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Aislamiento en la cárcel

Cinco años después, el confinamiento solitario sigue atormentándome

Tras haber sido arrestado por posesión de heroína, pasé un breve periodo en régimen de aislamiento que me cambió la vida para siempre.

En cuanto entré en la habitación, rompí a llorar.

La sala era de un blanco sobrecogedor; casi parecía despedir luz propia. Y era muy pequeña. No había relojes ni ningún libro, aparte de la Biblia. La ventana estaba elevada, por lo que no se podía ver el exterior, y hacía un frío horrible.

Antes de mi primera reclusión, pensaba que eso de estar "en el agujero" no sería tan terrible. Me gusta pasar tiempo a solas, por lo que pensé que mataría el rato leyendo y que incluso podría llegar a disfrutar el aislamiento y la imposibilidad de relacionarme con otras personas. Sin embargo, pronto me di cuenta de que este castigo se parece más a ser enterrado vivo en un infierno blanco y luminoso.

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Cuando salí de aquella habitación, menos de una semana después, recuerdo tener la sensación de haber estado encerrado al menos un mes. Cada paso que me alejaba de la celda me aportaba una increíble sensación de alivio. Pensaba que la agonía mental había terminado. Sin embargo, en ciertos aspectos no había hecho más que empezar.

Entré en la cárcel en 2010. Tras nueve años luchando contra una adicción a las drogas surgida a raíz de una depresión, fui arrestado durante mi último año en la universidad por posesión de una gran cantidad de heroína. En aquella época me pinchaba a diario y pasaba droga para poder seguir consumiendo, además de hacer otras cosas de las que me arrepiento profundamente.

De los 21 meses que pasé entre rejas, solo estuve dos veces en régimen de aislamiento y durante unos pocos días en cada ocasión. La primera vez no fue como castigo, sino porque no había suficiente espacio en la prisión que me habían asignado y me trasladaron a otra, en la que pasé varios días en solitario hasta que pude integrarme con el resto de la población. La segunda vez sí que fue una medida punitiva por lo que yo considero una acusación más que cuestionable y un error burocrático.

En ninguna de las dos ocasiones sabía cuándo iba a salir de allí. Recuerdo que pensaba: ¿Me dejarán salir algún día? ¿Se habrán olvidado de que estoy aquí? Mientras tanto, pasaba los días llorando, hablando conmigo mismo o golpeándome la cabeza contra la pared.

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Una vez incluso me eché leche por la cabeza para comprobar si todavía era capaz de sentir algo, si seguía vivo.

Luego empecé a reflexionar sobre si realmente quería seguir con vida y a pensar en formas de suicidarme. Si me golpeaba contra la esquina de la mesa con el ángulo adecuado, tal vez sería suficiente. ¿Podría pasar una cuerda por el conducto de ventilación?

La segunda vez, lo llevé un poco mejor que la primera, aunque aun así fueran los peores días de mi vida. Y eso es mucho decir para una persona que ha pasado nueve años adicta a la heroína.

Cuando me soltaron por segunda vez, después de lo que se me antojó una eternidad, enseguida me di cuenta de que la pesadilla no había terminado.

Al principio sufría temblores y me ponía nervioso; temía hacer algo que pudiera ofender a los dioses de la penitenciaría y acabar nuevamente en el agujero. Llegó un momento en que, cada vez que ingresaba un nuevo recluso y había alguna posibilidad de que me encerraran en una celda de aislamiento, directamente recogía todas mis cosas y me preparaba para ir y esperaba a que me recogieran, meciéndome hacia delante y hacia atrás presa de la ansiedad. Desarrollé una serie de rituales para alejar el miedo al aislamiento. Finalmente, un día acudí al personal de salud mental del centro para solicitar medicación contra la ansiedad.

Creí que cuando saliera de allí, las cosas mejorarían; pero no fue así: empecé a soñar que me volvían a encerrar en aislamiento, y a veces me despertaba gritando.

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Con el tiempo, las pesadillas fueron desapareciendo, pese a que la ansiedad se negaba a abandonarme. Todavía hoy me sigue, todos los días. A veces siento que una parte de mí se quedó encerrada en aquella celda, esa parte que me ayudaba a obsesionarme y preocuparme un poco menos.

Según Terry Kupers, profesor y psiquiatra del Wright Institute y autor del libro Solitary: The Inside Story of Supermax Isolation and How We Can Abolish It, mi reacción no es tan inusual. Tras haber sido sometido a un periodo de confinamiento, la ansiedad "es uno de los síntomas más comunes", me aseguró. Dependiendo de cada persona, pueden surgir otros efectos.

"Se parece un poco al SEPT", señaló Kupers. "Muchas personas que han ido a la guerra han vivido experiencias traumáticas, pero solo algunas desarrollan síntomas de SEPT.

"Diría que cerca de una cuarta parte de las personas sufren pánico debido al aislamiento", agregó, haciendo referencia a un término acuñado por su colega Hans Toch para definir las reacciones intensas e inmediatas a la soledad del aislamiento.

Kupers señala que pueden darse otros síntomas como ansiedad, trastorno del pensamiento, problemas de memoria, de concentración, trastornos del sueño e ira.

A otros reclusos, en cambio, no parece afectarles este tipo de castigo.

En nueve años en la profesión, la exfuncionaria de prisiones federales Regina Hufnagel solo recuerda haber visto a un recluso pasarlo verdaderamente mal en aislamiento.

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"Un día me dijo que los faldones rosas del somier de su cama estaba haciendo algo raro", recuerda. Obviamente, su cama no tenía ningún faldón, y si lo hubiera tenido, no habría sido rosa.

No obstante, Hufnagel posiblemente no haya presenciado más efectos negativos causados por el confinamiento solitario debido a que en su centro "no lo usaban tan a menudo".

"Creo que hay un consenso generalizado sobre los efectos perjudiciales que tiene someter a alguien a régimen de aislamiento", me explicó Hufnagel, y agregó que, pese a ello, considera que tiene cierto valor como herramienta disciplinaria si se usa adecuadamente.

Actualmente, en un día normal hay al menos 65.000 personas en confinamiento solitario en todo EUA, si bien las características del mismo varían considerablemente en función del centro. Hace poco, VICE dio visibilidad a un proyecto de confinamiento solitario en el que el cineasta James Burns, que en su juventud pasó temporadas en prisión, decidió someterse voluntariamente a un mes de aislamiento en la prisión del condado de La Paz, en Arizona. Se instalaron cámaras en la celda para documentar todo el proceso.

El confinamiento solitario puede resultar incluso más tormentoso de lo que pueda parecer al observador. En ocasiones, las celdas pueden ser más inhóspitas; a veces los reclusos no disponen de libros ni material para escribir. A veces el confinamiento se prolonga durante años, en vez de días o semanas.

Con esto no quiero decir que Burns lo tuviera fácil en su experimento. Si se parece en algo a mí, no hay privilegios o comodidades que puedan aliviar la experiencia del confinamiento en soledad.

Y si los hubiera, eso sería solo el principio: todavía queda lidiar con la vida en el exterior.

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Traducción por Mario Abad.