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Referéndum catalán

Comí en garitos indepes durante un día para ver si me sentía más catalán

Una papeleta del 1-O de chocolate y "productes de la terra" me pondrán a prueba.
Fotos por el autor

Hoy me he despertado con ganas de marcha. Quizás es mi sistema endocrino que ha comenzado a segregar hormonas por el cambio de estación. Qué se yo. Con la que está cayendo, me apetece ir por distintos garitos proreferéndum para consumir sus productos alimenticios a ver si todas las burradas sobre el radicalismo secesionista tienen algo de "verdad". Galletas con senyeres, cerveza de la terra y típicas tapas catalanas. ¿Me volveré un independentista acérrimo?

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Busco y me informo sobre garitos independentistas para tomar algo y encuentro una pastelería que ofrece papeletas del 1-O hechas de chocolate blanco. Un exquisito manjar para poner a prueba mis sentidos. Llamo, reservo una chocolatina y pregunto si me pueden marcar la casilla del SÍ/ÒC con una cruz de chocolate. Me comentan que sin problema, así que cuando llegue la tendrán lista.

Cojo la moto y me dirijo hacia la famosa pastelería La Palma, cerca del mercado del Clot. Aparco y camino hasta el susodicho local. En el expositor exterior veo las inocentes papeletas junto a galletas con señeras. También hay muchísimos productos sin ningún tipo de carácter independentista (la mayoría, de hecho). Abro la puerta de cristal y me adentro en el establecimiento.

Doy los buenos días y pido mi encargo. Una entrañable dependienta me interrumpe con un "el señor Jordi, ¿verdad?". Así es, aunque lo de señor sobra. Mientras me envuelve esa delicada y soberanista pieza de chocolate blanco para llevar, pregunto si puedo hacer alguna foto del interior. En fin, que no. No se quieren mojar por temor a las críticas. Es normal, hoy en día todo el mundo está muy alterado y no quieren que se les critique por hacer unos meros dulces con temáticas de actualidad. "Si me piden banderas de España, también las haría", me comenta el regente del local. Son simples comerciantes que hacen productos "peculiares".

La papeleta de la discordia

Me voy a la oficina para pegarme un buen desayuno independentista. Nunca me hubiera imaginado comerme una papeleta del referéndum. ¿Qué sentirá mi cuerpo? ¿Tendré una revelación? Me hago un cafelito, me siento en una mesa aislado y me dispongo a devorar tan ansiado manjar.

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Os guste el referéndum o no, está increíblemente buena

Remuevo el café y le doy un sorbo. Miro el particular dulce atentamente y la cruz del SÍ me intimida. Lo cojo y flexiono el codo para acercármelo a la boca hasta que al fin mis dientes parten un cacho de tan prodigiosa chocolatina. Me regodeo en cada masticada porque está increíblemente buena. Doy un bocado, otro y otro hasta que me percato que solo me queda un cacho. "Votarem!", grito, como Piqué. Cobro el sentido y me sonrojo. Mis compañeros se ríen.

¿Qué pasa aquí? Soy del extrarradio de Barcelona y tengo un acento bastante charnego, aunque ahora me siento como si mi lengua fuese capaz de diferenciar sin problema entre las "e" neutras y las "e" tónicas. Un momento. Me salta Pata Palo de Kiko Veneno en mis auriculares y me doy cuenta que todo ha sido producto de la excelsa salivación que ha provocado tan delicioso manjar. La papeleta del 1-O no ha provocado ningún cambio en mi persona, salvo hacer trabajar a mi páncreas segregando insulina.

Es la hora de comer y mi estómago me pide algo de menjar cassolà. Esta vez la parada es Terra d'Escudella, una cooperativa-restaurante del barrio de Sants. Me voy acercando y veo un cartel enorme de "Votarem per ser lliures" en la puerta. Sí, es aquí. Miro el menú repleto de platos típicos catalanes con una pinta encomiable.

Una de las paredes del local con todo tipo de objetos catalanistas

Entro y está a tope. Claro, los independentistas también comen, ¿verdad? Pido mesa y me hacen esperar. A mi lado hay un grupo de jóvenes que hablan sobre todas las trifulcas de estos días. También comentan idiosincrasias de su día a día. Claro, los independentistas también tienen una vida normal, ¿no? También me topo con tres bomberos que curiosamente brindan con un "In-inda-independència". Claro, los bomberos también tienen opinión, ¿verdad?

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Mel i mató de postre para culminar mi copiosa comida

Me dan mesa y pido paella de primero y bistec de bruna del Pirineo poco hecho. Al poco rato comienza el festín. Santo Cristo del Amparo, qué goce y qué alegría. Rebaño ambos platos con sendos trozos de pan. Le pregunto a un camarero si aquí todo es catalán y me explica que intentan que todos los productos sean de la terra. Incluso el cocinero, que es historiador, rescata recetas antiquísimas de por aquí. Entiendo que mi estómago está repleto de ingredientes catalanes cocinados con maestría y me embriaga un sentiment algo especial.

Sí, lo admito, quiero la independencia. No sé si son todas las banderas y hoces del local, pero quiero ir a mi casa y pegarme una soberana siesta aislado del mundo. A eso voy.

Al salir me han dado una papeleta para votar el 1-O

Ya es por la tarde y sigo con mi ruta. Aprovecho que juega el Barça contra el Sporting de Lisboa un partido de la Champions League para averiguar cómo es un bar independentista en pleno apogeo mientras juega ese equipo que, según dicen, utiliza "su papel cómplice, estimulante y hasta inductor del discurso político". El primer destino en el crepúsculo del atardecer barcelonés es La Barraqueta, en el barrio de Gràcia. Allá voy.

Presa de mi curiosidad, me acerco a la barra y pido una cerveza artesanal catalana. Tienen dos o tres tipos y me decido por la Espiga. Le explico mi cometido al camarero y le pido si quiere contarme un poco cómo va el bar. Me dice que sí, que un momento.

El Generalísimo te habla

Para hacer tiempo, le espero en una mesa mientras lo gozo con la birra. ¡Qué festival de sensaciones! Tengo algo de hambre y agudizo mis sentidos. Doy otro trago y el brebaje fermentado provoca un jolgorio que crepita en mi portentosa garganta catalana. Me transporto a los campos de llúpoll del Baix Camp frente a la Masía de Casa Tarradellas. Siento la llamada del Procés.

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El camarero vuelve e interrumpe mis divagaciones para explicarme que el local tiene una historia más que curiosa. Me cuenta que el sitio está afiliado al Ateneu Independentista de la Vila de Gràcia. Antaño fue un bar de gitanos donde se rumorea que Lola Flores sacaba a pasear todo su arte entre guitarras y rumba catalana, pero hoy en día sirve como lugar de encuentro de vecinos, catalanistas y vascos. Sí, también hay vascos en Barcelona.

Me afirma que todo tipo de gente se acerca a comer el menú con platos típicos como la butifarra amb mongetes y sus distintas tapas como los caracoles, pimientos de Padrón o mandonguilles amb ceps (es decir, albóndigas con setas). Me encandila esta última y la pido. Me la trae a la mesa y, joder, qué pinta. Las devoro sin contemplaciones, como Junqueras frente a la urna del 1-O, mientras entra un grupo de jóvenes hablando en castellano y se sientan en la mesa de al lado. Como siga comiendo a este ritmo, voy a parecer un barril de cava del Penedès.

Servilletas independentistas

Les escucho mientras sigo engullendo y me doy cuenta que otros dos tipos de la barra hablan español con acento mexicano. Me acerco a ellos. "¿Por qué venís a un local indepe?", a lo que me responden: "Estamos aquí porque es un bar que por encima de todo está el respeto. Hay buen ambiente y conversaciones interesantes, aunque la gente diga que son unos radicales. Deberían acercarse y se arrepentirían de sus palabras".

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Joder, cómo pega la cerveza. Quizás es porque me he pedido una segunda Espiga alentado por una estelada colgada en la pared. "Nah", la verdad es que está jodidamente buena y yo por un buen reportaje me sacrifico lo que haga falta. El caso es que lleva un rato el Barça en la televisión y el bar se ha ido llenando poco a poco. Me sorprende que la gran mayoría de personas pasen olímpicamente del fútbol.

La camiseta reivindica la injusta detención del rapero Valtonyc por injurias a la Corona

Miro el reloj y se ha hecho tarde, así que campi qui pugui. Me levanto, pago y me dirijo al último bar. Está también en Gràcia y se llama La Torna. De camino me encuentro incontables pintadas y carteles pidiendo democracia y libertad de expresión hasta que doy con el susodicho local.

Entro y también está puesto el fútbol. Mierda, el Barça ha marcado y me lo he perdido. Las paredes están decoradas con todo tipo de fotografías y carteles que expresan la libertad democrática y el independentismo. Me acerco a la barra y pido una Estrella Galicia, para contrarrestar. Veo que tienen una variedad de pinchos y pido uno de fricandó, un estofado de ternera tradicional de Catalunya. ¡Visca la terra!

Parto un trozo con el tenedor y me meto un bocado en la boca. Es terrible. Terriblemente jugoso, refinado, delicioso… ¿Con qué cocinan en estos locales, con polvos mágicos del duende que se cobija bajo el arcoíris dorado-bermellón de la República Catalana? Ese enano tiene mierda de la buena. A la que me doy cuenta ya me he terminado el pincho.

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Hablo con un tipo que está a mi lado sobre la movida independentista. Me comenta cómo se siente al ver que el gobierno central está haciendo todo lo posible para que no votemos el 1-O. El Sporting chuta a bocajarro y Ter Stegen se la para. Los dos miramos el partido.

No es un gong, sino una tapa de cocina enorme

Súbitamente, un estruendoso sonido llama mi atención. Varias personas del bar han salido a la puerta con cacerolas. Miro el móvil y marca las 22:00 en punto. Salgo para charlar con ellos mientras golpean una y otra vez los artilugios culinarios. Me dicen que lo hacen cada día para reivindicar sus derechos democráticos porque no van a permitir que el gobierno central decida por ellos. Pasan coches y motos y se suman a la protesta a golpe de claxon.

Entro para continuar con mi cerveza antes de marcharme. Hablo con la camarera y le pido permiso para hacer fotos. Me dice que sí con una amplia sonrisa. Se nota buen ambiente como en cualquier otro bar. En una mesa próxima hay dos chicas hablando de desamores, otro grupo de la barra habla de trabajo y otra chica vasca saluda a sus amigos con un "aupa". También pasan bastante del fútbol.

Esta aventura ha llegado a su fin y he sacado varias conclusiones. La primera es que debo ir al gimnasio para quemar toda la cerveza y comida que tan bien me han sentado. La segunda es que la ingesta de todos y cada uno de los productos que algunos podrían catalogar como catalanistas no han hecho más que reafirmar mi opinión: la comida catalana es de puta madre y la sirve gente de puta madre.

La tercera es que este país necesita una renovación a todos los niveles para que la gente como yo se calme y no le entren ganas de independizarse. Porque al margen del sentimiento independentista, prevalece el pensamiento racional y justificado de que este país es de pandereta.

Sigue al autor en Twitter: @jordillorca