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Por fin, el discurso de aceptación del Nobel de Aung San Suu Kyi

Fui a la ceremonia en Oslo para pedirle una cita.

(Oslo) Aceptémoslo. No se puede ser objetivo sobre Aung San Suu Kyi. La mujer es considerada una santa, una que junto a Nelson Mandela y el Dalai Lama conforma la Santísima Trinidad de los héroes políticos de la actualidad.

El pasado fin de semana marcó el primer viaje de Suu Kyi a Europa en 24 años — y su segundo viaje fuera de Myanmar (ex Birmania), donde estuvo encarcelada o bajo arresto domiciliario durante más de 15 años, tras la victoria parlamentaria en 1990 de la Liga Nacional para la Democracia (partido al cual sirve como secretaria general). Desde entonces, la junta militar en el gobierno de Myanmar le otorgó permisos especiales para viajar, pero Suu Kyi permaneció en Rangoon por temor a que si salía del país no se le permitiría regresar. Incluso cuando su esposo Michael Aris, yacía moribundo en Londres, The Lady, como la llamaban algunos defensores que no se atrevían a pronunciar su nombre, permaneció en casa, continuando con su lucha pacífica por una reforma demócratica, lucha que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1991. Razón por la cual ella y yo viajamos a Oslo. Después de todos estos años, finalmente dará su discurso de aceptación (sus hijos aceptaron el galardón, junto con el millón de dólares que los acompañan, en su nombre hace más de 21 años).

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Cuando VICE aprobó este artículo, comencé a buscar a Suu Kyi para entablar una entrevista exclusiva. Incluso los diplomáticos del Ministerio de Relaciones Exteriores noruego desconocían su itinerario a una semana de su llegada al país. Suu Kyi es quizá la única superestrella del mundo sin una sofisticada maquinaria de relaciones públicas detrás. En cierta forma es algo agradable. Será interesante ver cuanto tiempo le dura.

Cuando Suu Kyi fue puesta en libertad en noviembre de 2010, la prensa y líderes del mundo corrieron a su puerta, ansiosos por escuchar de su boca si la junta militar de Myanmar hablaba en serio sobre una reforma política. Las sanciones económicas se terminaron poco a poco, y en las elecciones de abril, Suu Kyi y otros 40 miembros del NLP ganaron asientos en el parlamento. Mientras las sanciones desaparecían, los inversionistas comenzarona  evaluar la situación. Pero Suu Kyi dijo que la prioridad para Myanmar era un sistema obligatorio de educación secundaria para su población, ésta mayoritariamente rural y poco educada. Y eso fue lo que señaló el mes pasado durante el Foro Económico Mundial en Bangkok, agregar reformas democráticas debe ser visto con un "escepticismo saludable". Dio la bienvenida a las inversiones pero advirtió sobre la posible corrupción e insistió que, en su opinión, las inversiones implican trabajos. Y trabajo para muchos. En el pasado, explicó, sólo la élite en Myanmar se beneficiaba de la inyección de capital extranjero.

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Después de discurso en Oslo, Suu Kyi visitará Irlanda, Francia y Gran Bretaña, donde hablará frente a las Casas del Parlamento en el Salón Westminster, un honor reservado a los líderes de estado realmente emblemáticos. Como dijera el Daily Mail: “La Mariposa de Acero opaca ahora a figuras como el Emperador de Etiopía, Haile Selassie, Nikita Khrushchev, los presidentes estadunidenses Bill Clinton y Ronald Regan, y los presidentes franceses Mitterrand, Chirac y Sarkozy, quienes fueron recibidos en la Galería Real".

Lo que quería saber de esta increíble mujer era mucho más personal. Durante años he estado enamorado de Suu Kyi. ¿Qué hombre inteligente de cierta edad no lo estaría? Esquire la incluyó en su número de 2010 sobre las "Mujeres que amamos", y la llamó "Una de las mujeres con vida más sensuales". Y para ser honesto, se me ocurrió que seríamos una buena pareja. Durante 40 años, yo también he puesto mi vida en la línea por la noble causa del periodismo, todo en beneficio del público lector. Todavía cargo mi copia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la cartera; y me hospedé en la casa de invitados del Dalai Lama durante casi una semana. Estaba casi seguro que dado el momento correcto, Suu Kyi y yo podríamos encontrar algo en común. Podía fácilmente imaginar esa cena casual, seguida de un baile, el olor a orquídeas en su cabello mientras nos deslizamos lentamente al ritmo de Cole Porter.

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La Gira 2012 de Aung San Suu Kyi comenzó en Ginebra, donde habló ante la Organización Internacional del Trabajo, una agencia de las Naciones Unidas que busca eliminar el trabajo forzado, una epidemia particularmente fuerte en Burma. Después, durante su visita a Bern, se reportó enferma (sus asistentes dijeron que se debía al cansancio y al jet lag). Mientras tanto, recibí información del ministros de relaciones exteriores de Noruega: la vista de Suu Kyi estaría fuertemente restringida y organizada en un sistema de pequeños "lotes" mediáticos. Era obvio que obtener una exclusiva para VICE sería altamente problemático, y que requeriría de muchas astucia y horas de vigilancia en las afueras de su hotel.

No sé que fue lo que inspiró al artista noruego más famoso, Edvard Munch, a pintar El Grito, pero no me sorprendería si me dijeran que se topó con la misma presencia autoritaria que yo en la casa de huéspedes oficial del primer ministro. La conferencia de prensa de Suu Kyi aparecía como "abierta" a todos los medios. Nos pidieron que nos reportáramos dos horas antes para una revisión de seguridad obligatoria, pero tras presentar mis credenciales, las cuales me identificaban como un miembro legítimo de la prensa, el nazi que cuidaba la puerta me dijo que esperara mientras los representantes de los medios más grandes eran recibidos con los brazos abiertos. Cuando expliqué que esto no era justo ni aceptable, un segundo guardia apareció de la nada y me dijo que me alejara. Había más de 350 periodistas acreditados para cubrir al Premio Nobel, y sólo 72 asientos en el pequeño salón. Si sobraba espacio, sería admitido, junto con otros "marginados" que se encontraban conmigo en el mismo predicamento. Pero incluso cuando no había nadie más a quien admitir, nos dejaron esperando. Por suerte, sobraron algunos lugares, y después de recibir la autorización, tomé asiento en la primera fila. Resultó ser el mejor momento de mi día. Resultó que la joven mujer que estaba sentada junto a mi, había pasado el último año viviendo en Myanmar, grabando un documental sobre Suu Kyi, y conocía a la mujer "tan bien como era posible conocerla". Era una fuente de anécdotas y datos sobre Suu Kyi; todo desde la razón por la cual Ma Suu (la tía Suu) siempre usaba flores en el cabello (el padre de Suu Chi colocó su primera flor ahí cuando ella era niña) hasta el por qué de su compleja relación con su hijo mayor, Alexander, quien ahora vive en Nueva York. "Se deslindó de ella tras la muerte de Michael. Y ni siquiera está aquí para verla recitar su discurso para el Nobel. Es muy bizarro". B. (omitiré su nombre) estaba de acuerdo con un diplomático inglés que me dijo que Suu Kyi era "dictatorial" a su manera, no tolera disputas dentro del NLD, y ha despedido a miembros del partido que no concuerdan con ella. "¿Pero cómo criticarla?" Pregunté retóricamente. "Es como criticar a… Dios. Aunque para ser honesto, me cuesta trabajo entender cómo pudo dejar que su esposo muriera solo… abandonada con sus hijos. Es decir, ¿crees que alguna vez se sienta culpable?"

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—Nunca habla de nada personal —dice B. —Habla sólo en los términos más generales. Es MUY calculadora. Casi como una reina…

—Como una reina —me reí. —¿Se maquilla y se peina ella sola?

—Sí. Y otra cosa: nunca usa el mismo atuendo dos veces.

—Se preocupa por su look. ¿Qué hay de su vida amorosa?

—¿Cuál vida amorosa?

—¿Nunca? ¡En serio! ¿Casada con su causa? —Aquí el expliqué a B. mi agenda secreta. —¿Crees que le guste Cole Porter?

—¿Por qué no le preguntas? —B. se rio. —Reeditaría mi película para incluir ESE material.

Unos momentos después se sintió un revuelo entre la prensa mientras el Primer Ministro noruego Jens Stoltenberg, acompañado de su invitada espacial, entraba a la sala. No importa cuántas veces hayas visto a alguien en fotografías o en televisión, ver a esa persona frente a ti te hace sentir nuevas emociones. Y lo que sentí inmediatamente después de que Suu Chi tomara su lugar detrás del podio, fue los frívolas, quizá ofensivas incluso, habían sido mis fantasías sobre nuestro encuentro social. Suu Kyi se veía cansada, pero la fatiga no comprometía su determinación. Era un presencia imponente, con un carisma y una actitud que podrían fácilmente pasar por arrogancia si uno no supiera los años de sufrimiento y sacrficio que vivió. A una semana de cumplir 67 seguía siendo hermosa, pero no la misma alucinante reina de belleza que debió ser cuando ganó el Nobel. Era obviamente más madura. No podía imaginar cómo habría sido a sus 26, cuando se casó con Michael; pero la palabra espectacular me viene a la cabeza. Parecía más lejana que Mandela, y definitvamente que el Lama, a quienes he conocido en varias ocasiones. Aún así, no había duda que pertenecía a esa esfera de élite. En resumen, esta era una mujer comprometida con su causa para promover los derechos humanos y la democracia en Myanmar, y nada más importaba. Además, si realmente era calculadora, estaba seguro que era por las razones correctas. Pensé que el sobrenombre Mariposa de Acero era adecuado, sólo que descontaba la importancia que ella le daba a la esencia de la bondad, profundamente arraigada por su filiación a las tradiciones budistas. También me di cuenta que si yo estuviera a cargo de su tour europeo, nunca habría permitido una agenda tan exhaustiva. Físicamente, Suu Kyi es pequeña y potencialmente frágil. De hecho me comencé a sentir un tanto preocupado por su salud. Como periodista, nunca antes había tenido ese sentimiento.

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La sala de prensa no era precisamente tradicional. Una vocera del primer ministro llamó a cuatro reportes previamente seleccionados con preguntas sobre Myanmar de hoy, las cuales eran un llamado a escuchar las mismas respuestas que ya habíamos escuchado en Suiza. Sólo cuando Steven Erlanger del New York Times le recordó sobre su último encuentro (con su esposo) en 1989, pude ver la sorpresa en el rostro de Suu Kyi. Erlanger después le preguntó si tras ser amordazada durante su confinamiento en Myanmar, todavía se sentía un tanto silenciada durante su viaje por un sentimiento de responsabilidad hacia su gente. "Nunca me he sentido amordazada en ningún momento, ni siquiera cuando estuve bajo arresto domiciliario", respondió bruscamente. "Siempre que estuve en una posición de enviar un mensaje, dije exactamente lo que creí que debía decir". La conferencia de prensa duró unos 20 minutos. Después le pregunté a Erlanger si había sentido que su matrimonio estaba deteriorándose en el '89. "Después de todo, ¿cómo rayos abandonas a tu esposo en su lecho de muerte?"

“Te entiendo”, dijo Steven. “No, creo que todavía había amor, pero él entendía su compromiso. Pero, sí, dejarlo morir… es una locura. Por supuesto, creo que tenían un acuerdo".

Más tarde, durante la entrevista con Scott Pelley de CBS, Suu Kyi dijo que nunca estuvo tentada a dejar Myanmar, ni siquiera cuando Michael estaba muriendo. "Creo que el país debe ser más importante para cada uno de nosotros, que nuestros sentimientos personales y privados", explicó como si se trata de un hecho.

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***

Desperté el sábado por la mañana feliz al descubrir que el desayuno estaba incluido con mi habitación. Oslo es una de las ciudades más cara en Europa (la noche anterior, un sándwich, un ginger ale, y un café me habían costado casi 900 pesos). Un amigo en el Ministerio de Relaciones Exteriores me ofreció un lugar en el Ayuntamiento, donde Ma Suu daría su discurso del Nobel, pero mientras esperaba un taxi comencé a desvanecer. Las rodillas se me vencieron. Al principio creí que se trataba de algo pasajero, pero no lo fue. Regresé a mi habitación y me desmayé. Una hora más tarde, estaba seguro de que no llegaría al Ayuntamiento y envié mi disculpa por correo. Lo mejor que podía hacer era grabar el discurso, el cual sería transmitido en vivo en varios canales internacionales. Si hubiera sido cualquier otra persona, me habría olvidado por completo del discurso y me habría ido a dormir.

Vestida de morado con una bufanda lila, Suu Kyi traía puesto su quinto atuendo en las útlimas 24 horas desde su llegada. Como siempre, se veía elegante y equilibrada mientras Thorbjom Jagland, presidente del Comité del Nobel, la presentaba ante el público como una "voz moral para todos… un hermoso regalo a la comunidad internacional", y detallaba sus años de sacrificio. Decir que fue un evento histórico no sería una exageración. A Suu Kyi le había tomado 21 años llegar aquí y todos, desde el rey y la reina de Noruega presentes en la habitación hasta el portero filipino de mi hotel viendo el evento por televisión, sabían que estaba presenciando algo extraordinario.

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Suu Kyi contó que en varias ocasiones le habían preguntado lo que significaba para ella haber ganado el Nobel, así como el significado de la palabra "paz". Dijo que hoy era el momento más apropiado para responder con plenitud. Cuando escuchó las noticias en la radio, recordó, no le pareció algo real porque, mientras estuvo bajo arresto domiciliario, ella no se sentía parte del mundo real. Pero el Premio Nobel la hizo real una vez más, "y aún más importante", dijo, "el premio hace que el mundo concentre su atención en la lucha por la democracia y los derechos humanos en mi país".

“Se olvidaba”, dijo Suu Kyi, "es morir un poco y perder los lazos que nos anclan al resto de la humanidad". Al entregarle el premio, el Comité del Nobel reconoce que los oprimidos y aislados en Myanmar son también parte del mundo, parte de esa unicidad de la humanidad; reforzó su convicción de que la lucha por la democracia y los derechos humanos trasciende fronteras. Y por lo tanto "el premio abrió una puerta en mi corazón".

"Todos los días, en todos lados, hay fuerzas negativas que carcomen los cimientos de la paz", explicó Suu Kyi. "La guerra no es la única arena en donde la paz se busca hasta la muerte. Donde sea que se ignore el sufrimiento, habrá semillas de conflicto… pues el sufrimiento degrada, amarga y enfurece".

Suu Kyi dijo que durante sus años de aislamiento, hizo uso de su entrenamiento budista para cavilar sobre el concepto del sufrimiento y pensó en los presos de conciencia y los refugiados, en los trabajadores migrantes y las víctimas del tráfico humano, "en esa gran masa de los desarraigados en la Tierra, alejados de sus hogares, separados de sus familiares y amigos, obligados a vivir sus vidas entre extraños que no siempre les dan la bienvenida".

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Pero ella era afortunada, dijo, "de vivir en una época en la que la preocupación por los presos de conciencia se ha vuelto una preocupación para personas en todos lados… una época en la que la democracia y los derechos humanos son amplia, sino es que universalmente aceptados como un derecho de nacimiento para todos".

Dijo que sacó fuerzas de leer y releer el preámbulo a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual citó extensivamente. Cuando se le preguntó por qué luchaba por los derechos humanos en su país, dijo que uno sólo necesitaba leer pasajes de la Declaración para entender.

Y aunque era moderadamente optimista sobre los cambios en Myanmar, no quería motivar una "fe ciega" porque todavía hay presos de conciencia en su país. "Estoy aquí parada porque alguna vez fui presa de conciencia", dijo. "Mientras me ven y me escuchan, por favor recuerden la verdad tantas veces reptetida, ¡un preso de conciencia es un preso de más!" Después instó a todos a recordar a esos presos y a pedir su liberación inmediata e incondicional.

Suu Kyi delineó brevemente la historia de Myanmar desde su independencia en 1948 y reconoció las tensiones étnicas y asesinatos que ocurren todavía. Aunque tiene esperanzas de que los cambios recientes ayuden a mejorar el clima de paz, dijo que "el papel de la comunidad internacional es vital para garantizar el desarrollo y la ayuda humanitaria, los acuerdos bilaterales y las inversiones deben ser coordinadas y calibradas para garantizar que promuevan un crecimiento social, político y económico, que sea equilibrado y sustentable".

Más elocuente que muchos de los oradores que he escuchado, Suu Kyi reconoció que "la paz absoluta en el mundo es un objetivo inalcanzable, pero uno hacia el cual debemos dirigir nuestro viaje; nuestros ojos fijos sobre él, igual que un viajero en el desierto fija sus ojos en la estrella que lo llevará a su salvación".

Por último, relexionó sobre el valor de la bondad. "Todo acto de bondad que he recibido, pequeño o grande, me ha convencido de que no puede haber suficiente en el mundo. Ser bondadoso es responder con una sensibilidad y calidez humana a las esperanzas y necesidades de otros. La muestra más breve de bondad puede iluminar un corazón agobiado. La bondad puede cambiar la vida de las personas. Noruega ha realizado un acto ejemplar bondad al proporcionar una hogar para los desplazados de este mundo, ofreciendo un santuario para aquellos que han sido desenganchados del ancla de seguridad y libertad de su tierra natal… al final nuestro objetivo debe ser crear un mundo libre de desplazados, indigentes y desahuciados, un mundo en el que cada esquina sea un verdadero santuario donde todos los habitantes tengan la libertad y la capacidad para vivir en paz. Cada pensamiento, cada palabra y cada acción que añade a lo positivo y la suma total es una contribución a la paz. Cada uno de nosotros es capaz de hacer dicha contribución. Unamos nuestras manos para intentar crear un mundo de paz en el que podamos dormir seguros y despertar alegres".

Mientras Daw Aung San Suu Kyi daba las gracias una vez más al Comité del Nobel y a las personas del mundo por su apoyo, la ovación en el Ayuntamiento de Oslo fue más larga y estrenduosa que la que recibió al empezar. Su discurso de aceptación del Nobel llegó 21 años tarde, pero fue un increíble tour de force. Y me puso a pensar: al diablo con mis pendejadas de conseguir una cita. Simplemente estar en la misma habitación con ella fue un privilegio.