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La frágil felicidad de Gianluca Vacchi

Se ve que al tipo le han embargado los yates y toda su mierda por una deuda de 10 millones de euros.
Imagen de portada vía YouTube de Spinnin' Records.

Cuenta la leyenda que había un tipo en el antiguo Japón feudal que vivía feliz en una cabaña construida encima de un lago congelado. El tipo se animó y empezó a ampliar la vivienda y se hizo un porche y un establo. Años más tarde decidió construirse una casa más grande, pero esta vez con paredes de piedra. La vivienda cada vez ocupaba más parte del lago y, justo cuando estaba terminando de construir la segunda de las dos torres de vigilancia de 15 metros, la sedosa capa de hielo que cubría el lago cedió y tanto la vida del viejo Hiroto Kenzo como todo lo que había logrado alzar hacia el cielo durante años quedó enterrado bajo los eternos abrazos del hielo.

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Esta historia de mierda que me acabo de inventar podría aplicarse a la vida del entrañable señor que responde al nombre de Gianluca Vacchi, ese tipo que hace un año se hizo popular gracias a un vídeo (lo tenéis justo arriba) en el que aparecía bailando en un adosado con una chica. El baile impactó a la opinión pública y catapultó el hasta ese momento desconocido Instagram del célebre italiano hacia el Olimpo de lo viral.

Lejos de tratarse de un humilde individuo, el Instagram de Gianluca es un compendio de despropósitos y opulencia desmesurada, un auténtico vertedero de exceso y mal gusto; el festival de lo grotesco y la vergüenza ajena. Es por esto que resulta curioso que, este verano, la felicidad de Gianluca se haya visto ligeramente alterada por un pequeño embargo de bienes debido a una deuda acumulada de 10 millones de euros. ¿Qué pasaría si nuestro amigo Gianluca se arruinase? ¿Se adaptaría a su nueva situación, como indica su palabra favorita (resiliencia)?

La frágil felicidad de Gianluca Vacchi —y por lo tanto, de todos los seguidores que se lo toman en serio (porque espero que muchos otros simplemente lo sigan "por las risas")— se basa en, precisamente, generar un simulacro de riqueza a base de caer en los tópicos más burdos de esta. Ahí están esos brazaletes dignos de Ozymandias, esos anillos y relojes gigantes, esos yates y piscinas. Ahí está esa necesidad de desayunar en la piscina, de viajar en aviones privados y de tener que mostrarlo todo aliñado con una banda sonora de house de discoteca que huele a coco y canela.

Es inevitable percibir la vida de Gianluca como una especie de Ferrero Rocher, ese bombón que parece que nos invite a flirtear con la élite pero que realmente solo consumen los pobres en ocasiones concretas. Es la imagen de lo que debe ser la riqueza. Pues bien, ese envoltorio dorado y rugoso del chocolate es el equivalente al Instagram de Vacchi: esa idea de la riqueza según la gente humilde; el deseo de la ostentación por encima de todo, el evidente brillo del oro y su anhelo. Gianlucca Vacchi es un rico de supermercado, ha adquirido los elementos justos y necesarios para que se le pueda identificar y etiquetar como tal.

Esa es su máxima preocupación: parecer rico. Serlo no es suficiente, el tipo necesita caer en los recovecos más horteras de la riqueza para evidenciar su lujoso patrimonio, cosa que funciona totalmente al contrario, ya que le hace parecer un nuevo rico que no sabe gestionar su nueva condición.

Pero si, en tanto que simulacro, toda esta realidad se le derrumba —de momento ya va un embargo—, entonces, ¿qué quedará entonces de Gianluca? El tipo lleva mostrando durante años su gusto por el exceso y lo dorado, nunca le hemos visto hacer cola en el supermercado con un carrito de la compra lleno de su queso rallado favorito o mirando la tele o cosiendo un jersey. Cuando a Gianluca se le evapore toda la riqueza no quedará absolutamente nada que le haga feliz, pues su felicidad se basa, precisamente, en generar un juego de ilusionismo.