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Música

Aruba: tech house, amor y éxtasis

Cinco días de baile desenfrenado, arena hasta las bolas y muchos litros de vodka ingeridos en la isla feliz .

*Este texto originalmente se publicó en THUMP Colombia.


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Fotos por: GoDigital/ SocialPop y autor del texto

Han pasado ya ocho días y no lo supero. Tengo que aceptarlo, a veces miro el reloj y pienso: hace una semana, a esta hora estaba haciendo… o estaba yendo camino a… o estaba comiendo esto, organizándome para lo otro. Hace ocho días estaba, según una página que calcula distancias entre lugares, a 968 kilómetros de mi cama.

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Y no la extrañé mucho. De hecho, creo que durante los cinco días que estuve en la que han bautizado como "La Isla Feliz", dormí máximo diez horas en total. Después de todo, ¿quién carajos quiere descansar de la felicidad? Estando parado con mis pies hundiéndose en arena blanca; con una brisa revitalizadora y un sol más que amable encima mío en las playas de Aruba, estaba seguro que si eso era felicidad, no me importaba no dormir las seis horas diarias recomendadas.

El tema es el siguiente: hace un par de meses me invitaron a la tercera edición del festival de música electrónica más grande de la isla al que nombraron Love Festival Aruba, un evento que en cifras reunió en su edición anterior a 3,500 personas y más de 50 DJs durante dos días. El plan, básicamente, era ir a Aruba a enfiestarme durante cinco días.

Y lo hice. Lo logré sin reconocer más que un par de nombres en el cartel, sin saber cómo iba a sobrevivir a tres días de chispún retumbándome en los oídos, sin conocer ni una sola palabra en papiamento (lengua nativa de la isla) y sin más de 100 dólares en el bolsillo. Cuando me di cuenta, una postal de KFC pegada encima de unas escaleras eléctricas con una playa cristalina de fondo, me recibía con un "Bienvenido a Aruba".

Lo que pasó en los siguientes cinco días es mitad misterio de lo desconocido, mitad euforia de lo vivido. Plan turístico de televentas (con salto a la piscina y grito de "estas sí son vacaciones") en la mañana y desenfreno adolescente en la noche. Flamingos rosados posando entre palmeras y aguas cristalinas y bikinis diminutos de latinas y europeas. Comida en los restaurantes de ensueño que tiene la isla como El Gaucho, Marina Pirata y Amore Mio (luego de atragantarse allá, me agradecen) más vodka, cerveza y whisky. Era la selfie de turista en el letrero de I Love Aruba, y la foto desenfocada en el remate en la piscina del hotel Renaissance a las cuatro de la mañana.

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Y no voy a mentir, estar parado ahí, en la mitad del escenario principal, con una música que sonaba entre 120 y 130 bpm (lo que sea que eso signifique) y rodeado de chicas guapas, se sentía un poquito como cualquiera de esos realities adolescentes terminados en "Shore"… solo que sin los dramas, peleas ni escenas sobreactuadas. Estar ahí, en esa playa, con un techno cada vez más pesado que te hacía sudar, rodeado de gente extasiada, era, sin duda, creer en una clase de amor, uno que se transmite bailando a ritmo de deep house movidito, el techno tribal con cadencia latinosa, el EDM infeccioso y el funk carioca y trap densos y peligrosos, algo de trance, algo de tech house, algo de chillwave, incluso algo de reggaetón. Cada uno de los más de 60 DJs invitados, entre locales e internacionales, tenían la tarea de leer en nuestros cuerpos las intenciones de nuestros pasos. Tenían que saber que aún con la brisa nocturna soplando en el ambiente, queríamos sudar. Y pasó.

Estar en ese pedazo de Eagle Beach mientras caía cada una de las tres noches del festival era cerrar los ojos entre el recorrido del escenario dedicado al tech house, hasta el escenario dedicado al techno y del escenario techno al escenario dedicado al EDM; era sentir las transiciones entre ritmos que te pintaban paisajes a punta de beats en los que querías quedarte para siempre, con tu corazón bombeando al ritmo de los bpm y la brisa recortándole calor a tu cuerpo mientras que algún extranjero se movía desenfrenadamente al frente tuyo. Era estar ahí cuando el colombiano Sebastian Morxx le subía cada vez más la velocidad a su techno fiestero desenfrenado, cuando el también colombiano pero radicado en México, Alex Young, se ponía tribalero en el escenario Techno Tent; cuando un tipo llamado DNL vestía la primera parte de la noche con beats densos tirando a trap y funk carioca; cuando el house del alemán André Hommen, cerraba el último día del escenario dedicado al tech house. Era cerrar los ojos y simplemente sentir las luces de las tarimas perdiéndose entre mis párpados, mis pies llenos de arena y mi cabeza que no se cansaba de asentir al ritmo que me pusieran.

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Sebastian Morxx y el primer ministro de Aruba.

Había que estar ahí para sentir durante doce horas mezclas de toda clase, desde las más planas que no proponían nada más que bajos sobresaturados, pasando por los remixes mainstream hasta cosas muy underground que no hubiese conocido en otro lugar. Habría que haber estado ahí para ver los performance que acompañaban a los DJs en sus sets, desde bailarinas disfrazadas de Garotas, hasta robots alucinantes que tiraban chispas al cielo con una sierra y un pedazo de metal. Habría que haber estado allí para sentir como la vibra dejaba de ser simplemente música para el ambiente y se volvía orgasmo para el cuerpo.

Fueron tres días de festival, un día de cierre en la piscina del hotel Renaissance, más de 10 litros de vodka ingeridos, más de 12 horas diarias de música, mujeres despampanantes por donde se mirara y un sentimiento de libertad, éxtasis y amor reinando en el ambiente. Fue hermoso.

Mike Eman, primer ministro de Aruba.

El autor de este texto se le apunta a repetir Love Festival Aruba en el 2017 e invitar a la primera botella de vodka, cáiganle por acá y prográmense ustedes también para el otro año por acá.