perlora ciudad de vacaciones abandonada
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Perlora, el 'Marina d'Or' franquista que ahora está abandonado

Todavía puede leerse 'Perlora, ciudad de vacaciones' en uno de los carteles de acceso al recinto.

La señal de bienvenida es una estructura vertical que se alza en un pequeño montículo de hierba, un obelisco de plástico verde ligeramente sucio que reza “Perlora, ciudad de vacaciones”. Aunque ahora esté completamente abandonada, la ciudad sigue dejando entrever el esplendor que una vez llegó a tener. Hasta 300 chalets de variadas tipologías (modernas y tradicionales, como ocurre con las viviendas en forma de hórreos) se extienden a través de las más de 30 hectáreas que constituyen este privilegiado terreno situado junto al mar.

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A ello se suman otras construcciones, como los diversos edificios administrativos y las zonas de ocio, entre las que se encuentran restaurantes, zonas deportivas, parques infantiles e incluso una singular iglesia. Levantada por la Organización Sindical Española (habitualmente conocida como Sindicato Vertical) a partir de 1954, las diferentes fases de construcción de la ciudad tuvieron siempre como objetivo la edificación de una zona de ocio y reposo para los trabajadores de algunas de las principales empresas públicas encuadradas en el Instituto Nacional de Industria, como Ensidesa.

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En los alrededores de las casas, cada paso se asemeja a caminar sobre una elástica superficie de goma. El suelo, mullido, está cubierto por la maleza: algunas hojas, largas y talludas briznas de hierba y ramas de diferentes tamaños aún por quebrar. Incluso entre los huecos de la acera se observan ya algunas pequeñas pinceladas verdes que crecen entre las juntas del pavimento y al borde del mismo. Aparentemente, tan solo el aparcamiento ha sido rehabilitado, renovado con un asfalto de intenso color negro; apenas hay, sin embargo, un par de coches.

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Tanto las viviendas como el resto de edificios poseen ahora un aspecto kitsch, ya que Perlora, por desgracia, parece haber quedado atrapada en el tiempo. La mayoría de las construcciones están decoradas con pinturas desconchadas de colores rosas, amarillos, verdes y naranjas. Muchas de ellas también incorporan otro tipo de elementos externos en la fachada, como caliza, arenisca y pizarra, dispuestas con distintos cortes y dimensiones.

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El gresite y las cenefas de madera también se encuentran en muchas de las viviendas. Todos los materiales, sin embargo, tienen en común el mismo aspecto ajado. Muchas de las paredes, a su vez, se encuentran dominadas por deformes marañas de color verde: brazos de hiedra que escalan hasta los tejados, donde también es posible hallar abundantes parches de musgo y hierba.

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Esta pequeña ciudad, ahora una urbe fantasma, aún sigue atrayendo visitantes, aunque la mayoría provienen del propio concejo de Carreño, donde se encuentra situada. A mi paso por Perlora me encuentro a gente corriendo, gente paseando a sus perros y, sobre todo, ancianos de paso lento y mirada nostálgica. Ahora tan solo es un pequeño lugar de paso, un gran solar en decadencia, pero antaño llegaban aquí habitantes procedentes de diversas partes del país, con una población flotante que oscilaba alrededor de las 2000 personas. En verano, a pesar del declive, la gente aún sigue acudiendo a las dos playas situadas cerca de este antiguo centro de ocio y descanso.

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Hoy en día los animales son los residentes habituales del lugar. En la carretera me encuentro un ratón aplastado, ¿cuántos habrá dentro de las casas, cuántos se esconderán entre las matas de hierba? Una gaviota, graznando al borde del tejado de un edificio curvo, con forma de media luna, parece la auténtica dueña de la ciudad. La mayoría de los animales, sin embargo, parecen ser los gatos. Agolpados alrededor de algunas bolsas llenas de pienso, nueve gatos mastican sin parar. Una de las papeleras cercanas se encuentra a rebosar de la clase de latas con comida para gatos envuelta en una especie de gelatina (y que, junto con el olor a pollo y atún, produce un aroma repugnante).

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El hombre cano situado en la carretera frente a los gatos es el dueño de toda la comida. Siempre que puede, dice, les alimenta. “Durante los setenta venía toda mi familia. Éramos unas veinte personas y hacíamos de todo. Jugábamos a fútbol, comíamos tortilla… antes era casi lo único que había” recalca vagamente Roberto, un hombre joven que no cesa de subir y bajar el bordillo de la acera. Eran poco más de diez pesetas lo que, al principio, servía para tener acceso a las cuatro comidas del día.

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Perlora vio terminadas sus actividades vacacionales durante el año 2006 debido a las fuertes pérdidas económicas aducidas por el Principado de Asturias, que llevaba gestionando la ciudad desde 1982, cuando pasó a su control de manos del Estado. Se solicitarían, a partir de entonces, múltiples propuestas para la malograda ciudad; ninguna, hasta ahora, ha conseguido prosperar.

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A pesar de ello, a veces se siguen realizando pequeñas labores de mantenimiento y hay guardias que patrullan en coche las manzanas vacías, vigilando que nadie se cuele en esta red de chalets desocupados. El propio guardia afirma, cuando le pregunto, que apenas sufren problemas. “Tan solo algún adolescente que se cuela por pura curiosidad”, comenta con tranquilidad desde el otro lado del cristal de la caseta de seguridad. La inversión que, desde 2013, se ha producido en mantenimiento por parte de la Consejería de Hacienda y Sector Público, ha llegado a sumar más de un millón de euros, algo que no ha sido suficiente para detener el desgaste del paso del tiempo.

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Este antiguo hogar de vacaciones (prácticamente de lujo: antes casi no existían tal y como se entienden actualmente), amores de verano y reposo, es ahora un desierto. La propia iglesia de Perlora, con una gigantesca cruz de piedra que divide la fachada en dos, está también cerrada. Muchos cristales están rotos y hay cubos de basura tirados por el césped. La ciudad, entonces, era prácticamente un oasis de libertad, un pequeño paraíso situado en plena época franquista, cuando la economía de la región brillaba, según FEDEA [Fundación de Estudios de Economía Aplicada]: desde 1950 hasta finales de 1970 la media situaba a Asturias en una situación privilegiada.

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A partir de entonces un declive constante, gradual, se apodera de ella. No es hasta la reconversión industrial, a partir de la década de los ochenta, cuando el descenso se hace más evidente y la riqueza del lugar termina por dar lugar a un declive definitivo. Asturias la comunidad autónoma más pobre del norte de España y una de las más pobres del país.

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La última crisis económica, además, añadió el descenso de visitantes en la zona a los muchos problemas e incertidumbres de Perlora, aún con un gran potencial económico en el horizonte. En ocasiones, antiguos propietarios y trabajadores vuelven. Unos, al prado y a la puerta de sus viejos chalets, como capturó a través de sus fotografías Juan Tizón. Otros, en cambio, a lo que parece ser una sagrada reunión de correligionarios.

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Las avenidas y calles de la ciudad están resguardadas por filas de árboles y arbustos, lo que se asemeja a una parodia de la habitual imagen de idílicos suburbios norteamericanos. En muchas paredes también hay grafitis descoloridos, difusos: es imposible saber si están a medio camino de ser terminados o de ser borrados. También parte del pavimento está levantado, con baldosas destrozadas, salpicadas de gravilla. Algunos edificios ya se han derribado y otros siguen a la espera, rodeados de vallas metálicas de protección.

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Las farolas, de momento, siguen funcionando con una cálida luz amarillenta cada vez que se acerca el crepúsculo. Ya no hay rastro alguno de lo que muestran las antiguas fotografías en papel, llenas de color saturado, cielo azul, toallas de colores y pieles anaranjadas. Los nombres de las calles de Perlora son reveladores de una forma tan involuntaria que resulta trágica. Todas parecen tener el nombre de una ciudad. Encuentro la calle Gijón, la calle Oviedo, la calle Langreo, pero solo descubro edificios cerrados y vacíos, llenos de hojarasca.

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