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Marca España

Confirmado, en España tomamos el peor café de Europa

Fui a buscar un buen café en Madrid y no lo encontré. He aquí mi historia.
El café de La Carabela. Todas las fotografías por la autora

En España tomamos el peor café de Europa. No lo digo yo, lo dicen los expertos. Es la segunda bebida más consumida después del agua y el segundo producto más comercializado después del petróleo, somos cafeteros por naturaleza, pero gracias a la torrefacción, ese gran invento nuestro, hemos olvidado lo que es un buen café. Pero nos da igual. Nos tomamos lo que nos echen sin interesarnos por la procedencia, el tipo de tueste. Ni siquiera el recipiente. Nos preocupamos por la cafeína y ni sabemos que el café, el natural, el puro, el de verdad, tiene bien poca. El arábica ronda el 1,2% y el robusta, el más consumido en nuestro país, el doble.

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Hacemos un recorrido por algunas cafeterías madrileñas, no para descubrir cuáles son las peores o desvelar en las que se sirve el peor café, sino para detectar qué hacen mal y por qué. Las elegimos al azar, palabrita, y no nos hace falta irnos muy lejos para comprobar que, en general, el café que tomamos o es de mala calidad o está mal preparado y, en el peor de los casos, las dos cosas a la vez. Ay, si Chicote fuera barista…

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Cafetera de La Carabela

Comenzamos nuestra ruta en el norte de Madrid, frente al metro de Avenida de la Ilustración. La Carabela es ese bar de barrio, un poco cutre pero con el encanto de antaño, que siempre está lleno de gente. Comienza a caer la tarde y sus feligreses ya están botellín en mano, pero nosotros pedimos un café con leche. Nos lo sirven en vaso de cristal. Así, sin preguntar. Primer error. Si algo hemos aprendido de los expertos es que el recipiente puede ayudar o arruinar del todo la experiencia. Lo ideal es tomar el café siempre en taza para mantener la temperatura idónea. Y estas, además, deben estar dispuestas boca arriba y a dos alturas sobre la máquina de café para aprovechar el calor de la misma. Vale, en La Carabela están boca abajo, no pasa nada, pero ¿las usan? Nos fijamos ahora en la limpieza, otra prueba visual que indica si en un establecimiento miman el café. El molino ha de estar transparente y la lanza de vapor de la leche, brillante. Una imagen vale más que mil palabras. Nos queda probarlo, aunque duela. Torrefacto cien por cien. Y nos cobran 1,30€.

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Cuando escuchamos eso de mezcla o blend, conviene asegurarse de que se refieren a orígenes (Colombia, Brasil, Etiopía…) y no a tuestes (natural, torrefacto). Lo primero varía el sabor y cuestión de gustos, lo segundo atenta contra la calidad y, en ocasiones, la salud. El torrefacto es un invento español propio de una época de supervivencia. Se consigue tostando los granos de café con azúcar hasta casi garrapiñarlos para camuflar los defectos del café malo. Esto lo vuelve poco saludable, además de aumentar tramposamente su peso de cara a la venta. Basta con comparar ambos tipos de tueste para ver la diferencia. Pero si ya lo pruebas en boca, alucinas.

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Café de La Rollerie

Nos vamos al centro. En los aledaños de la Puerta del Sol hay mil y una cafeterías, alguna habrá buena… Vamos en busca de los clásicos San Ginés y La Mallorquina para ver si pasan el examen. Están llenos de turistas y tenemos demasiada prisa para esperar colas, pero nos fijamos en las tazas y, al menos visualmente, las aprobamos. Continuando nuestro camino hacia La Latina, y nos paramos en una cafetería muy mona que nos llama la atención, La Rollerie, en la calle Mayor. Aquí pedimos un café solo, por aquello de no enmascarar el sabor. Nos lo sirven en taza pequeña y, aunque parece que todo está en orden, algo chirría. Es demasiado negro, demasiado denso. En España pensamos que el café bueno tiene que ser así (otra herencia torrefacta), bien oscuro y amargo. Pero en realidad, el natural y arábica tiene un tono más aguado, como si fuera una infusión de café. Y el sabor también es más ligero. Si el café es bueno no deberíamos necesitar añadirle azúcar. La leche (si lo tomamos con leche) aporta el dulzor justo, y si lo tomamos solo, el trago es agradable. En La Rollerie nos cobran 1,50€ por un café solo y malo.

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Café del Nuncio

Tercera parada de nuestra lista, otro mítico, el Café del Nuncio. Pedimos uno con leche. Huele bien, tiene una crema homogénea (que no espuma) y no ese triste círculo de café que sale con tanta frecuencia en el centro de la taza y que es signo de mala calidad o mala ejecución. Comprobamos que la crema está en su punto haciendo la prueba del azucarillo (se mantiene a flote, es perfecta) y de paso también la del bigotillo. Nos disponemos a probarlo… Pero cuidado, ¡quema! La temperatura es otra gran clave. Lo ideal es que nos podamos tomar el café recién servido, sin esperar a que se enfríe. Para ello lo mejor es medir la temperatura con la mano. Si te quemas, vamos mal. Después de diez largos minutos sin poder acercárnoslo a los labios, lo pedimos para llevar. El más caro por el momento, dos euretes y un vaso de plástico.

Justo cuando empezamos a perder la esperanza, vemos a lo lejos un nombre que nos suena a italiano. Entramos a Caffetteria 4D, que cuenta con una bonita terraza en la turística plazuela de la Puerta Cerrada. En las paredes presumen de disponer de distintos tipos de cafés pero nos fijamos sólo en uno, Café Tupinamba. Al menos comprobamos que usan el molinillo, deben saber que para mantener la esencia de un buen café es fundamental molerlo en el momento. Lo pedimos solo, somos así de valientes. Y solo lo dejamos.

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La cafetera de 4D

Ni siquiera después de tres azucarillos podemos tomárnoslo sin poner cara de limón. Nos piden 1,40€. Damos 1,50€ y esperamos las vueltas como si no hubiera un mañana. Como decíamos antes, una de las pruebas definitivas para saber si un café es bueno o malo es la cantidad de azúcar que necesitamos echarle. Una taza de café de tueste natural, arábica o robusta, no necesita apenas edulcorante de ningún tipo pues mantiene su dulzor original.

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El café de Maricastaña

Atravesamos cabizbajos la Plaza Mayor, subimos hasta Callao, cruzamos la Gran Vía y nos adentramos en Malasaña antes de volver a casa. Son más de las ocho de la tarde, ya no es hora de café pero… ¿tomamos el último? Maricastaña, en la Corredera Baja de San Pablo. Nos convence y entramos a probar un café más. Nos apetece con leche y calentito, que afuera refresca. Pero lo que nos ponen es una bañera llena de leche manchada de café. La taza es preciosa, acorde con el lugar, todo de madera, y la luz, la música, la gente… todo acompaña. Menos el café. Sin crema, sin espuma siquiera, sin sabor y frío. Nos cobran 1,80€. Aún así, aprovechamos para subir una foto a Instagram porque el ambiente es ideal. Los trapos que se han dejado encima de la máquina de café ya los quitamos si eso con Photoshop.

Cinco cafeterías, cinco desastres. Decidimos irnos al Starbucks, que el café será americano (lo que viene siendo espresso con agua caliente) pero al menos podemos compensar los tres eurazos del tamaño pequeño vaciando la barra libre de toppings. Y mañana nos lo tomamos en casa.