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Música

En memoria de Naná Vasconcelos: El berimbau sideral

El músico brasileño que respondió a la necesidad milenaria de buscar nuevos mestizajes para la creación de sincretismos culturales y cosmovisiones urbanas.

Bailar, tocar y cantar. Una trilogía obligada y permanente en el trasegar de los pueblos por los caminos de la historia. Fue así en la época en que se transportaron esclavos de África a América. Y ha sido así que instrumentos como el berimbau, han encarnado y se han convertido en símbolos que definieron la herencia cultural que Brasil recibió de Angola. Naná Vasconcelos, el músico brasileño, fue fruto de este impacto.

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Escuchar y ver un concierto de Naná era recordarnos que la música es ritual, y que en ella y en la danza hay una conexión con la tierra y se vive un mundo de imágenes, sentimientos y relaciones con nuestros antepasados. Con un ritmo ancestral vivo y latente necesario en cualquier tiempo del universo. Naná respondió la necesidad milenaria de buscar nuevos mestizajes para la creación de sincretismos culturales y cosmovisiones urbanas.

Ayer el músico brasilero murió y Ángel Perea Escobar nos hace un excelente recorrido por su historia, el contexto que vivió y su legado en la cultura, no solo de su país sino latinoamericana. En fin, un panorama que nos adentra en esa historia que debe permanecer -.

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Se fue, al amanecer del 9 de marzo de 2016 en Recife, Brasil, el grande Naná Vasconcelos, uno de los más importantes percusionistas brasileros de la música mundial dejó este mundo.

Su legendario pasaje incluye colaboraciones en cientos de discos clásicos de la última mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI en los géneros del jazz, rock, soul, blues, y los estilos de la música popular de Brasil, entre otros, así como más de una docena de obras propias. Sus ritmos embellecieron las grabaciones de fulgurantes estrellas, desde B.B.King hasta la banda Talking Heads y también ayudaron a señalar el rumbo de los grandes artistas de su patria como Milton Nascimento.

Su leyenda forjó un poderoso mito cuando conformó el súper grupo CoDoNa junto a Collin Walcott y Don Cherry, ensamble que significó una exploración del más genuino y original concepto de “World Music”. Naná había nacido en Recife, el 2 de agosto de 1944 con el nombre de Juvenal de Holanda Vasconcelos, hijo de un guitarrista al que muy pronto, apenas a los doce años, empezó a acompañar. Así que en realidad, su mayor y mejor escuela fue la profunda y potente tradición afrobrasilera de la música junto a las artes populares del noreste del país.

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Como se sabe, Brasil guarda y cultiva preciosos arcanos culturales de la antigua África, en tanto la nación es también el país con mayor población de descendientes de la diáspora africana en el mundo. Muchos artistas africanos, inclusive, viajan a Brasil para aprender claves y nomenclaturas perdidas en la espiral de las evoluciones en su continente.

Vasconcelos dominó entonces el más amplio repertorio instrumental de la percusión afrobrasilera y se constituyó en maestro supremo de aquel misterioso, fascinante e hipnótico instrumento de origen africano conocido como berimbau, en portugués, o birimbao tal y como se pronuncia en español.

El berimbau es un instrumento de cuerda que se hace de una vara larga y flexible, tradicionalmente hecho a partir del birimbi o berimbe, una planta común en la región que se conecta por una cuerda de alambre, tensada, a una calabaza recortada que hace las veces de caja de resonancia y se completa con un cesto de mimbre llamado cashishi. El intérprete de berimbau percute sobre la cuerda y el calabazo con una baqueta de madera para obtener un sonido seco, vegetal y hondo. Se distinguen varios tipos de berimbau, incluyendo uno que se hace sonar con la boca.

El berimbau es el principal instrumento de la coreografía marcial mejor conocida como capoeira, y fue introducido por los africanos de Angola en el siglo XVI. En África, el instrumento recibe diversos nombres de acuerdo a las culturas, idiomas y lenguas particulares. En Angola, por ejemplo, se llama hungu. En Benín, tieporé. En Congo, ekibulenge. En Mozambique, kalumbu. Incluso, dada la enorme diversidad cultural africana, en un solo país el instrumento se conoce con una docena de nombres distintos. En Brasil mismo, el berimbau recibe también nombres como aricongo, macungo, matungo, oriunco, sucumbo, entre una decena más de denominaciones.

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Naná Vasconcelos pertenecía a la generación siguiente de los grandes artistas que hicieron detonar las fusiones brasileras con músicas como el jazz, en la era del Bossa, y sedujeron el imaginario mundial.

Emergió en la escena nacional de su país, por entonces todavía cautivo de una celosa, férrea dictadura política, cuando se incorporó a los seminales grupos de artistas más jóvenes que iniciarían una segunda ola de poderosas e influyentes estéticas, como en particular, el gran Milton Nascimento.

Desde la era del Bossa, la identidad de sofisticadas músicas urbanas de Brasil con el jazz de la era del Cool y el Hard Bop, y más tarde con géneros populares como el rock, el soul y el funk de Estados Unidos, determinaría una influencia mutua que produciría en adelante una simbiosis de máxima importancia e influencia en la música moderna, además de una relación que todavía hierve.

Vasconcelos, ya establecido como una figura de prestigio en bandas de superior desempeño como la de Nascimento, inició entonces su fundamental relación con grandes artistas del jazz y la preparación de su salto a la escena mundial.

En 1970, mientras se desarrollaba la más excitante serie de laboratorios sonoros de los que emergían y consolidaban las escenas estilísticas que se conocerían con los nombres de “free” y también “fusión”, Vasconcelos se vinculó con la banda del saxofonista argentino Gato Barbieri y grabó los álbumes Fénix y El Pampero.

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En el ambiente de los tempranos años 70, como resultado de los sucesos de la década anterior y en medio de una ebullición cultural de enormes proporciones que estuvo vinculada con inquietudes de tono social y político definitorias en la historia social de la época, los músicos, protagonistas de la centrífuga cultural, se sumergían en búsquedas de diverso tipo. Incluso espirituales y/o místicas, detonantes de una sustancial ambición creativa, que empujó a los artistas hacia la exploración en tradiciones diferentes de varias partes del mundo, con el objetivo de conseguir no solamente soluciones formales en términos sonoros, sino además densificar los contenidos filosóficos de sus creaciones.

En esa vía, y en tanto se consolidaba como un extraordinario músico de sesión, Vasconcelos colaboró con el trompetista y compositor norteamericano Jon Hassel, el saxofonista Jan Garbarek y el flautista y guitarrista brasilero Egberto Gismonti, entre otros.

En los tempranos años 70, Naná Vasconcelos realizó sus primeros álbumes como solista. Su álbum Africadeus, de 1973, grabado mientras vivía en París, causó un tremenda impresión y virtualmente se convirtió en un clásico instantáneo. A esta obra le siguieron discos como Saudades, de 1979, que presentaba a Gismonti en la guitarra y además a la Stuttgard Radio Simphony Orchestra.

Una vuelta de tuerca se produjo en 1978 tras su asociación con los músicos Collin Walcott, percusionista y sitarista, y Don Cherry, trompetista, con quienes formó el seminal grupo CoDoNa.

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Aunque el grupo, considerado entonces un “súper grupo”, solo grabó tres álbumes entre el 1978 y 1982, su prestigio quedó cimentado para siempre.

Don Cherry, un genial veterano de las experiencias fundamentales del Free Jazz, había acuñado sus ambiciones y visiones creativas con el nombre de “World Music”, en un sentido que poco o nada tiene que ver con el concepto desarrollado en una parte de la industria de los discos en los años 80 y 90.

La visión de Cherry era la de la integración de diversas tradiciones, que lograra librar a la música de rígidas definiciones, tanto del arte de vanguardia como del arte popular, capaz de tomar aspectos tradicionales no occidentales, o surgidos en Occidente pero con referencias en otras culturas, capaces de redefinirse autónomamente.

Esta visión permeaba y era compartida desde diversas perspectivas en un amplio sector de la comunidad creativa y es la que permitió la emergencia del horizonte que conforma buena parte del actual panorama de la música mundial.

En ese contexto, músicos como Vasconcelos, en compañía de otros de su generación, configuraron la brillante generación de artistas brasileros y de otros lugares más allá de Occidente, que impactaron la escena mundial, ejerciendo una extraordinaria influencia.

En los años 80, Naná Vasconcelos trabajó en varias bandas sonoras de películas, como la de Desperately Seeking Susan, un vehículo pop que estableció las imagenes de Madonna mientras se encontraba en pleno ascenso y de la actriz Rosanna Arquette. O la clásica película de Jim Jarmusch Down by Law.

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Una de las colaboraciones fundamentales en la brillante carrera de Naná Vasconcelos, se produjo junto al guitarrista Pat Methany, entre 1981 y 1983, en las que grabaron los álbumes As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls, Offramp y Travels. Aunque Vasconcelos nunca fue solo un músico de estudio sino que también se especializó en espectaculares performances en vivo durante famosas giras mundiales y presentaciones entre las cuales resalta su participación anual en el carnaval de Recife, tocando junto a cientos de tamboreros y percusionistas locales.

A lo largo de su carrera muchos de los discos en los que participó, fueron reconocidos con el Premio Grammy. Su hermosa obra de 2011 Sinfonía & Batuques, ganó incluso el Grammy Latino al mejor álbum de música alternativa. Naná Vasconcelos, fue esencial en la ubicación estelar de la música del Brasil y de América Latina en el lugar más destacado de la música mundial. En una era de expresión eléctrica y electrónica, contribuyó a donar un conmovedor balance acústico de tono ancestral y orgánico al sonido de la música moderna. Su música restableció comunicaciones profundas con el entorno y atemperó las neurosis urbanas con un nuevo tipo de identidad apacible, que nunca pretendió el sermón o la prédica autoritaria que tanto caracterizó el surgimiento de los más novedosos movimientos ambientalistas.

Naná Vasconcelos interpretó un sentido del mundo que no tenía que implicar imposibles confusiones de sentido, y pareció afirmar la idea de que el progreso no tenía que contradecir la armonía de la nave viviente y sideral llamada Planeta Tierra.

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