Ilustración de Luis Carreno Alonso
Ilustración de Luis Carreño Alonso

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Discursos del odio: cómo frenar el avance en la política

"Si en algún momento alguien pensó que personajes como Trump, Le Pen o Bolsonaro resultaban cómicos, por lo grotesco del contenido de su mensaje, estos últimos años nos han dado muestras de los escenarios oscuros a los que podemos llegar".

Artículo publicado por VICE Argentina

Una vez terminada la campaña electoral de Jair Bolsonaro, la Policía Federal de Brasil confirmó un aumento del seis por ciento en el registro de nuevas armas de fuego en manos de civiles. Unos meses antes de eso, en Alemania, el ultraconservador partido Alternativa para Alemania terminó entre los dos favoritos después de que un grupo de neonazis saliera a las calles de Chemnitz a perseguir inmigrantes sin que las fuerzas de seguridad pudieran detenerlos. Mientras tanto, el cierre parcial del gobierno federal de los Estados Unidos, el más largo en la historia del país, no fue más que un intento de frenar la construcción del muro en la frontera con México. Varios son los ejemplos de cómo los discursos del odio ganan cada vez más terreno en el mundo.

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Si bien las redes sociales han contribuido mucho en la amplificación de este tipo de expresiones contrarias a los valores democráticos y a la ampliación de derechos, los medios de comunicación también han hecho su parte. Pensar en cómo comunicar este tipo de discursos plantea, desde el vamos, la incomoda paradoja de la tolerancia ¿Hasta dónde reconocer la libertad de expresión en los enemigos de la libertad? ¿Hasta dónde tolerar a los intolerantes? ¿Es posible darle espacio en los canales de noticias o en las páginas de los principales diarios sin contribuir a la multiplicación del mensaje?


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Para Eugenia Mitchelstein, profesora de Comunicación en Universidad de San Andrés y codirectora del Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad, “la libertad de expresión no es contraria a la responsabilidad. Se puede cubrir el discurso del odio de manera responsable.” Esto implicaría que el periodismo acompañe la opinión del entrevistado con información. Mitchelstein da un ejemplo, después de que un funcionario o candidato ataque desde el discurso a los inmigrantes, el periodista podría puntualizar qué porcentaje real de extranjeros viven en el país o qué cantidad de esos extranjeros son condenados por delitos.

Poco después de las últimas elecciones en Francia, el periodista francés David Pujadas, contó a medios españoles cómo fue que gran parte de los canales de noticias locales cubrieron la campaña de la ultraconservadora Marine Le Pen. “En primer lugar asumieron un papel agresivo, describiendo al Frente Nacional como fascista, xenófobo o peligroso. Esa estrategia no funcionó. Después, decidieron avanzar con críticas, todas muy técnicas, que incluían planteos vinculados al programa de gobierno o la incapacidad de llevarlo adelante. Pero el Frente Nacional seguía creciendo. Por último, optaron por no hablar de Le Pen. Así terminó llegando a la segunda vuelta electoral. Pienso que tenemos que seguir trabajando de manera normal, haciendo mucho fact checking. No podemos hacer mucho más que eso.”

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Según un informe sobre la calidad democrática de América Latina publicado por Oxfam, el 75 por ciento de la población latinoamericana encuestada piensa que los que gobiernan lo hacen sólo para beneficio de unos pocos. Y en parte, la identificación de los electores con estas figuras tiene que ver con eso. Es por eso que no darle lugar, decidir borrarlos de los medios, puede terminar por amplificar el discurso antisistema con el que gana terreno.


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Para Luciano Galup, consultor en comunicación política, la invisibilización de estos actores no es la respuesta. Negar la participación, ocultarla o bloquearla desde los medios terminan por amplificar su voz a partir de la “lógica del perseguido”. “El principal desafío de los medios de comunicación es cubrir estos temas con densidad histórica, poniéndolos a estos sujetos en perspectiva y evitar tomárselo con risa”, sostiene.

Pero el crecimiento del respaldo a la expresiones de ultraderecha no se entiende sólo por lo efectivo de su discurso sino también por el crecimiento del desencanto en la política que deriva en un desapego de los valores democráticos. Según Oxfam, el 25 por ciento de los latinoamericanos encuestados dice que “a la gente como uno le da lo mismo un régimen democrático que no democrático”.

También este tipo de discursos crecen porque terminan siendo, cada vez más, parte del espectáculo de la política. En gran medida, los principales canales de noticias terminan priorizando el entretenimiento de sus audiencias en lugar de la información responsable. Para Galup, “los medios de comunicación viven de la espectacularización de la noticia pero en estos casos, donde candidatos claramente antidemocráticos, termina afectando el debate público y la vida democrática, podemos exigir una responsabilidad extra porque ese tipo de prácticas políticas tienen consecuencias reales sobre poblaciones reales”.

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Este punto nos lleva al debate, nunca cerrado, acerca del alcance de la parodias en la política y la responsabilidad que tenemos como audiencia a la hora de elegir qué tipo de información consumimos y qué compartimos. Para Mitchelstein, “si nos preocupa la libertad de los medios, igualmente nos debería preocupar las de las personas. Desde ya que no estoy de acuerdo con decirle a mis conciudadanos que pueden o no pueden consumir pero claro que todos somos responsables por lo que reproducimos en nuestras cuentas de redes sociales. Tengamos en cuenta que el consumo irónico (y el retweet irónico) siguen siendo consumo y retweet”.


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Limitar el consumo irónico evitaría, en parte, que se aisle al personaje de su contexto. “La lectura de la parodia para la población es compleja porque requiere una lectura de segundo orden del discurso que exige tener una formación importante en el tema para después sí poder procesarlo en forma de parodia”, sostiene Galup.

Si en algún momento alguien pensó que personajes como Trump, Le Pen o Bolsonaro resultaban cómicos, por lo grotesco del contenido de su mensaje, estos últimos años nos han dado muestras de los escenarios oscuros a los que podemos llegar de no asumir con responsabilidad el consumo y difusión de este tipo de mensajes, en tanto audiencia, pero también desde los medios. Invisibilizar a estos personajes no resulta el mecanismo más eficaz, tampoco reirse de ellos u ofrecérselos al espectador como parte del entretenimiento diario. Refutar con datos y argumentos válidos, dar la discusión frente a ellos, exponerlos en su inconsistencia con información, puede ser la mejor barrera al avance de las ideas reaccionarias de estas nuevas derechas autoritarias que cada vez ganas más lugar en el mundo.

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