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Cultură

La farmacopea de Hamilton

¿Qué sucede cuando un laboratorio de drogas explota?

La explosión de laboratorios de metanfetamina tal vez parezca un fenómeno reciente, pero los estallidos de cocinas de drogas se vienen dando desde hace siglos. Los alquimistas chinos crearon la pólvora intentando hallar el elixir de la inmortalidad. Las explosiones de alambiques han sido una fuente de diversión en el mundo rural desde el descubrimiento del proceso de destilación. Y cuando Albert Hoffman averiguó que ciertas setas contenían un agente psicoactivo, la psilocibina, descubrió también que la única manera de sintetizar la droga era utilizar un inestable reactivo de fácil deflagración. Cada vez que trabajaba en un lote corría el riesgo de hacer saltar el laboratorio entre llameantes nubes de humo con forma de champiñón. ¿Merece el cocinero de “meta” volar por los aires con su tráiler, ardiendo impregnado de disolvente y descongestionador nasal? ¿Sería lo suyo muy diferente de lo del monje budista que se inmola en nombre de la libertad religiosa? El laboratorio de metanfetamina es como el ave Fénix: de sus cenizas nuevos tráilers se alzan, recubiertos de un plumaje de cristal reluciente de luminosa verdad. En una era más sabia que ésta se alzarán monumentos en honor de los metahombres y metamujeres que dieron sus vidas por liberar a vuestra dopamina de los grilletes de la ley antidrogas. Pero este fenómeno no se ciñe a la metanfetamina: se han dado casos de laboratorios de catinona consumidos por las llamas, y cocineros que se han servido a sí mismos, por accidente, unos platillos de PCP flambeado. La pregunta es, ¿qué provoca estas explosiones? Y, ¿qué se siente al consumir tu cuerpo llamas alimentadas por una droga psicoactiva? Lo más cerca que yo he estado de algo así fue cuando se me prendió el pelo encendiéndome un porro, de modo que para hallar respuesta llamé a Alemania a mi amigo Horst, experto en estos asuntos a su pesar. Vice: ¿Qué sucedió?
Horst: Era estudiante y me estaba quedando sin dinero. Mi idea era distribuir DMT a gran escala. Al principio pensé que cocinaría un par de gramos para unos amigos y así me ganaría unos pavos, pero luego se me ocurrió que no me costaría hacerlo disponible a un mayor número de personas. El problema era que aquí nadie sabía mucho sobre el DMT. A veces no me lo aceptaban ni regalado. Entonces, ¿por qué seguir emperrado en extraer DMT?
Bueno, conocí a dos tipos que movían tema y tenían buenos contactos en la escena Goa trance. Me dijeron que podían vender lo mío, popularizarlo. Yo no tenía pasta para comprar los materiales y ellos decidieron financiarme. Me dijeron que tenían compradores que se quedarían unos 100 gramos al mes, quizá más. Eso es mucho, unas 2500 dosis. ¿Cómo extraías el DMT?
Experimenté muchas técnicas; por lo general lo hacía directo a base. Envié muestras a un amigo que trabajaba en un laboratorio. Ahora está muerto, falleció de una sobredosis de fentanilo. Mi amigo las analizó con un espectroscopio y me dijo que la pureza de mi DMT se acercaba al 99,9%. Mis métodos se hacían cada vez más y más eficientes. Toda la extracción la hice a partir de 10 kilos de corteza de mimosa. Una vez separado el DMT, utilizaba una aspiradora para absorber el solvente con el DMT. Un efecto de sifón. ¡Cómo! ¿Una aspiradora?
Sí, fue idea mía. Con el DMT te sale la vena inventiva. Ahora me doy cuenta de que aquello era peligroso, porque el motor generaba chispas. Fue probablemente lo más temerario que hice durante todo aquel tiempo… Si no contamos lo de hervir recipientes de gasolina poniéndolos justo encima de un fogón. Eso también fue bastante descabellado. Pues sí. Bueno, háblame de tu accidente.
Recibí un email de los tíos con los que tenía el negocio. Querían 20 o 30 gramos para el día siguiente, ver algún resultado, ¿comprendes? Siempre sale algo mal cuando te meten prisas, y finalizar la extracción bajo presión no era lo más indicado. Las ventanas estaban cerradas, hacía calor y tenía un ventilador justo encima de la mezcla de solvente y DMT. Entonces escuché un sonido; una especie de ¡puf!, pero muy fuerte. Y en el mismo instante de oirlo ví que todo había estallado en llamas. Las paredes estaban ardiendo, las chaquetas detrás de mí estaban ardiendo, el solvente con el DMT estaba ardiendo, y el fuego se extendía. Abrí una ventana y arrojé el recipiente con el DMT en llamas con las manos desnudas, que también me quemé. Todo lo que estuviese ardiendo lo lanzaba por la ventana. También el ventilador; lo cogí y lo arrojé contra otra ventana, una que estaba cerrada. Atravesó el vidrio. Ahora, además del fuego, había esquirlas por todas partes. Las llamas prendieron en mi pelo y mis hombros, así que me arrojé al suelo, tal como hacen en las películas, y rodé para extinguirlo. No tuve mucho éxito. ¿Tirarte al suelo y rodar no funcionó?
Es que no funciona. ¡No sirve de nada! Las llamas se apagaban al rodar por encima, pero al instante volvían a brotar. Debo añadir que no llevaba nada de ropa. ¡Menos mal que no se me prendió fuego allí abajo! Me las apañé para sofocar las llamas con las sábanas de la cama, conseguí apagar el incendio de la habitación y fui escaleras abajo para mirarme al espejo. Ahí fue cuando caí en la cuenta de la cantidad enorme de DMT que había inhalado, probablemente el equivalente a 7 gramos de setas alucinógenas. Ya sabes lo que se siente con semejante cantidad… Sí… Bueno, con tanta no.
Todo a mi alrededor centelleaba y parpadeaba, se movía y cambiaba de color. En el espejo pude ver que se me había quemado el pelo. Y mi cara. Toda la cara. No había un trozo de piel que no se hubiera abrasado. Y de mis manos y antebrazos colgaban tiras de piel quemada de hasta 30 centímetros. ¡Ahhh!
Sí, horrible. Pensé, “Vaya pinta de mierda”. El accidente había sucedido en el domicilio de mis padres, y me sentía fatal por incendiarles la casa. ¡Me pagan los estudios y yo se lo devuelvo construyendo un laboratorio de drogas bajo su techo! El dolor aumentó y corrí a la ducha. Para cuando llegó la ambulancia sufría hipotermia. De camino al hospital me inyectaron ketamina y dejé de respirar varias veces. Estuve a un paso de la muerte. Los médicos dijeron que las quemaduras de los brazos no sanarían por sí solas y tendrían que hacerme injertos de piel, pero, ¿sabes qué? Al cabo de tres semanas ya me había recuperado. Lo atribuyo a los batidos de proteínas que solía tomar, pero también… puede que esto te parezca raro, pero… ¿Sí?
Tú has visto a los elfos, ¿verdad? Los elfos-máquina, elfos del DMT, como los llames. de ellos.
Podrá sonar ridículo, pero asocio mi recuperación y no haber ido a la cárcel a la magia élfica del DMT. Lo mío era el principio de un plan de distribución a gran escala y, de haber salido bien, habría extraído DMT puro año tras año por dinero. Creo que esa es la razón de que sucediera el accidente. Ni siquiera sé aún cómo se inició el fuego. Un misterio. Creo que hay algo en la sustancia, un tipo de mecanismo autorregulador para prevenir que se haga popular. No hay razón por la cual el DMT no pueda ser una droga de uso común. Su empleo propicia una experiencia suave y maravillosa. Ahora bien, hay muchos informes de gente que realizaba extracciones al por mayor y que han sufrido terrible accidentes o les han pillado, como si los elfos castigaran a cualquiera que se volviese avaricioso. Pero no son malvados, de lo contrario no me habrían ayudado a recuperarme. Están aquí para mantener un equilibrio.