Nuestra visita al Polígono, en Kazajistán, unas montañas llenas de plutonio

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Medio Ambiente

Nuestra visita al Polígono, en Kazajistán, unas montañas llenas de plutonio

Décadas después de la caída de la Unión Soviética, los científicos siguen trabajando para determinar los efectos ambientales que perduran de las pruebas nucleares en Kazajistán.

Esta historia hace parte de la edición de diciembre de VICE.

En nuestro viaje a través de la pradera estéril del sitio de pruebas de Semipalátinsk, una franja de tierra del tamaño de Kuwait, nada sugería secreto o peligro, ni mucho menos los extremos terribles e indelebles de la ingenuidad humana. Parqueamos el carro e inmediatamente empezamos a escuchar los sonidos emitidos por el dosímetro de Yuriy Strilchuk.

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Con sus lentes oscuros, cola de caballo y barba de candado, Strilchuk parecía liderar un grupo de soldados a una batalla después del apocalipsis. Pero no, estaba guiando a un grupo de periodistas estadounidenses, con gorros de baño en los zapatos y en la cabeza, a través de esta tierra desolada en el nororiente de Kazajistán. Seguimos sus instrucciones de no respirar por la boca sin tener la máscara puesta y de no recoger ninguna de las piedras obsidianas. Pero entonces, él mismo, sin guantes, se agachó a recoger una. "Tierra derretida", afirmó.

Una mañana de agosto de 1949, científicos soviéticos lograron por primera vez que este pedazo de estepa se calentara tanto como el sol. Cuatro años más tarde, la explosión cercana de la primera bomba de hidrógeno soviética (el indicio de que el mundo había entrado en la era termonuclear) fue 26 veces más grande que la de la bomba arrojada en Hiroshima. Después del sitio de pruebas de Estados Unidos, en Nevada, este lugar, llamado "el Polígono", sería el más grande del mundo. En total se detonaron en el área 456 explosiones, 340 de ellas bajo tierra.

Strilchuck llegó al Polígono a trabajar en pruebas en 1990, cuando este sitio de 17 900 kilómetros cuadrados, aún quedaba a las afueras de la Unión Soviética. Las pruebas nucleares estaban en declive: ese año la Unión Soviética, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y China llevaron a cabo 18 pruebas nucleares, pocas si se compara con las 178 que se hicieron en 1962, en el punto más alto de la Guerra Fría. Aún así, las pruebas continuaban siendo parte del peligroso juego de dominio tecnológico, y conocimiento científico para llevar la delantera militar.

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Los efectos de las explosiones tuvieron un alcance mayor al estimado por los científicos militares: a la fecha, miles de personas que viven en la ciudad aledaña de Semey continúan luchando contra las alarmantes cifras de mortalidad, cáncer y suicidio.

La prueba para la que se estaba preparando Strilchuck nunca sucedió. La Unión Soviética se disolvió y el 29 de agosto de 1991, Nursultan Nazarbayev, el nuevo presidente de Kazajistán, cerró definitivamente el Polígono. Casi de un día para otro Semipalátinsk se convirtió en un símbolo del desarme nuclear y de la reciente independencia del país de la Unión Soviética.

Pero la decisión también transformó el Polígono en tierra de nadie, pues Strilchuck y miles de militares abandonaron el lugar. Poco tiempo después de que se fueran, llegaron los guaqueros. Sacaron el metal y otros materiales de la vieja infraestructura nuclear que estaba casi escondida y se expusieron a altos niveles de radiación. Incluso las autoridades locales expedían pequeños permisos de minería para incentivar el crecimiento económico (Kazajistán es el mayor productor de uranio en la actualidad).

El plutonio, un combustible para bombas fabricado a partir del uranio, tiene una vida media aproximada de 24 000 años. A principios de la década de los noventa, el temor de que partes del arsenal nuclear soviético cayeran en las manos equivocadas impulsó a Washington a tomar medidas. Una misión llevada a cabo en 1994 sacó más de una tonelada de uranio calificado para armamento de una planta metalúrgica kazaja ubicada a tres horas del Polígono.

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En el sitio de pruebas, la preocupación principal de los analistas del Departamento de Defensa de Estados Unidos era la montaña Degelen, que albergaba el complejo subterráneo donde los soviéticos desarrollaron la mayoría de sus pruebas nucleares. Los oficiales confirmarían después que Degelen contenía suficiente material radioactivo como para que un país aspirante a ser potencia nuclear produjera docenas de armas radiológicas. En 1996, el Departamento de Defensa de Estados Unidos empezó un proyecto de tres años para "eliminar" la amenaza que representaba la montaña, con un costo de seis millones de dólares. Ese año, oficiales estadounidenses y kazajos celebraron el primer conjunto de sellamientos de túneles. No se hizo un recuento de lo que quedó atrapado.

En la actualidad, Strilchuk es jefe de entrenamiento e información del Centro Nuclear Nacional en la ciudad de Kurchátov, un centro de investigación gubernamental responsable de la supervisión del sitio. Le pregunté si en 1991 se habría imaginado que el Polígono podría llegar a suscitar el espectro del terrorismo nuclear. "Esta fue una decisión tomada por el presidente de Kazajistán", dijo, "¿qué otra opción teníamos aparte de irnos?".

Yuriy Strilchuk, a la derecha, jefe de entrenamiento e información del Centro Nuclear Nacional de Kazajistán, recorriendo las torres de observación de detonación en un sitio de pruebas. Muchas de estas estructuras han sido saqueadas por guaqueros. Fotografía por el autor.

Siegfried S. Hecker se había retirado recientemente de su cargo como director de Los Álamos, el laboratorio nuclear estadounidense donde nació la bomba, cuando a sus oídos llegó una información problemática de un conocido kazajo, otro científico nuclear, a comienzos de 1998. Hecker había ocupado el cargo durante los últimos días de la Guerra Fría y estaba bien familiarizado con las consecuencias de las pruebas nucleares. Viajó al Polígono y se sorprendió al ver lo negativa que se había puesto la situación de guaqueo dentro y alrededor de Degelen: la maquinaria nueva y los pedazos de tierra destrozados indicaban que había alcanzado una escala industrial.

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Una bomba nuclear puede necesitar casi ocho kilos de plutonio, tal vez menos. Hecker estimó que podría haber casi 200 kilos de plutonio en el área. El material, escribió en un informe para oficiales en Washington, se encontraba "en forma razonablemente concentrada, era fácil de recoger y estaba ubicado en una zona abierta".

Para convencer a los oficiales rusos de que la situación era grave, Hecker consultó al director del equivalente ruso a Los Álamos y le mostró fotos del guaqueo en el sitio. La mañana siguiente, físicos veteranos del Polígono se unieron a Hecker y al equipo de científicos kazajos para trazar un esfuerzo cooperativo que mitigara los peligros. Todos acordaron mantener el silencio.

Durante las negociaciones, los rusos admitieron que cerca de Degelen existían más ductos superficiales utilizados para pruebas y que estaban revestidos en plutonio. Dijeron que en algunos casos no todos los dispositivos en los túneles habían sido detonados completamente, y que había quedado plutonio puro o uranio enriquecido.

En 2000, Estados Unidos pagó para que ingenieros kazajos comenzaran a sellar estos sitios y el plutonio permaneciera enterrado, con la intención de que el costo de extraer el metal fuera más elevado que el de hacer plutonio nuevo. Pero el esfuerzo fue bloqueado por impedimentos legales y retrasos en el financiamiento. Pronto, los intrusos reabrieron algunos ductos y túneles para obtener chatarra. En algunos casos utilizaron descaradamente retroexcavadoras, explosivos y otros equipos que pertenecían a Degelen Mountain Enterprises, la compañía minera que había ayudado a comenzar el sellamiento.

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Lo sucedido el 11 de septiembre y la evidencia de que Al Qaeda estaba en búsqueda de material nuclear pusieron en alerta a los oficiales estadounidenses. Pero el sellamiento en Semipalátinsk se había estancado y para el momento en que el trabajo comenzó nuevamente, en 2004, los ingenieros encontraron que 110 de los 181 túneles sellados en la montaña Degelen habían sido reabiertos. Los rusos admitieron otro asunto alarmante: dentro de Degelen estaban enterrados 100 kilos de plutonio recuperable, junto con componentes utilizados para construir armas nucleares.

Las solicitudes de presupuesto del Departamento de Defensa de Estados Unidos para el programa se dispararon de cerca de cinco millones de dólares al año a decenas de millones. En 2009, de acuerdo con un cable secreto de la embajada estadounidense, un oficial estadounidense de alto rango visitó Astaná, la capital de Kazajistán, para comunicar personalmente el esfuerzo urgente de Washington con miras a "prevenir que materiales de residuos nucleares cayeran en manos terroristas". El cable señalaba que "el riesgo de proliferación es alto" y sellar el resto de la montaña sería una "batalla cuesta arriba".

Unas semanas después, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo una llamada telefónica a un oficial kazajo de alto rango y le imploró que pusiera fin a la guaquería. Un área de aproximadamente 60 kilómetros alrededor de la montaña fue declarada como "zona de exclusión" y se instalaron cámaras de vigilancia y sensores de movimiento. Estados Unidos donó un dron para ayudar a patrullar el área y, a fin de cuentas, gastó un estimado de 100 millones de dólares en medidas de seguridad.

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El año siguiente, durante una reunión en la Cumbre de Seguridad Nuclear de 2010, los presidentes Barack Obama, Nursultan Nazarbayev y Dmitry Medvedev se comprometieron a terminar de asegurar la montaña Degelen. En 2012, un grupo de oficiales y científicos de Estados Unidos, Kazajistán y Rusia celebraron silenciosamente el final de sus esfuerzos. Tras 16 años y más de 150 millones de dólares en ayudas de Estados Unidos, el proyecto se conmemoró con un monumento cerca de la montaña. En tres idiomas decía: "1996-2012. EL MUNDO SE HA VUELTO MÁS SEGURO".

Un modelo del punto cero en un museo de la ciudad de Kurchátov, anteriormente secreta. Fotografía de Carl Robichaud.

Una ausencia notable en la ceremonia fue la del órgano central del mundo para la actividad nuclear. Con miedo a que las fugas y enredos burocráticos demoraran su trabajo, la coalición había decidido ocultarle a los agentes del Organismo Internacional de Energía Atómica una parte de la contaminación por plutonio en el lugar del registro. Durante una visita de la OIEA en 2010, los oficiales de Estados Unidos lograron mantener a los inspectores lejos de los lugares más sensibles. Conscientes de los riesgos que acarreaba el informe, los oficiales del OIEA se mostraron dispuestos a seguir su juego.

"Pensamos en salvaguardias y nos preguntamos, '¿Valen la pena los esfuerzos del organismo para asignar recursos escasos de salvaguardias a este material?'", le dijo un oficial del OIEA anónimo a los autores de un informe de 2013 del Belfer Center de Harvard. "Decidimos que no valía la pena el costo del inventario". Los inspectores internacionales nunca pudieron determinar si las técnicas de sellamiento en el Polígono cumplían con los estándares del almacenamiento a largo plazo de desechos nucleares. "Está planeada más asistencia para Semipalátinsk", me dijo un vocero del OIEA.

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Los secretos nucleares se guardan con plena justificación. En 2011, en el momento más álgido del caso WikiLeaks, la entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton, se mostró preocupada por una "era de Internet en la que información peligrosa puede ser enviada alrededor del mundo con un solo clic". Se refirió al robo nuclear como ejemplo primordial. "Manteniendo la confidencialidad", dijo, "logramos disminuir la probabilidad de que los terroristas o criminales encuentren material nuclear y lo roben para fines propios".

Mientras Hecker defiende la clandestinidad de los esfuerzos para asegurar el Polígono, subraya la importancia de la transparencia al asegurar materiales nucleares. "En muchas áreas, como por ejemplo la de seguridad nuclear, la clandestinidad excesiva fracasa porque la información importante se mantiene lejos de los trabajadores u oficiales que tienen que conocerla".

El legado de la clandestinidad reina todavía sobre el Polígono. Si bien los guaqueros entraron a los despósitos de plutonio desprotegido, según los oficiales no existe evidencia de que hayan podido recolectar algo. Pero Sergey Lukashenko, director del Instituto de Seguridad Radiológica y Ecología, dice que todavía existen preocupaciones con respecto a "puntos calientes" descubiertos recientemente en el sito de pruebas, donde existe presencia de residuos de plutonio o uranio altamente enriquecido.

"No sabemos realmente cuánto material tenemos", dijo. Sería "casi imposible [saberlo]", pero un mal actor podría hoy "en principio" extraer material suficiente del suelo para elaborar un arma radiológica.

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El año pasado, en medio de las tensiones crecientes en Ucrania, el gobierno ruso informó a oficiales estadounidenses que se retiraba de la colaboración para la reducción de la amenaza nuclear. Estados Unidos ya había adjudicado 100 millones de dólares para el programa el año que venía, que según se había establecido, duraría hasta 2018.

"Al gobierno ruso le gustaría retirarse de las negociaciones de Semipalátinsk", me dijo Hecker, pero "la cooperación entre científicos estadounidenses y kazajos continúa".

Hoy en día hay algunas cercas alrededor del Polígono y los sitios más sensibles están protegidos por equipos de vigilancia. Pero hay muy poca seguridad para prevenir que los pastores y sus animales pasten en el resto del lugar. Las operaciones de minería aprobadas se encuentran en curso, no muy lejos de la montaña Degelen, y el Centro Nuclear Nacional organiza recorridos públicos.

Lukashenko y sus científicos también están tratando de entender el daño medioambiental en el Polígono; cultivan remolachas y fresas y crían pollos, buscando evidencias de radiación. Este esfuerzo científico —algo así como arqueología nuclear probablemente requeriría continuar para siempre.

"Aún así", dijo, "es relativamente seguro visitar algunas partes del Polígono e incluso cultivar". Espera que algún día vengan más turistas (siempre y cuando, por supuesto, no se lleven ningún souvenir).

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Esta historia fue reportada con asistencia del Proyecto de Reportaje Internacional.