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Cultură

"Laxantes de almuerzo": mi vida como un hombre anoréxico

Como youtuber, comparto mi vida con cientos de miles de personas en Internet. Pero hace unos años, algo tan mundano como ir a la playa era suficiente para que yo entrara en pánico.

Este artículo fue publicado originalmente en Broadly, nuestra plataforma dedicada a las mujeres.

Como youtuber, comparto mi vida con cientos de miles de personas en Internet. Pero hace unos años, algo tan mundano como ir a la playa era suficiente para que yo entrara en pánico.

No importa cuanto hablen sobre una visión positiva del cuerpo hoy en día, los desordenes alimenticios están aumentando especialmente en las mujeres más jóvenes. Gracias a las expectativas irreales que nos han impuesto de cómo debe ser nuestro cuerpo, la gente crece creyendo en que, a pesar de no pesar mucho, están igual muy gordas.

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¿Las consecuencias?

Según el Federal Centre for Health Education en Alemania, donde vivo, el 1.1 por ciento de las mujeres y el 0.3 por ciento de los hombres son anoréxicos.

Mi nombre es Michael Buchinger, soy un youtuber y, cuando tenia 18 años, mi anorexia llego a su peor punto. Como soy una "influencia" para mucha gente, mi trabajo es hacer de mi vida un libro abierto para mis seguidores: desde posts en Instagram de mi guayabo, hasta streamings míos preparándome para una colonoscopia. Hay aspectos de mi vida diaria que comparto en Internet, excepto cuando se trata de mi viejo desorden alimenticio.

Hace poco, por ejemplo, estaba con mi amiga Sarah en un lago. En un momento de cariño, descansé mi pierna en las de ella. Ella lloró del dolor. Y gritó: "Wow, tu pierna es muy pesada", como si le hubiera echado una sopa caliente encima. En ese momento consideré ahogarla en el agua.

Como nunca le había contado sobre mi anorexia, Sarah no podía saber que ese comentario sobre mi pierna iba a traer de vuelta memorias sobre mi desorden del pasado. Sin embargo, decidí que la iba a tratar agresivamente las siguientes semanas.

Yo tenía 18 años cuando empecé a odiar mis piernas. El resto de mi cuerpo no me importaba tanto, pero mis piernas me parecían repugnantes. Eso no era del todo mi culpa pues un grupo de personas se encargó de hacerme creer que no había nada bien con mi cuerpo.

Por ejemplo en una comida, unos amigos de mis papás me preguntaron —mirándome las piernas— que si podía comer lo que quisiera o si a veces me tenían que ayudar a parar de comer. ¿Qué? Como si yo fuera un asesino en serie suelto y mis papás los detectives. "¡Obviamente que puedo!" Respondí metiéndome un pedazo de pan a la boca.

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El mensaje era claro: estaba medio gordito y eso era malo. Años anteriores había tratado repetidamente de perder peso con una dieta saludable y ejercicio, pero siempre había fallado. Me encontré, a los 18, tratando de controlar mis impulsos.

No me comía más de una comida al día y tenía que ingeniármelas para que mi mamá no se diera cuenta. Un día, le dije que quería empezar a desayunar en mi cuarto, a lo Hugh Hefner como si fuera un brunch en la mansión Playboy. Al ser un poco raro, nadie me dijo nada de mi excéntrica propuesta.

Apenas mi mamá dejó el desayuno en mi escritorio y se fue, yo corrí a limpiarlo como si fuera una escena del crimen. Guardé los ofensivos carbohidratos en mi lonchera rápidamente, me tomé un café con un laxante y me fui al colegio. Cuando llegué, le regalé mi desayuno a un niño chiquito y me fui a clase sintiéndome muy bien.

El autor con sus amigas pantallazo vía Youtube.

Entre las 6 horas de clase, el dolor de un estomago vacío y los laxantes, seguro me veía como un esqueleto de Halloween. Durante mi hora de almuerzo, manejaba al supermercado rompiendo todas las reglas de tráfico en el camino y compraba una ensalada de frutas pequeña (que consistía en 200 gramos de fruta) y una bebida energizante sin azúcar.

Me lo comí. Siempre tenía que ser a la misma hora del día, en el parqueadero del supermercado con la emoción de un mapache buscando en una caneca. A veces, la gente mayor pasaba por enfrente mío y decía cosas como "¡Mira eso! Un niño come fruta en su carro, ¡qué saludable! Acto seguido, les sonreía pensando: 'no puedo esperar a cagar todo esto'.

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El verdadero arte no estaba en evitar la comida, sino en las mentiras que tenía que decir. Después de llegar del colegio, me sentaba con mi familia a contarles del delicioso almuerzo que me había comido con mis amigos ese día. '¿La pareja del parqueadero contaban como mis amigos?', me preguntaba en ese momento, ahí todavía me sentía incomodo diciéndole mentiras a mis padres.

Después de la comida —la primera comida real del día— hacía ejercicio con un DVD de fitness. Mi elección: Kim Kardashian: ¡Entrar en tus jeans para el viernes!

En retrospectiva, una sesión de ejercicios de Kim Kardashian no era lo mejor para perder peso en los muslos, y por lo tanto, no era una sorpresa que todavía no tuviera el hueco en los muslos que tanto quería. Sin embargo, gracias a una noticia que me dio mi mamá al comienzo del verano, era tiempo de hacer un cambio muy drástico en mi dieta.

"Michael, sé que es algo de último minuto, pero hemos decidido irnos de vacaciones a la playa en Madrid el próximo mes. ¡Por siete días, sólo por diversión: sol y playa! ¡Playa!".

Yo veía feliz los documentales de anoréxicos, diciendo cosas como: '¡pobres almas!', mientras me fumaba un cigarrillo y un laxante para la comida.

Ella sonaba como Oprah dándome un carro nuevo. Un niño normal estaría muy feliz esperando esas vacaciones. No me mal entiendan: yo también estaba encantado, pero inmediatamente empecé a planear como intensificar mi dieta. Mi mamá había dicho la palabra playa cuatro veces cuando hizo su anuncio y mi cuerpo estaba lejos de estar playa-playa-playa-playa-listo. Empecé a ayunar durante muchos días a la semana, usando laxantes para mantener mi cuerpo moviéndose.

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Lo más fascinante de esta etapa de mi vida es que nunca me d cuenta de lo anoréxico que era. En mi mente, sólo estaba poniéndole atención a mi dieta y podía volver a comer normal después de las vacaciones si quería. Yo veía feliz los documentales de anoréxicos, diciendo cosas como '¡pobres almas!', mientras me fumaba un cigarrillo y un laxante para la comida.

Cuando llegaron las vacaciones un mes después, me sentía como si hubiera corrido una maratón. Sí, mi dieta funcionó y había perdido mucho peso. Pero también estaba exhausto, y listo para matar a cualquiera que se comiera un carbohidrato en mi presencia. Sin embargo, la verdadera sorpresa fue cuando llegué a la playa.

Donde yo esperaba encontrar una convención de personas delgadas, encontré lo contrario: hombres gordos leyendo y pensionados en sus pantalones de yoga. Yo me había convencido de que tenía que estar listo para la playa y también fit —según los parámetros de la sociedad— pero a la sociedad, a diferencia de mí, no tenía problema conmigo o con mi cuerpo.

"En mi mente, yo sólo le estaba prestando atención a mi dieta". Foto cortesía del autor.

Las vacaciones en España fueron un fracaso. Estaba casi siempre irritado, mi metabolismo estaba muy desordenado lo que hacía que me tuviera que levantar en la mitad de la noche al baño. Ni siquiera tenía suficiente energía para unirme a la conga en la playa. Esas vacaciones marcaron el punto más bajo de mi anorexia. Sabía que no podía seguir así.

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Me encantaría decir que tuve una epifanía tipo la película Eat, Pray, Love y empecé a comer normal y a disfrutar de mi vida al máximo. Desafortunadamente, no fue así. A veces me daba la sensación de que tenía dos personalidades: una que quería mejorarse y otra que seguía negando la realidad de mi anorexia. Después de las vacaciones, fui a ver un doctor pero me tomé tres litros de agua antes de entrar a la consulta para pesar más.

"No veo nada malo contigo" dijo el doctor. "Cuando yo tenia tu edad, pesaba lo mismo. ¡No escuches lo que dice la gente Michael!" Después de cinco minutos estaba saliendo de su oficina con una palmadita en mi espalda.

Tuve que aprender que no todos los que me ofrecían un pedazo de ponqué eran mis enemigos o que querían arruinar mi figura.

Las cosas cambiaron cuando me fui de la casa de mis papás: aunque tenía planeado seguir con mi dieta después de trastearme, algo estaba mal cuando me salté la primera comida. Resulta que lo que me gustaba de la anorexia no era tener un cuerpo más delgado; eran las mentiras que le decía a mis amigos y a mi familia. Por ejemplo cuando le decía a mi mamá que había comido con mis amigos en el centro me sentía "muy bien" , o cuando "confirmé" que mi peso era normal con el doctor. Sin la opción de poder decirle mentiras a la gente que me rodeaba, era más difícil convencerme de que mi rutina era más normal que la última dieta de Beyoncé.

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Donde alguna vez mi principal preocupación fueron mis muslos, ahora tenía miedo de terminar muerto si alguien no revisaba que comiera. Mi anorexia había afectado mi circulación y a menudo me sentía a punto de desmayarme. '¿Que pasaría si los perros del vecino fueron los que encontraran mi cuerpo?', pensé. Esto marcó el final inesperado de mi anorexia.

Obviamente, la anorexia no se cura de la noche a la mañana. Paso por paso, tenía que aprender a comer normal otra vez. Comer con mis amigos, se volvió una prioridad para mí, y descubrí los shows y libros de cocina de Nigella. Suena trillado, pero ella me mostró que había personas que no consideraban la comida como el enemigo de un cuerpo perfecto.

Mi mayor obstáculo para recuperarme era que tenía un problema psicológico, no mis hábitos alimenticios. Tuve que aprender que no todos los que me ofrecían un pedazo de ponqué eran mis enemigos o querían arruinar mi figura. Y frases como "¡Michi, como has crecido!" eran un cumplido y no una razón para acabar una amistad.

Aunque hablar sobre la anorexia no es el mejor tema de conversación (y no era bueno decir cosas como: "¡Hola, ya por fin se me está moviendo el estomago regularmente otra vez!", porque el tema no inspira a la gente), pero eventualmente sí le conté a mis amigos mas cercanos sobre mi situación. Aunque confesar esto se sentía como una debilidad, mi decisión de hablar abiertamente sobre mi desorden alimenticio me ayudó mucho.

Por primera vez en mucho tiempo, no traté de convencer a mis amigos de que me sentía bien, simplemente les conté la verdad sobre mis problemas y la larga recuperación que estaba enfrentando. Y aunque mentir era lo mejor de mi anorexia, tener una conversación honesta se sentía mejor que cualquier mentira que hubiera contado sobre alguna comida que había botado.

Cinco años después, casi nunca pienso en esa parte de mi vida y nunca les he hablado sobre eso a mis nuevos amigos (como Sarah, por ejemplo). Estoy mejor. No es poca cosa haber hecho un viaje al lago con mi amigo y tomar el sol en mi traje de baño, rodeado de extraños.

Hace dos años, eso hubiera necesitado un ayuno de dos días.

Estoy bien, estoy sano y estoy más listo para la playa que nunca. Pero por favor, haga lo que haga, absténgase de gritar si va a tocarme las piernas.