FYI.

This story is over 5 years old.

Identidad

Cómo es ser una mujer guerrillera en Colombia

Durante medio siglo las mujeres han luchado en la selva colombiana como miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el movimiento insurgente más longevo del mundo. Pero aunque entran en combate junto a los hombres, siguen siendo...
Image via Flickr user Silvia Andrea Moreno

Cuando los padres de Camila se separaron, ella tenía el pensamiento típico de cualquier chica de 15 años que atraviesa una experiencia difícil: se imaginaba fugándose y escapando de sus problemas. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de chicas, Camila vivía en una parte de Colombia controlada por el movimiento guerrillero insurgente más grande del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, conocidas como FARC. Así pues, cuando se imaginaba huyendo de casa de sus padres, el hecho de unirse a este grupo armado le pareció una opción plausible, pero no puso en práctica su idea hasta mucho más tarde, a los 23 años de edad.

Publicidad

"La mayoría de nosotras nos unimos al grupo debido a todas las dificultades que afrontamos en la vida", afirmó Camila, cuyo nombre se ha cambiado para proteger su identidad.

Las mujeres siempre han sido una parte importante de la guerra de guerrillas, a pesar de que la sociedad da por hecho que los conflictos armados están reservados exclusivamente a los hombres. Las FARC se formaron en 1964, cuando un grupo de jóvenes marxistas tomó las armas para luchar por los derechos territoriales y las reformas antiimperialistas. El momento en que tuvieron más miembros fue en 1999, cuando alcanzaron los 18.000, y desde entonces la cifra ha ido menguando hasta llegar aproximadamente a los 8.000, aunque el grupo sigue manteniendo fuertes bastiones en la selva colombiana. Durante medio siglo las mujeres han luchado en la selva colombiana como miembros de las FARC, el movimiento insurgente más longevo del mundo. El gobierno colombiano calcula que entre un 30 % y un 40 % de los combatientes rebeldes son mujeres y chicas jóvenes

En cierto modo, el combate armado desmonta los roles de género: las mujeres luchan codo con codo junto a los hombres e incluso pueden ostentar el cargo de comandantes. Pueden llevar rifles de asalto, marchar en formación y arriesgar sus vidas, pero en otros aspectos las mujeres se enfrentan a retos muy específicos como miembros de un movimiento insurgente armado como las FARC. Vivir junto a los hombres en dependencias reducidas hace que estas mujeres sean vulnerables a las agresiones sexuales y, aunque la política interna de las FARC prohíbe las violaciones, diversos informes muestran que varias guerrilleras del grupo fueron obligadas a convertirse en esclavas sexuales. Además, Amnistía Internacional ha criticado tanto a las FARC como a los paramilitares por utilizar la violación como arma de guerra. Quedarse embarazada y formar una familia también está prohibido: el fiscal general de Colombia está investigando al menos 150 casos de antiguas guerrilleras que fueron obligadas a interrumpir sus embarazos y un periódico colombiano calcula que en los campamentos de las FARC se practican 1.000 abortos forzados al año.

Publicidad

Desde noviembre de 2012, las FARC y el gobierno colombiano han estado negociando las condiciones para que el grupo guerrillero deponga sus armas, incluyendo reformas territoriales, una política de amnistía y la integración de las FARC en el sistema político. Este proceso de paz de tres años de duración continúa aun después de su plazo final original, fijado el 23 de marzo, con muchas mujeres implicadas en el proceso. Algunos expertos afirman que la participación femenina en la sociedad civil indicará el grado de éxito que alcance la paz en Colombia. Casi una década después de su desmovilización, Camila reflexiona sobre la vida tras el combate y comparte lo que significa luchar y soñar por un futuro mejor como mujer de las FARC.

Tomar las armas como madre y esposa

Una fría mañana de noviembre de 2003, Camila se despertó sintiendo un enorme peso sobre su pecho. Se había criado en una zona conflictiva de Colombia, pero no se vio afectada directamente hasta que las fuerzas paramilitares obtuvieron mayor influencia en su localidad. El padre de Camila y su hermano de 14 años fueron torturados por fuerzas paramilitares que les acusaron erróneamente de colaborar con la guerrilla, de modo que su hermano se unió a las FARC como venganza y para garantizar su protección. Más tarde, Camila y su madre fueron detenidas ilegalmente y acusadas por los paramilitares de colaborar con la guerrilla. Este hecho hizo aflorar la ira en el interior de Camila. Con dos niños pequeños que cuidar y un marido que vivía en la selva como guerrillero de las FARC, sintió la necesidad de tomar las riendas de su vida.

"Mi sueño siempre fue tener mi propia casa y no estar siempre bajo la sombra de mi madre", afirmó. Para Camila, la mejor forma de conseguirlo era unirse a la guerrilla, lo que le proporcionó una sensación de poder. Camila había crecido admirando a las FARC cuando veía a sus miembros con el uniforme de camuflaje; según ella mantenían una sensación de orden en su pueblo que el gobierno jamás había logrado proporcionar.

Publicidad

Aquella mañana de noviembre fue a hablar con un comandante que le prometió ayudarla con sus estudios si prestaba servicio durante unos años. El comandante le concedió un período para decidir si realmente quería unirse al movimiento, pero aquello no fue necesario, Camila ya estaba decidida. Comprendía que unirse a la guerrilla suponía dejar a sus hijos, pero estaba convencida de que a la larga podría darles una vida mejor.

"La parte más difícil para mí fue dejar a mis hijos, porque nunca había pasado tanto tiempo lejos de ellos", explicó. "Creo que es algo que un niño jamás comprende, por qué su madre le abandonaría".

Durante dos años Camila vivió en la selva y solo pudo contactar con sus hijos mediante cartas. En sus momentos de soledad, aquellas cartas le servían de consuelo. Su hija escribía a menudo que estaba orgullosa de la decisión que había tomado su madre, aunque Camila duda de que la niña lo comprendiera totalmente.

La vida como mujer de las FARC

"Todas las mujeres que se han unido a las FARC lo han hecho para rebelarse contra algo", afirmó Camila. "Se rebelaban contra sus madres y padres, se rebelaban contra la condena de vivir en la Colombia rural y tener hijos, se rebelaban contra alguna parte del sistema que no les gustaba…".

En el caso de Camila, su rebelión fue contra el hecho de que el estado no fuera capaz de protegerla. Formar parte de un grupo armado le daba una sensación de poder después de haber soportado la discriminación y la pobreza. El papel de Camila en el desarrollo de la revolución comenzó como parte del equipo de propaganda, debido a su aptitud natural para la fotografía y el diseño, y más tarde pasó a participar en las operaciones militares. Pero la vida en un campamento de las FARC no se limita a la instrucción militar; las mujeres que se unen a un grupo armado no pierden su humanidad y la vida de la guerrilla tampoco las aísla de la cruel realidad que supone ser una mujer. Una de cada tres mujeres experimenta violencia física o sexual a lo largo de su vida y los conflictos armados incrementan el nivel de violencia contra las mujeres. Millones de mujeres que habitan en países en vías de desarrollo carecen de acceso al control de la natalidad.

Publicidad

Las combatientes femeninas de las FARC deben adentrarse en un campo de minas en lo que respecta a los problemas relacionados con el sexo, la sexualidad y la salud reproductiva, como por ejemplo un acceso limitado al control de la natalidad, el posible acoso por parte de sus compañeros masculinos y la sempiterna presencia de la doble moral. Y todo esto se complica todavía más cuando entre 60 y 70 individuos viven juntos en la selva interactuando muy poco con el mundo exterior.

Te enseñan que las guerrilleras mujeres tienen los mismos derechos que sus colegas masculinos, pero a fin de cuentas siguen siendo mujeres. Ser una mujer en la guerra es muy duro

Por ejemplo, los combatientes rebeldes rara vez duermen solos, según me explicó Camila. Normalmente las parejas duermen juntas y los hombres y mujeres solteros duermen en grupos de tres o cuatro. Camila ya estaba casada con otro miembro de las FARC cuando se unió al movimiento insurgente, pero aun así seguía tomando ciertas precauciones para protegerse de las agresiones sexuales y de los rumores.

"Cuando mi marido estaba ausente, yo dormía junto a otras dos o tres guerrilleras. Es lo que se busca. Proporciona una sensación de camaradería", explicó. "Pero yo siempre dormía con dos o tres personas más y nunca con una sola para no desencadenar rumores".

La política interna de las FARC no tolera el abuso físico o sexual entre los miembros del grupo —hombres y mujeres por igual—, pero esto no elimina el problema. Camila recuerda a un combatiente que no paraba de hacerle insinuaciones sexuales, que ella siempre rechazaba. Un día, este mismo guerrillero golpeó a una compañera tras descubrir que la relación sexual que ambos mantenían no era exclusiva. Recibió un castigo, pero el comandante justificó sus acciones diciendo que la guerrillera había actuado de forma promiscua.

Publicidad

"[En los campamentos de la guerrilla] te enseñan que las guerrilleras mujeres tienen los mismos derechos que sus colegas masculinos", indicó Camila, "pero a fin de cuentas siguen siendo mujeres. Ser una mujer en la guerra es muy duro".

Vivir después de las FARC y encontrar la paz

Camina nunca tuvo la intención de seguir siendo una guerrillera toda su vida. Después de dos años pidió permiso para abandonar el grupo y se le concedió porque se había unido a la guerrilla bajo un acuerdo firmado con un comandante que estipulaba que su servicio sería temporal. Pero su transición a la vida civil no fue nada fácil como madre joven en un país que todavía soporta un conflicto.

"En Colombia —y también en Latinoamérica y en el resto del mundo— resulta más difícil ser una mujer", afirmó. Este país sudamericano ostenta el puesto 98 de 187 dentro del Índice de Igualdad de Género de Naciones Unidas. "Para una mujer que ha abandonado la lucha armada resulta incluso más difícil, porque además de la desmovilización, eres una mujer dentro de una sociedad que trabaja en tu contra".

Desde que abandonara las FARC, Camila ha participado en el programa de reinserción del gobierno colombiano, que proporciona servicios de salud mental, educación y asistencia para encontrar trabajo. Ahora trabaja como enlace entre la agencia y la guerrilla y pronto obtendrá el título de diseñadora gráfica, una carrera que eligió en parte por su experiencia diseñando propaganda para las FARC. Con el apoyo de su familia, Camila ha podido librarse del odio y la venganza personales que la llevaron a tomar las armas, opción que ahora considera como un modo ineficaz de avanzar hacia un objetivo político y que ha tenido consecuencias irreversibles para la sociedad colombiana. Conforme avanza el proceso de paz, miles de personas como Camila se desmovilizarán en los próximos meses. Según ella, el siguiente paso es conseguir que todas las partes de la sociedad colombiana sean capaces de perdonar.

"Cuando abandonas el grupo ves las cosas de otra manera", afirmó. Como combatiente, ella veía la lucha armada como una señal de poder, pero la falta de progreso social desde su desmovilización hace casi una década ha hecho que ponga en duda esos métodos. "No se puede conseguir nada positivo a través de las armas, la historia de Colombia lo demuestra".

Camila solo es capaz de hacer una observación así décadas después de que su yo de 15 años de edad estuviera tumbada sobre la cama, contemplando el techo y soñando con llevar un uniforme de camuflaje que hiciera desaparecer todos sus problemas.