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Estrella Roja

El equipo desmantelado por la guerra: el último gran triunfo del Estrella Roja de Belgrado

Hace 24 años, dos brillantes equipos disputaron una aburrida final de Copa de Europa. La victoria del Estrella Roja fue el último gran éxito continental de un equipo balcánico.

En el pasado, algunas finales de la Copa de Europa han sido una exhibición de pólvora mojada. Esta, sin embargo, es sin duda una noche para las bengalas

Estas palabras, pronunciadas en el tono neutro del narrador de la BBC David Coleman el 29 de mayo de 1991, fueron la introducción al partido que enfrentaba el Olympique de Marsella con el Estrella Roja de Belgrado. Franceses y serbios se disponían a disputar la final de la Copa de Europa en el estadio San Nicola de Bari, en Italia. En una distinguida carrera marcada por errores verbales tremendamente inapropiados, esta cita quedaría como una de las afirmaciones más salvajes de Coleman.

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Coleman, la antigua voz del fútbol en la BBC, llevaba 37 años retransmitiendo partidos en 1991. Durante su dilatada carrera, el locutor británico había soltado sentencias lapidarias como "no puede creer lo que no le está pasando" (sic) o "el Nottingham Forest lleva perdidos seis partidos sin ganar". Que antes de la final entre el OM y el Estrella Roja dijera que eran "dos equipos más preparados para atacar que para defender" y que "toda Europa espera fuegos artificiales" solo podía significar que el partido sería un pestiño infumable —como así ocurrió.

El partido, de hecho, pasó a la posteridad por el trabajo táctico que demostró el Estrella Roja en su fase defensiva. Pero no adelantemos acontecimientos.

La final era inédita: nunca Francia ni Yugoslavia habían producido un campeón continental a pesar de que el Stade Rennais, el Saint-Étienne y el Partizan habían logrado alcanzar el partido decisivo de la competición. El Olympique de Marsella había sido construido en base a uno de los grandes magnates del fútbol de los 90, el polémico empresario y político galo Bernard Tapie. Una década antes de los equipos plagados de estrellas del Real Madrid, el Marsella de Tapie ya fue Galáctico.

Chris Waddle, recién fichado tras su excelente mundial en Italia'90, alimentaba a Jean-Pierre Papin en el ataque marsellés; Jean Tigana, prolífico para Francia, les daba soporte. También les acompañaba un antiguo favorito de los fans del Estrella Roja, Dragan Stojković, que en Bari debería vérselas cara a cara con su antiguo club. En la izquierda del conjunto focense figuraba el nombre de la superestrella africana Abedi Pelé; en el banquillo esperaba el delantero francés Philippe Vercruysse. Los millones de Tapie se convertían en goles sobre el césped.

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La afición del Estrella Roja ya no presencia partidos de tanto nivel como cuando se enfrentaron al Olympique de Marsella, pero la pasión sigue intacta. Foto de Marko Djurica, Reuters.

No había la misma alegría al otro lado del Telón de Acero. El éxito del Estrella Roja se debía a una irrompible organización defensiva que mutaba dulcemente en una brillante fluidez en ataque. Robert Prosinečki, siete años antes de llevar a Croacia a las semifinales de un Mundial, maravillaba al mundo junto al pie de oro de Siniša Mihajlović. Junto a ellos también había velocidad: Dragiša Binić aseguraba que era capaz de correr los 100 metros en 10,5 segundos. "Cuando Carl Lewis vino a un evento de atletismo en Belgrado, quise correr contra él", aseguraba Binić.

Binić ya había demostrado sus cualidades en las semifinales frente al Bayern de Múnich. Con el Estrella Roja perdiendo por 1-0 en el Estadio Olímpico de la capital bávara, el extremo serbio superó a su par con una carrera endiablada, controló el pase en profundidad de Prosinečki e hizo llegar un centro medido a Darko Pančev para que el delantero la mandara al fondo de las mallas. Fue una muestra de visión, control e imprevisible velocidad; el balón había recorrido la longitud entera del campo en apenas 12 segundos. El tanto resumía a la perfección lo que era el Estrella Roja.

Cuando al Glasgow Rangers de Graham Souness le tocó el Estrella Roja en la segunda ronda, el entrenador asistente Walter Smith fue enviado a Belgrad para investigar a un oponente de quien en ese momento se sabía muy poco. Al volver a Escocia, el informe de Smith fue deliciosamente directo, capaz de capturar la escala del desafío con una franqueza propia de Glasgow: "Estamos jodidos", rezaba.

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Cuando ambos equipos se enfrentaron, incluso el cosmopolita periodista de la BBC John Motson se quedó sorprendido por la facilidad con la que los yugoslavos destruyeron al equipo de Souness. "Estos jugadores lo hacen todo tan rápido…", comentó Motson mientras veía a Pančev anotar el 3-0. Más tarde, Souness admitió que su equipo jamás se había visto superado de una forma tan clara fuera de Escocia.

Binić, cuyos pies se movían a la velocidad de la luz —hasta el punto que una vez venció a un atleta yugoslavo en un anuncio para un periódico—, no era el único con derecho a fanfarronear del equipo. Todo el Estrella Roja estaba lleno de historias e hitos destacados por contar.

El defensa central Miodrag Belodedici había huido del régimen totalitario de Nicolae Ceaușescu en Rumanía en 1989, hecho por el cual fue condenado a 10 años de prisión en ausencia. Posteriormente se le anuló la condena. Belodedici fichó por el Estrella Roja siguiendo un sistema curioso: sencillamente, se presentó en el estadio y preguntó si necesitaban algún jugador. Siendo como era un campeón de Europa —había formado parte del Steaua de Bucarest que venció al FC Barcelona en la desafortunada final de Sevilla de 1986—, su oferta fue rápidamente aceptada con entusiasmo. Fue precisamente su buen sentido en la salida del balón lo que permitió a Prosinečki recibir en ventaja y habilitar a Binić frente al Bayern. En la final de Bari, Belodedici quería convertirse en el primer jugador capaz de ganar el torneo con dos clubes distintos.

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Para aprovecharse del trabajo de Mihajlović y Prosinečki, el Estrella Roja disponía de Pančev… y sobre todo, del devastador Dejan Savićević, para quien quedar únicamente en segundo lugar en la votación del Jugador Europeo del Año en 1991 fue poco menos que una injusticia. Savićević había estado a centímetros de mandar a Yugoslavia a las semifinales de una Copa del Mundo en Italia'90 tras jugar un partido estelar frente a Argentina; Pančev, por su lado, había marcado hasta 34 goles con el Estrella Roja —una cifra estelar que le había permitido hacerse con la Bota de Oro. Mihajlović, Prosinečki, Pančev y Savićević se repartirían por los grandes clubes europeos en los años siguientes, demostrando que el fútbol yugoslavo atravesaba una edad de oro.

Antes de todo esto, sin embargo, quedaba la pequeña cuestión de la final de la Copa de Europa, con un Marsella que había encantado a Europa con su delicadez ofensiva en su ruta hacia la final de Bari. El equipo de Tapie, entrenado por Raymond 'el Mago' Goethals, había anotado hasta 22 goles en su camino hacia la final. Ambos equipos, en realidad, llegaban con unas espectaculares cifras goleadoras: todos habían marcado al menos cuatro goles en cada ronda —el Marsella, de hecho, había metido hasta ocho frente al Lech Poznań polaco—.

¿Nos debería sorprender, pues, que Coleman lanzara su atrevida predicción? Quizás no tanto; al fin y al cabo, en esa tarde italiana se iban a enfrentar dos de los equipos visualmente más atractivos del continente —el estilo europeo contra la precisión balcánica— y el mundo esperaba impaciente.

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"Creo que fue la final más aburrida de la historia de la Copa de Europa", reflexionaba Mihajlović años después. El partido sumó dos horas de fútbol sin goles y apenas si mostró alguna de las capacidades ofensivas que había llevado a los contendientes a la final. Papin tuvo una ocasión de gol al inicio pero tiró fuera; más tarde, Waddle logró conectar un centro del mismo Papin, pero su cabezazo se fue más allá del poste.

A partir de ese momento, el partido rodó por la pendiente hasta una ronda de penaltis que al final pareció inevitable. ¿Cómo era posible que los dos equipos con un arsenal ofensivo más engrasado de Europa hubiesen ofrecido un producto tan pobre en el partido más importante de todos los que habían jugado hasta entonces?

"Si hubiésemos encarado el partido con mentalidad ofensiva, probablemente habríamos perdido. El Olympique era mejor que nosotros porque sus jugadores estaban más acostumbrados a jugar grandes partidos como ese", explicó Mihajlović. "Nuestro equipo estaba lleno de niños de 21, 22 y 23 años".

En la víspera del partido hizo acto de presencia la tentación. "No es un secreto", aseguró Mihajlović sobre el encuentro que tuvo lugar el 28 de mayo en el hotel del Estrella Roja. "Llevo mucho tiempo diciendo esto y nunca lo he negado: nos ofrecieron 500.000 [por perder el partido]. Rehusamos porque no va con nuestro carácter, pero todo el mundo sabe que sucedió". El mandato del Estrella Roja era claro: el trofeo volvería con ellos a Belgrado fuese por las buenas o por las malas. Pero, ¿cómo vencer a los Galácticos del OM?

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"Unas cuantas horas antes del partido, a siete de nosotros nos enseñaron vídeos de los partidos del Olympique", recuerda Mihajlović. "Recuerdo al entrenador Ljupko Petrović diciéndonos lo siguiente: 'Si les atacamos, nos quedaremos abiertos para sus contraataques'. A lo cual pregunté: 'Entonces, ¿qué debemos hacer?'. Su respuesta fue: 'Cuando recuperéis el balón, devolvédselo'. Así que pasamos 120 minutos en el campo sin prácticamente tocar el balón".

Era la cuarta vez que una final de la Copa de Europa debía decidirse desde el punto de penalti. Cuando llegó el momento clave, los planetas se estaban empezando a alinear a favor del Estrella Roja: en extraño capricho del destino, los organizadores de la liga yugoslava habían decidido esa temporada que los partidos que terminaran en empate se resolverían desde el punto de penalti, así que el equipo de Belgrado estaba acostumbrado a hacer frente a los nervios. La historia reciente también estaba de su lado.

El estadio San Nicola de Bari, llamado 'la Astronave', fue la sede de la Final de la Copa de Europa de 1991. Imagen vía WikiMedia Commons.

Para dos de los jugadores del Marsella, la posibilidad de decidir el partido desde los once metros era algo demasiado duro. 10 meses antes, Prosinečki y Savićević habían anotado en la tanda de penaltis maldita de los cuartos de final entre Yugoslavia y Argentina, pero Stojković, ex-Estrella Roja pero que entonces jugaba con el OM, había fallado. Cuatro días más tarde, Waddle también había mandado el balón por encima del travesaño frente a la República Federal Alemania: Inglaterra se había quedado fuera de la final. Ni Stojković ni Waddle quisieron tirar en Bari.

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En vez de ellos, el lateral derecho Manuel Amoros fue el primero en tirar para el Marsella. Stevan Stojanović, portero y capitán del Estrella Roja, detuvo su disparo. Ambos equipos anotaron los siguientes siete penaltis de forma mecánica hasta que Pančev puso fin a la tanda al superar al portero Pascal Olmeta en la pena máxima decisiva.

Mientras los jugadores celebraban con el famoso trofeo orejudo en las aguas del Mediterráneo, en casa su país empezaba a agrietarse. Para cuando el Estrella Roja inició la defensa del título en el siguiente mes de septiembre, la Yugoslavia que habían conocido los Mihajlović, Prosinečki y compañía apenas existía: la península balcánica había colapsado en una cruel guerra. La gran selección yugoslava que había estado a un paso de alcanzar las semifinales en Italia'90 no llegó a participar en la Eurocopa de 1992: el país se había roto, y la plantilla que había reunido el Estrella Roja de 1991 nunca volvió a jugar torneos internacionales.

"Podríamos haber seguido ganando durante años [si no hubiese sido por la guerra]", se lamenta Belodedici. "Algunos jugadores se habrían ido del Estrella Roja, pero teníamos una muy buena generación de jóvenes". Stojanović también se afligía, años más tarde, por el pensamiento de lo que podría haber sido: "La tragedia es que nunca sabremos cómo de buenos podríamos haber llegado a ser".

Un pequeño buceo en los archivos inflama inevitablemente la imaginación. El 1998, la Croacia de Prosinečki terminó tercera en la Copa del Mundo de Francia: ¿hasta dónde habrían llegado con la caballería del equipo de Belgrado al completo? Con Savićević alimentando una dupla formada por Pančev y el Bota de Oro Davor Suker, y con Mihajlović marcando el ritmo junto al temperamental Robert Jarni, ¿alguien habría podido detener a ese equipo en el Mundial de Francia? El fútbol nunca llegará a saberlo.

Un año después de la victoria de Bari, el equipo del Estrella Roja ya no existía. Prosinečki se fue al Real Madrid; Pančev, Mihajlović y Savićević se marcharon a la Serie A italiana y entre los tres terminaron sumando más de 400 apariciones. La herencia del Estrella Roja sería decisiva a la hora de reorganizar el mapa del fútbol europeo tras la caída del bloque soviético, pero desde entonces el flujo unidireccional hacia el Oeste del talento procedente de los Balcanes ha condenado a la región a la mediocridad en lo que a resultados europeos se refiere.

Los orgullosos fans de la antigua esfera yugoslava, sin embargo, tienen un consuelo: siempre les quedará Bari.