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Ilustración de Emily López
Endeudamiento por Bancolombia

Unas de las primeras experiencias con la deuda: los créditos educativos

Dos personas que necesitaron créditos para estudiar su pregrado y posgrado nos contaron cómo fue su experiencia, cómo lidian con la deuda y qué piensan de la figura del crédito.
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ilustración de Emily López

Presentado por Bancolombia

Juliana tenía 16 años, se acababa de graduar del colegio, cuando se sentó con su papá para discutir un tema que iba a cambiar su vida: la posibilidad de pedir un crédito para estudiar su carrera en la universidad. Su padre estaba pasando por una situación difícil, esa era la única forma de pagar una universidad tan cara como Los Andes. Ella no entendía bien cómo funcionaba, pero supo que, después de graduarse, cargaría con la responsabilidad de pagar una parte del crédito con su salario; la otra parte, más grande, le correspondía a su padre, quien fue pagando a cuotas mientras ella estudiaba.

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Una gran parte de los acercamientos al endeudamiento de la generación que hoy está entre los 20 y los 30 años se da a través de los créditos estudiantiles. Este dispositivo permite que miles de adolescentes cada año asistan a la universidad; también se puede volver un dolor de cabeza si no se planea bien y se es juicioso para pagarlo. En general, los beneficios, perjuicios y lecciones de los créditos educativos, y las experiencias de quienes los han vivido, pueden ayudarnos a entender más sobre cómo operan y cuál es su impacto en las vidas y en la cotidianidad. Para eso, hablamos con Juliana, graduada de literatura, y Gabriel, graduado de una maestría en finanzas.

“No sé si fue un capricho, pero quería estudiar en Los Andes. Mi papá no podía pagar la universidad en ese momento, muy cara, entonces un crédito fue la opción. Bueno, dos créditos: uno con una entidad y otro con la universidad misma, que prestaban un porcentaje de la carrera para carreras especiales como literatura, que no tienen tanta demanda.”, explica Juliana. Añade que, a los 16, no se sentía preparada para tomar esa decisión. Y así fue su decisión, que en verdad no fue tal: no había más posibilidades para estudiar lo que quería si no era endeudándose. En todo caso, la decisión fue un proceso conjunto con toda la familia: después de todo, iba a ser un peso que recaería en ellos por los años que vendrían después.

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Ilustración de Emily López.

En el proceso…

Gabriel decidió que necesitaba un crédito para estudiar su maestría en España cuando tenía 26 años. O, más precisamente, como lo dice él: “Aposté. La apuesta era que lo que iba a ganar en plata y conocimiento con la maestría iba a superar con creces (y en no tanto tiempo) lo que me gastaría en el crédito y sus cuotas e intereses. Eso fue todo, hice cálculos, investigué, lo medité y tomé la decisión. Acabo de volver, vamos a ver qué tal me va”. En ese sentido, la carrera acaba de empezar: Gabriel volvió hace unos meses a Colombia y está en un par de procesos de selección para empezar a trabajar y pagar su deuda. Su apuesta, para que funcione, debe darle suficiente plata para vivir y pagar la deuda. Más aún, debe darle más plata en menos tiempo de lo que hubiera ganado si hubiera seguido trabajando y no se hubiera ido a hacer la maestría.

El apoyo de su familia ha sido fundamental en el proceso de Juliana por pagar sus créditos. Hace poco su papá hizo un abono a capital y la deuda se redujo a la mitad. Desde hace unos meses está desempleada, paga su crédito con su emprendimiento de vender camisetas bordadas. Tiene claro y es enfática al respecto: si pudo endeudarse y ahora puede ir pagando la deuda es porque es una mujer privilegiada. “Soy una persona privilegiada que vive con sus papás y no tengo ninguna otra responsabilidad aparte de pagar eso”, explica. De no ser así, si tuviera que pagar todo ella, colapsaría. Habría entonces un público objetivo para el que funcionan los créditos educativos: con suficientes necesidades como para necesitar del crédito, pero con suficientes beneficios como para poder pagarlo después. “Otras personas tienen un crédito e invierten toda su plata para venir a Bogotá a estudiar y cuando salen tiene que pagar un arriendo y vivir”. En todo caso, esto, con disciplina, es viable.

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Tras el salto al vacío, Gabriel tenía una red que lo sostuvo en la caída: volvió a vivir con sus papás en Colombia mientras consigue trabajo. “Tengo ahorros, pero prefiero vivir con mis papás. Ellos han sido mi gran apoyo todo este tiempo y el triunfo de la maestría también es para ellos. Mi papá ni fue a la universidad, pero sí tuvo que hacer inversiones arriesgadas en su momento y trabajó duro por que salieran bien y resultaran. Así también estoy haciendo yo”. Admite que el trabajo que va a conseguir le va a pagar bien y con eso podría ir pagando su crédito sin tanto sufrimiento. Eso sí, mientras no consigue el trabajo y la estabilidad, admite que el estrés llega ocasionalmente, pues, sí o sí hay que cumplir con los pagos.

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Ilustración de Emily López.

Sergio Díaz Granados, experto en finanzas personales, también estudió su pregrado con un crédito estudiantil. Cuenta que, como sabía que los intereses del crédito eran altos e iban a seguir subiendo después de que acabara la carrera, se dedicó a trabajar en su tiempo libre para poder avanzar con el pago de estos. Tras acabar la universidad – y después de que hubiera pasado el año de gracia que le dio la entidad mientras conseguía trabajo –, Sergio eligió unas cuotas mensuales más altas pero que se extendían menos en el tiempo. Luego de tres años en los que dedicó todos sus ingresos extraordinarios del trabajo como bonos, primas y cesantías, pudo acabar de pagar su deuda. “Esta historia me enseñó que con las deudas hay que ser responsables y se deben pagar lo más rápido posible, sobre todo las de largo plazo como los créditos estudiantiles o créditos hipotecarios”, cuenta Sergio.

Los créditos estudiantiles pueden darles forma y solidez a los sueños de muchos adolescentes – que son también los sueños de sus familias – de ser profesionales y estudiar. Hay algunos bancos que manejan esta línea de créditos, así como entidades del Estado, cooperativas, etc. Todas estas opciones manejan tasas de intereses y plazos diferentes según las condiciones del estudiante, la carrera que estudian y la universidad a la que asisten. Son promesas de un futuro mejor. Cada uno toma su decisión, una que definitivamente cambia la vida de la persona, quien accede a la educación, pero también queda con una responsabilidad sobre sus hombros por varios años.

Bancolombia y VICE buscan acompañar a sus audiencias a lo largo de su vida financiera. Sabemos que los créditos estudiantiles son el primer contacto con la deuda para muchos, por lo que quisimos explorar más en esta experiencia y cómo la entienden quienes la han vivido. Todo con el fin de comprender con más profundidad el tema de las finanzas personales y el endeudamiento responsable.