
Aunque el toxoplasma es primordialmente un parásito de los roedores, los seres humanos no son inmunes. Nuestra coexistencia con los gatos asegura amplias oportunidades para que una toxoplasmosis ocurra a través de contacto fecal. Desde que se descubrió a principios del siglo XX, el protozoo se ha visto generalmente como un pasajero relativamente benigno en los humanos. La única amenaza apuntaba hacia los pacientes con un sistema inmunológico comprometido (por ejemplo la gente con sida) y las mujeres embarazadas cuyos fetos pueden sufrir deformidades o terminan en aborto debido al germen. Se creía que un humano sano podría controlar el parásito indefinidamente. Nuevas evidencias sugieren lo contrario. A través de un neurotransmisor muy delgado en nuestros cerebros, somos nosotros quienes estamos siendo controlados.El Dr. Jeroslav Flegr fue el primero en hacer esta declaración en el 2002. Analizando datos de tráfico, el parasitólogo checo descubrió que los conductores infectados de toxoplasmosis son 2.6 veces más probables de tener un choque. Flegr ve el paralelo entre comportamientos de tomar riesgos en los roedores infectados y el comportamiento de tomar riesgos en los motociclistas infectados. El patrón era uno que el científico había visto primero en él mismo.Mientras estaba en la Charles University en Praga, el comúnmente consciente Flegr se dio cuenta que de repente se había vuelto más valiente. El estudiante se encontraba a sí mismo, frecuentemente, cruzando la calle sin mirar, inconsciente de los pitos que lo rodeaban. También empezó a criticar el Gobierno comunista de manera abierta, en un momento que eso era un crimen de disentimiento. No fue hasta que se hizo una prueba y salió positivo por toxoplasmosis como parte de un estudio no relacionado, que Felgr empezó a hacerle sentido a su insensatez. El parásito podría alterar el comportamiento de los roedores, y concluyó, ¿por qué no también el de los humanos?
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