos.

**El Proyecto Clemencia es un grupo de abogados y defensores que abogan y redactan peticiones para ayudar a los prisioneros efectuar peticiones por clemencia en Estados Unidos.

Este texto forma parte del proyecto Life Inside, una colaboración entre The Marshall Project y VICE que ofrece una perspectiva en primera persona de aquellos que han vivido y trabajo en el sistema judicial criminal.