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Identidad

Las despiadadas bandas de colegialas que aterrorizaron Japón en los 70

Durante la década de 1970, Japón temía a las bandas sukeban de chicas adolescentes que llevaban navajas bajo sus faldas de colegiala. No es de extrañar que aquello inspirara a toda una generación de cineastas y adolescentes rebeldes.
A film still from 'Sukeban Deka Volume 1 & 2.' Photo via Toei Company

Las punks Yanki y las moteras Bōsōzoku que recorren las calles de Japón actualmente deben su estridente independencia a las bandas de chicas de los setenta. Mientras que la yakuza contaba con un sistema propio de justicia y brutalidad, sus colegas femeninas —las bandas sukeban— ocultaban navajas y cadenas bajo sus largas faldas y sus camisas de marinerito, llegando a contar con decenas de miles de miembros en el momento álgido de popularidad de esta subcultura.

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"Lo que resulta fuera de lo común es que en la yakuza las mujeres no tienen autoridad y casi no hay miembros femeninos. El hecho de que llegara a haber bandas de mujeres es toda una rareza en la cultura japonesa, que por lo general es machista y está dominada por los hombres", explica el escritor japonés de novela negra Jake Adelstein. "El mundo estaba inmerso en el feminismo y la liberación, y quizá ellas pensaron que las mujeres debían tener derecho a ser igual de estúpidas, promiscuas, temerarias, adictas a la adrenalina y violentas que sus colegas masculinos".

Aunque las miembros de las bandas sukeban se dedicaban a los delitos menores y a enfrentarse a sus bandas rivales, seguían manteniendo un estricto código de justicia. Cada banda tenía su propia jerarquía y su propio sistema de castigo: las quemaduras con cigarrillos, por ejemplo, se consideraban una sentencia menor por robar un novio o faltar al respeto a una colega. Dicho esto, aquellas chicas tenían un estricto código moral y se atenían a él. Todas las bandas tenían en común una feroz lealtad entre sus miembros y, aunque estaban cabreadas con el mundo, por lo menos estaban cabreadas juntas.

La Dra. Laura Miller, profesora de la Universidad de Missouri, trabajaba en Osaka durante los años dorados de las sukeban. "Yo las admiraba por rebelarse contra las normas establecidas sobre género y feminidad", recuerda. "Caminando por diferentes distritos pronto quedaba claro que todas procedían de barrios obreros, parecía que su rebelión estaba vinculada al hecho de que sabían que nunca trabajarían en una elegante oficina ni serían objetivo de matrimonio para ningún ejecutivo".

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Como sucede con la mayoría de subculturas japonesas, las bandas sukeban llevaban una vestimenta muy distintiva. Dejando aparate las modificaciones hechas a mano, su aspecto era muy inocente debido a sus uniformes, que consistían en una falda larga plisada (a modo de protesta contra la representación sexualizada de las adolescentes en aquella época), un pañuelo de girl scout anudado bajo un cuello de camisa de marinero y un par de Converse. Completando el look con chapas, parches y algún tipo de arma, el estilo sukeban se volvió icónico e inspiró vagamente toda una serie de películas denominadas "Pinku Eiga" (violencia rosa), que fueron enormemente populares en aquella época.

Estas películas de cine exploitation, creadas para un público adulto, sentaron las bases de las mujeres violentas en la pantalla. Con títulos como Lynch Law Classroom, Girl Boss Guerilla y El convento de la bestia sagrada, el género Pinku Eiga se convirtió en el buque insignia del estudio cinematográfico japonés Toei Company.

"Era un tipo de solidaridad radicalmente femenina que no solo resultaba poco común para las películas de la época, sino para las películas de cualquier época", explica Alicia Kozma, autora de Pinky Violence: Shock, Awe and the Exploitation of Sexual Liberation. "Dado que las mujeres que participaban en las películas normalmente no eran actrices profesionales, llevaban su propia ropa a las grabaciones, se arreglaban el pelo y se maquillaban ellas mismas, logrando así un tipo de autenticidad que resultaba profundamente palpable y a la vez enormemente difícil de encontrar".

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El legado de las sukeban se hizo más grande que la suma de sus partes: lo que comenzó como un grupo de bandas de jóvenes rebeldes que cometían pequeños hurtos, creció —con ayuda de la inminente burbuja económica y la mayor visibilidad en los medios— hasta convertirse en un componente principal del modo en que se retrataba a las mujeres en la década de 1970.

"Se convirtieron en una representación de las dicotomías sociales, culturales y políticas que estaba experimentando la sociedad japonesa por aquel entonces", afirma Kozma. "A un nivel más amplio y más universal, la idea de que las mujeres 'se comporten mal' siempre ha sido atractiva para el público, en especial porque es un reto hacia el modo en que universalmente se enseña a las mujeres a actuar. Observar este tipo de resistencia hacia lo que se espera de ellas resulta emocionante para la mayoría y catártico para muchas".

Pero la cosa no acabó ahí. Tanto si amabas como si odiabas a estas chicas, estaban por todas partes, divulgando un mensaje de empoderamiento o de terror, dependiendo de la posición que ocuparas dentro de la sociedad japonesa en aquel momento.

La idea de que las mujeres 'se comporten mal' siempre ha sido atractiva para el público, en especial porque es un reto hacia el modo en que universalmente se enseña a las mujeres a actuar.

"Se produjeron incontables películas, cómics, novelas, anime y también, por supuesto, versiones porno de todos los productos basados en las sukeban", recuerda la Dra. Miller de su tiempo en Osaka. "Para las mujeres de clase media, el hecho de que las sukeban aparecieran en los medios supuso un bienvenido descanso de las ídolos optimistas e infantilizadas como Matsuda Seiko. Para las chicas que iban a colegios en barrios obreros y a quienes las sukeban acosaban de verdad, eran fuente de miedo y aversión, de forma similar al modo en que los japoneses ven a la yakuza. Al mismo tiempo, también al igual que sucedía con la yakuza, las admiraban por contar con su propio código ético y por el valor que concedían a la lealtad dentro de la banda".

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Carátula del DVD de una película sukeban. Imagen vía Toei Company

Y sin embargo, en las calles de las ciudades del Japón actual la herencia de las bandas sukeban se ha silenciado. Es difícil acceder a artículos o material sobre estas mujeres; aunque sus nombres siguen siendo conocidos, su influencia se ha diluido en las nuevas oleadas de cultura extranjera.

"Las bandas de chicas se han vuelto mucho más híbridas y difusas. Incorporan elementos de generaciones anteriores pero también de EE. UU. y de otros países del mundo para crear nuevas formas de mostrar su rebelión y su ira", afirma Miller.

Y lo mismo puede decirse de su aparición en las películas: aunque que es fácil encontrar a las sukeban en los dibujos animados para niños, es en películas occidentales como Kill Bill donde se refleja en mayor medida la esencia de sus líderes.

"Lamentablemente se ha perdido ese tipo de autoconfianza, de conciencia social, de rebelión contra la sociedad represiva y de independencia impenitente que se encuentran realmente en el núcleo de las películas Pinku Eiga", explica Kozma.

Las bandas de chicas contemporáneas ahora son moteras, se pintan las uñas y suben el bajo de sus faldas como nueva forma de solidaridad. Estos grupos, de aspecto considerablemente más cuidado que sus predecesoras, siguen siendo muy conscientes del estatus de clase y de las estructuras sociales de su país. Puede que hayan romantizado su idea de las sukeban o que, en palabras de Adelstein, "se han esforzado deliberadamente por recrear una mística de las bandas basada en el modo en que se habla de ellas actualmente y no en como fueron en realidad". Pero al hacer honor a su herencia, estas nuevas bandas encuentran consuelo y una plataforma para la individualidad y la rebelión que se ajusta a sus necesidades y a las de nadie más.