FYI.

This story is over 5 years old.

Comida

Cómo ser chef me hizo adicto al sexo

Para mi el calor es un catalizador. Hay algo tan animalesco en cómo el cuerpo humano reacciona al calor, la transpiración, la ruborización de la piel, la respiración pesada y la cocina es el ambiente perfecto.
Foto von Marty Desilets via Flickr

Exchef, 33, Londres Las cocinas profesionales tienen su propio microclima. El aire está lleno de grasa, humo y el olor picante de los uniformes de cocineros sudados. No importa qué temperatura haya afuera, durante el servicio puedes llegar a sentirte como si estuvieras atravesando el desierto del Sahara.

Soy uno de esos hombres que, en los meses cálidos, se vuele Proustiano. Las piernas expuestas, clavículas y escotes me ponen loco. Trato de contenerme, pero sí hay algo que me hace sentir como un adolescente, son las imágenes de piel femenina al descubierto.

Publicidad

Como una tormenta puede causarnos una rara sensación en las entrañas, para mi el calor es un catalizador de la cachondés. Hay algo tan animalesco en cómo el cuerpo humano reacciona al calor – la transpiración, la ruborización de la piel, la respiración pesada. Y mientras no podría culpar mi (auto-diagnosticada) adicción al sexo a lo caluroso de mi ambiente laboral, en verdad creo que lo ha influido.

"Cuando el sexo – o cualquier tipo frecuente de contacto humano – está a flor de piel, empiezas a analizar tus opciones."

Sí, leíste bien, adicción al sexo. Antes de trabajar en cocinas era un estudiante aplicado que le gustaba la marihuana y leer McSweeney's. Tenía una vida sexual normal – no demasiada en la forma de relaciones estables y duraderas, pero una decente cantidad de buen, sastisfactorio sexo con mujeres que me gustaban mucho y quería satisfacer. Esto cambió cuando decidí abandonar la idea de una carrera en diseño gráfico y seguir algo que realmente me provocaría un cosquilleo en el estómago: cocinar.

En mi primer trabajo, en un restaurante muy exitoso de Soho, no había tiempo para ver a las camareras. Era un chef-de-partie, responsable de preparar las fuentes, y de recortar a la francesa las costillas de cordero . Trabajaba 16 horas al día. Me despertaba, me tomaba dos cafés esspresos, iba a trabajar, volvía a casa y me dormía vestido. Seis días a la semana. Apenas levantaba la cabeza para hablar con cualquiera de mis compañeros en la cocina, muchísimo menos a esos que trabajaban adelante. A pesar de que mi cuerpo entró en el ritmo – en un momento llegué a tener una curita en cada dedo y una quemadura en mi muñeca que exponía la carne – me encantaba. Ir a trabajar para hacer comida de ese tipo y que me pagaran por ello, para mi era un sueño hecho realidad.

Publicidad

Fue cuando empecé mi segundo trabajo como sous-chef junior en otro lugar exitoso del centro de Londres, que sentí que estaba cambiando. Cualquier chef te dirá que, hasta que llegues al punto en donde puedas abrir tu propio restaurante y puedas dictar tus propias horas, en general no tienes vida. El prospecto de tener una relación es ridículo – lo intenté, por un corto período, pero sólo verla después de la medianoche o por las pocas horas del domingo que estaba despierto, y hizo que pronto – y con razón – me pidiera un tiempo. Pero, cuando el sexo – o cualquier tipo de contacto humano íntimo frecuente - está a flor de piel, empiezas a analizar tus opciones.

"Llegó al grado en el que estaba regularmente teniendo sexo con las camareras. Y no con una a la vez."

No creo que me haga sonar como un pervertido decir que, como hombre, necesito tener sexo seguido. Una paja rápida en la ducha antes del trabajo no es suficiente – necesito poder oler el aroma del pelo de una mujer, su piel, la diferencia en nuestras anatomías. No quiero sólo autocomplacerme.

Y entonces me encontré, en todas esas horas calientes y sudorosas en la cocina, con más y más ganas de tener sexo de las que había tenido en mi vida. Coqueteaba con las camareras como si no supiera hacer otra cosa. Al final del servicio, iba y me sentaba en el bar con las bartenders, burlándome de los clientes raros, y eventualmente, llegue a un punto en donde tenía sexo regularmente con las camareras. Y no con una a la vez tampoco. Resultó que todos se cogían entre sí. La mayoría de las camareras donde trabajaba se hacían su camino entre los de la cocina. Bien por ellas.

Publicidad

Existía un respeto mutual e implícito en nuestros encuentros. No queríamos compromisos. No queríamos locas declaraciones de amor. Queríamos sexo rápido, excitante y sudoroso al final del trabajo, un cuerpo tibio con el que ir a dormir.

A mi me pareció bien esto por algunos años. En cualquier nuevo restaurante en el que trabajara, mientras ascendía de rango, llegaba siempre al punto donde había dormido con todas las camareras. Mis pensamientos se convirtieron más sucios también. Presentaba al equipo y me veía a mi mismo haciendo un detallado análisis en mi cabeza, preguntándome que tipo de sexo le gustaría. En algunas instancias vocalizaba esos pensamientos con otros chefs. Que nadie te diga lo contrario: un grupo de hombres en un ambiente cerrado, caluroso, y cargado de tensión da lugar a conversaciones horrendas. Aún cuando no crees en realidad la mitad de las cosas que dices, hay una especie de regla silenciosa de que debes tratar ser el más vulgar en todo momento. Si hay una mujer en la cocina se baja el nivel, pero en mi experiencia se pone tan vulgar como es posible. Es genial.

"Disfrutaba una vida en la que pudiera trabajar por horas, evitar cualquier realidad de compromiso con una mujer, y tener grandes cantidades de sexo casual."

De cualquier forma, con el tiempo – fui chef profesional por ocho años – empezó a no gustarme el tipo de hombre en el que me estaba convirtiendo. Mirando atrás se que estaba, a pesar de mis cualidades y experiencia, dejando pasar la oportunidad de poner mi propio restaurante o tomar un rol serio de propietario en algun lugar. Dios sabe que tuve ofertas. Rechacé un trabajo prestigioso en un lugar de dos estrellas en en cierto punto. ¿Por qué? Porque mi experiencia diaria era confortable. Disfrutaba una vida en las que podía trabajar por horas, evitar cualquier tipo de compromiso con una mujer, y tener grandes cantidades de sexo casual.

Publicidad

Era, para llamarlo de alguna manera, adicto a cogerme camareras.

Llegó a un punto en donde me empecé a sentir como una peste sexual. Me vi a mi mismo tirándole frases a las camareras que nunca había dicho antes, mirando complicadamente bajo sus blusas y sus traseros cuando cruzaban la puerta. Rezaba para que una mano acariciara la mía cuando se llevaban un plato de comida. Así de ridículo se puso.

Crecí en una familia de mujeres sin ninguna figura masculina. Mi padre un músico en tour, cansado y descepcionado – nos dejó cuando éramos muy jóvenes, y tanto mi madre como mis hermanas mayores me inculcaron el respetar seriamente a las mujeres. Así, que en términos de experiencia formática, no había nada que apuntara al tipo de relaciones que tuve con las mujeres como adulto. Nunca vi a mi padre ser horrible con mi madre, o ningún otro hombre ser malo con una mujer. Pero tal vez ese sea el punto, nunca vi a ningún hombre comprometerse.

"Me doy cuenta de que todo lo anterior me hace ver como un cachondo adolescente de mierda sin autorespeto o control sobre su pene, y hacia el final de mi carrera como chef, era así como me sentía.

"

Es ridículo para mi el atribuir mi adicción al sexo casual – no lo compliquemos, eso es lo que era – a trabajar en una cocina, y evidentemente a tener todo tipo de problemas de relaciones y de compromiso que ahora estoy consultando con un especialista. Pero hablando cronológicamente, ese ambiente de trabajo definitivamente sacó lo peor de mi.

La vida de chef me permitió disfrutar de intimidad al terminar el trabajo que saciaba mis necesidades físicas. Esas horas significaron que me convencía a mi mismo de que no había otra forma en la que pudiera vivir, que esto era lo que quería hacer, en lo que era bueno, y que debía aprovecharlo al máximo. Si mis únicas relaciones ocurrieron en la oscuridad, con mujeres que estaba en la misma posición de "sólo quiero una cogida rápida" , creía que estaba bien. Pero por supuesto no lo estaba. Me estaba escondiendo de mi mismo, de un miedo profundamente arraigado de rechazo.

Dejé de ser chef al principio de este año después de que finalmente empezara a ver a alguien, siguiendo el consejo de una chica a la que he estado luchando con mantener interesada en mis rdículos patrones. Me costó muchísimo hacerlo, pero entre los turnos de trabajo, un día subí al subte y fui a ver a un tipo en el norte de Londres que me sugirió, en términos no muy certeros, que lo que estaba haciendo no era nada saludable. Me dijo que se daba cuenta que quería intimidad real, alguien que pudiera igualar mi –aparentemente de otro mundo- impulso sexual, pero que me diera cierta estabilidad, afecto, risa y otras cosas. Solamente me autoconvencí de que no lo necesitaba.

Me doy cuenta que todo lo anterior me hace ver como un pervertido adolescente de mierda sin autorespeto o control sobre su pene, y hacia el final de mi carrera como chef, era así como me sentía. Ahora me estoy re ajustando a una nueva vida, haciendo diseño gráfico como freelance. He vuelto a ver al terapeuta quien me está ayudando a realinear mis pensamientos de 'estoy cachondo y necesito sexo casual todo el tiempo', porque cuando conozca a la mujer indicada, le quiero dar todo.