Ramón Mayrata: el mago que convivió con tribus africanas y sobrevivió a la Movida

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Ramón Mayrata: el mago que convivió con tribus africanas y sobrevivió a la Movida

Visitamos la casa del ilusionista Ramón Mayrata, que fue amigo Enrique Morente y antropólogo pero ahora se dedica a la literatura y la siembra de membrillo. Un ventrílocuo anarquista le descubrió su amor por la magia.

Fotos de Romeo Nicoloso

Un cartel en el que ponía "Andrea es aquí" me rescató tras 70 minutos deambulando por la periferia de Segovia y me llevó hasta la casa roja del mago Ramón Mayrata. En la entrada, paredes cubiertas de libros y bolsos de piel de camello. En el salón, nuestro entrevistado, y a su espalda un jardín que en realidad es la planicie manchega. Bastaron un café y dos minutos para sumergirnos en las batallitas de este mago-antropólogo amigo de Enrique Morente, que convivió con tribus saharauis y sobrevivió a la Movida madrileña para acabar dedicándose a la literatura (acaba de publicar El Mago Manco) y la siembra de membrillo. Servando Rocha, de la editorial La Felguera, nos advirtió que es un gran conversador y -sea por arte de magia o no- confirmamos que es un espectáculo charlar con él.

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VICE: ¿Cuál es el sentido de la magia?

Ramón Mayrata: El sentido de la magia ilusionista es realizar aquellas cosas que el ser humano siempre ha deseado y nunca ha podido hacer, por ejemplo volar. Los ilusionistas hacían al hombre separarse de la tierra y levitar. Con el tiempo la tecnología nos ha permitido viajar por el aire pero, cuando no era posible, esa sensación de la liberación de la fuerza de gravedad la producían los magos con la levitación.

¿Qué es lo que desea de la magia el hombre moderno?

La aparición de monedas, que representa el afán del hombre moderno por la riqueza. También desea escapar. Hoy alguien puede colgarse de un rascacielos con una camisa de fuerza y salirse de ella para escapar del riesgo. Los avances tecnológicos han presionado a los magos a crear trucos más elaborados, incluso peligrosos, para maravillar al público. La magia se refugia en la televisión, con espectáculos hechos casi en tus narices, que es algo con lo que no se puede competir.

Pero somos cada vez más escépticos.

Aquel que viene con escepticismo es ideal, porque es al que más le sorprende lo que va a suceder. El espectador vuelve a ser el niño que nunca dejó de ser y al que la vida ha convertido en escéptico. La transformación del espectador es lo que hace cada vez más bonita la magia.

¿Quién te enseñó a vivir de la magia?

Un ventrílocuo de vocación anarquista. Tenía un mono disecado con hilos por dentro y lo movía desde su bolsillo. Si quería beber, se colocaba en la barra y el mono decía "¡por favor dos cervezas!". Le invitaban a todo. No necesitaba trabajar ni nada, compraba una cesta de cacahuetes y el mono las vendía. También el mago Gabriel Moreno me inició en esto, me invitó a vivir en su casa y cuando íbamos por los sitios él hacía magia y nos invitaban a todo. Yo hacía traducciones de Sade, André Breton y otros. Las casas eran muy baratas en el centro de Madrid, todo el mundo se había ido fuera, la vida cotidiana era muy barata. Yo cuando cobraba podía invitar a gente a cenar, era todo muy tirado de precio. Pude comprobar la magia metida en la vida.

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¿A ti también te invitaban a todo?

No, yo comencé a colaborar en prensa y radio cuando en Radio1 y Radio3 había un cambio de lenguaje y temática. En la tele hice un programa que se llamó 'Por arte de magia', con Juan Tamariz, con el que tengo gran amistad. En aquella época todo el mundo vivía en comuna ligado a la lucha política. Había entusiasmo por hacer cosas y llegó la movida madrileña. Estuve colaborando en el grupo que fundó la revista La Luna, muy señera, buscaba la libertad. La magia estaba siendo desplazada por la televisión, así que creamos espectáculos más cercanos en salas como La Mandrágora, donde coincidíamos con Joaquín Sabina.

Te codeaste con muchos artistas de la época, como Enrique Morente.

Conocíamos a artistas de todo tipo porque estaba todo el mundo mezclado. La noche se vivía conjuntamente y era fácil encontrarse en casa a músicos, pintores de la figuración madrileña, actores… Enrique Morente formaba parte de aquel mundo. Esta forma de vivir libre, fácil y maravillosa ligada a la magia me encantó.

¿Hacíais proyectos juntos?

Sí, por ejemplo los decorados de magia en los espectáculos estaban hechos por pintores, que también diseñaron barajas. Y yo escribía sobre magia, guiones… hubo algunas colaboraciones en películas, como una de Jaime Chávarri, en las que hice actuaciones de magia.

¿Cómo ha cambiado la magia desde entonces?

Pues que cada vez más gente la hace gracias a internet. YouTube te da el aprendizaje pero limita la creatividad y tiende a la imitación, porque copias los gestos y personalidad del que te enseña. En un video lo ves ya resuelto y no lo construyes tú.

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¿Se podría decir que es un arte?

El mago es un artista que modifica cómo has visto las cosas. Funciona, no porque alguien sabe mover muy rápido los dedos, sino porque sabe utilizar elementos psicológicos que crean percepciones distintas. La magia no tiene nombre.

En VICE hablamos hace poco con ​una santera. ¿En qué se diferencia la magia negra africana de la tradicional?

Cuando alguien va un espectáculo sabe que va a ver una actividad artística y teatral. Pero si esa persona hace eso mismo y dice que están interviniendo los espíritus, se convierte en otra cosa completamente distinta. La magia negra tiene algo del ilusionismo, de poner en realidad tus deseos, porque cuando te ocurren muchas desgracias y no sabes cómo solucionarlas o no entiendes lo que te pasa, verlas representadas ya significa una explicación y comprensión de lo que te ocurre.

¿Lo aprendiste cuando eras antropólogo en el Sáhara?

Sí, durante tres años viví directamente estos fenómenos. La religión en el Sahara no funciona como la nuestra, con iglesias establecidas. Ellos creen en cofradías religiosas místicas, siendo las más importantes las de Qadiriyya, propias del África negra junto al Corán. Entre sus prácticas de magia popular está el recoger agua de lluvia para curar enfermedades. Dibujan con azafrán una serie de caligramas con una combinación de los nombres de Dios en una taza, se disuelve y se la dan de beber al enfermo.

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¿Cómo conseguiste adentrarte en las tribus saharauis?

Uno de los que trabajaban conmigo pertenecían a una de las tribus más cultas y establecí una relación fuerte con ellas. Era algo más parecido al medievo para nosotros. Las tribus se dividían en religiosas, guerreras y otras tributarias de las anteriores que se dedicaban a la agricultura. Luego habían dos castas, que no eran tribus: los herreros y los esclavos. Ya es algo residual, pero todavía existen casos.

Una vivencia que influyó en tu magia pero también en tu poesía.

Muchísimo. El desierto es un poema en sí mismo. El viento va modificando las formas, parece que escribiera incluso en la arena. La poesía me viene de muy jovencito, el primer libro de poemas lo publiqué con 17 años y lo prologó Vicente Aleixandre. Iba a su casa de vez en cuando a charlar con él, y el recuerdo que tengo es el de sus ojos, preciosos, azules y maravillosos.

¿Por qué decidiste volver a España?

Después del Sáhara me dediqué a hacer traducciones y a colaborar en algunos periódicos en París. Fue luego de que acabara la dictadura cuando volví a España. Y, después de tantos años, volvía a un país muy distinto. Un país que había cambiado.