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Identidad

La Condesa de Castiglione fue la reina del selfie mucho antes que Kim Kardashian

La Condesa de Castiglione estaba obsesionada con su propia belleza y ejecutó meticulosamente la dirección artística de cientos de retratos de sí misma a lo largo de toda su vida. Aunque muchos la despreciaron por su egocentrismo, el conjunto de su obra...
Photo via Wikipedia

Imagínate: una mujer sentada con el rostro perfectamente vuelto de perfil, su piel brillante recortándose contra el fondo. Lleva un vestido enorme, con varias capas de enaguas adornadas con anchas cintas de encaje. Lleva brazaletes en ambas muñecas y el cabello parcialmente recogido, con un tirabuzón cayendo sobre su cuello. Tras ella hay un niño sentado, con el rostro borroso y fantasmagóricamente movido. Pero el aspecto más intrigante de la imagen es uno de sus componentes más pequeños: el espejo de mano que sostiene la mujer. Tiene forma ovalada y muestra un reflejo parcial de su rostro (los ojos, la nariz, la parte superior de sus labios). En este fragmento de reflejo, su mirada es constante y está fijamente dirigida a la lente de la cámara.

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De hecho, puede que no te haga falta imaginarlo. Puede que ya hayas visto esta imagen. Es el tipo de cosa que surge de forma habitual por todo internet, fuera de contexto y sin especificar su fecha de origen. Suscita la cantidad precisa de intriga, por el modo en que están dispuestos los objetos y los espejos y también por su ambiguo mensaje: ¿Vanidad? ¿Auto conocimiento? ¿Artificio? ¿Voyerismo? ¿Juego? ¿O quizá otra cosa completamente distinta?

Dejaba que la gente la admirara como si fuera un templo… Casi nunca hablaba con mujeres

Sea cual sea la interpretación que se escoja, probablemente será acertada. El sujeto de la foto ―una mujer llamada Virginia Oldoini, más conocida como Condesa de Castiglione— posó para cientos de inquietantes y extrañas fotografías en el transcurso de 40 años, entre 1856 y 1895, y el conjunto de obras resultante lleva intrigando a la gente desde hace generaciones. Sin embargo, no era una simple musa o una modelo pasiva: la condesa ejecutaba obsesiva y fastidiosamente la dirección artística de cada foto, a veces incluso eligiendo el ángulo de la cámara o retocando a mano las imágenes una vez impresas.

Foto vía Getty

En años recientes, la condesa ha recibido innumerables calificativos, desde "reina del selfie" hasta "narcisista suprema" o "icono sexual de la época victoriana". Pero durante su vida se la conocía como "milagro de belleza", como "Venus descendida del Olimpo"… Aunque, tal y como indicó uno de sus contemporáneos, estaba tan obsesionada consigo misma que "tras unos breves instantes empezaba a ponerte de los nervios". Otro escribió que, en las reuniones, "dejaba que la gente la admirara como si fuera un templo… Casi nunca hablaba con mujeres".

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Escribiendo acerca de sí misma en tercera persona, la condesa dijo, "El Padre Eterno no sabía lo que estaba creando el día que la envió al mundo; modeló y modeló la arcilla y cuando hubo terminado, contempló su maravillosa obra y quedó sobrecogido. La dejó en un rincón sin asignarle un lugar".

La historia de la condesa empieza a mediados del siglo XIX, cuando contrajo matrimonio con un conde italiano a los 17 años de edad. Casi dos años después de casarse, en 1855, fue enviada a París junto a su marido. Le habían encomendado una misión secreta: persuadir al Emperador Napoleón III para que accediera a la unificación de Italia. (Su primo, el ministro Camillo Cavour, al parecer le dijo que lograra el éxito "del modo que tú prefieras, ¡pero consíguelo!"). De modo que ignoró las rutas diplomáticas habituales y sedujo al emperador convirtiéndose en su amante.

El romance duró poco, menos de un año, pero tanto si la relación se entabló por negocios como por placer, ayudó a la condesa a establecer una reputación de inmediato. Todas las miradas se volvían hacia ella cuando entraba en una habitación y sus trajes eran lo más comentado en la corte. En cierta ocasión, apareció en un baile osadamente cogida del brazo del emperador, vestida como la Reina de Corazones, lo que provocó que la emperatriz espetara furiosa, "El corazón está un poco bajo, Madame".

En 1857 se separó de su marido, a quien había engañado abiertamente y llevado a la bancarrota. "Nuestra separación es irrevocable", escribió llena de ira. Y regresó a Italia sola.

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De todas las relaciones que la condesa entabló en París, la más importante ―y, con diferencia, la más duradera― fue su relación con la cámara. Como muchas otras figuras relevantes de la sociedad, acudía al estudio fotográfico Mayer-Pierson del Boulevard de Capucine, dirigido por el fotógrafo y daguerrotipista de la corte imperial Pierre-Louis Pierson. Aquel estudio estaba especializado en fotografías pintadas a mano, una técnica explosivamente popular. Las fotografías pintadas a mano se consideraban un lujo y también una novedad. Además, aquellos efectos especiales rudimentarios podían suavizar, realzar y favorecer a los sujetos, transformándolos y elevándolos.

Tras posar para su primer retrato, la condesa regresó una y otra vez, trabajando intensivamente con Pierson entre 1856 y 1867 y después una vez más hacia el final de su vida, en la década de 1890. Aunque su relación era técnicamente colaborativa, la condesa llevaba la voz cantante, dictaminando meticulosamente los trajes, los escenarios, las escenas y la manera en que las imágenes debían pintarse y embellecerse después (algunas de ellas fueron entregadas al artista Aquilin Schad para que las pintara con témperas y otras las modificaba ella misma).

La mayoría de imágenes que creaban se centraban en personajes específicos, extraídos de la mitología, el arte, la literatura o la Biblia, entre ellos Lady Macbeth, Ana Bolena, la reina de Eritrea, Judit antes de decapitar a Holofernes, una monja e incluso un cadáver. También recreó momentos importantes de su vida, convirtiendo en mitología su propia historia mediante fotografías con vestidos que habían resultado especialmente admirados o célebres, siendo el más importante de ellos el disfraz de Reina de Corazones.

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Foto vía Wikipedia

Es difícil no admirar el amplio e imaginativo alcance de toda la imaginería, así como la ropa: todos aquellos velos, capas, tocados y trajes ornamentados que dejaban sus hombros al descubierto. Hay máscaras y batas de seda y, en una fotografía, solo una colcha dispuesta en torno a su cuerpo de forma sugerente. Algunas de las imágenes son suntuosas e ingeniosas. Otras son inquietantes. Por ejemplo la que envió a su marido cuando este trató de obtener la custodia de su hijo, titulada "La Vengeance", en la que aparecía con el cabello suelto y un cuchillo en la mano.

Pero conforme fue envejeciendo se fue volviendo más solitaria, viviendo en una casa sin espejos. Apenas abandonaba las paredes de su hogar (pintadas de negro, por supuesto) durante las horas de luz. Los proyectos fotográficos continuaron ocasionalmente. Los críticos los describirían a título póstumo como más morbosos, más perturbados, más trastornados que sus obras anteriores. En el momento de su muerte se hallaba en proceso de planificar una exposición que supondría su regreso, una retrospectiva titulada "La mujer más bella del siglo".

En La Divine Comtesse, un libro que explora el legado sociocultural de la condesa, el comisario artístico Pierre Apraxine escribe que los críticos de arte han ignorado durante mucho tiempo el conjunto de la obra de la condesa, tachándolo erróneamente de trivial. "Se entendía que la condesa, que era considerada un personaje perturbador cuyos motivos no quedaban claros, había optado por la fotografía simplemente para satisfacer su narcisismo", afirma. "Su proyecto, menoscabado por la abierta devoción que sentía hacia sí misma, no podía por lo tanto ser visto como el de una verdadera artista".

Pero Apraxine destaca que la obra de la condesa anticipó varias tendencias del arte contemporáneo y del arte feminista en particular, prefigurando a artistas como Cindy Sherman, Claude Cahun, Gillian Wearing, Yasumasa Morimura y Sophie Calle, quienes emplearon la fotografía para explorar la importancia de disfrazarse, de adoptar distintas apariencias y de manipular el medio a través del cual los demás nos observan. No obstante, Apraxine no aconseja considerar la obra de la condesa como feminista o como "una fuente consciente de las innovaciones gráficas que siguieron después".

Es extraño, pero resulta difícil saber mucho sobre el impacto que tuvieron las fotos de Castiglione mientras estuvo con vida. Algunos de los retratos eran enviados en álbumes a amigos o admiradores, con frecuencia como señal de su favor. Estos retratos ayudaron a conformar el profundamente deliberado y altamente controlado personaje que interpretaba en público, un personaje que disgustaba a muchos de sus contemporáneos. Otros afirman que en su mayoría formaban parte de su propia colección privada, que rara vez circulaban y nunca se empleaban con fines comerciales.

Sea como fuere, aunque se habló mucho de ella durante su vida, los retratos no comenzaron a apreciarse hasta después de su muerte, alimentando la leyenda desarrollada por sus ávidos admiradores, entre ellos Robert de Montesquiou y la igualmente excéntrica Marquesa Luisa Casati. Y así es como la Condesa de Castiglione sigue existiendo hoy: como una imagen, un rostro, un conjunto de poses meticulosamente coreografiadas que despertaron admiración infinita.