FYI.

This story is over 5 years old.

terrorismo

Todo el mundo tenía un guión que seguir tras el atentado de Londres

Hace cinco años, la sociedad solía enmudecer ante las atrocidades. Hoy en día, todo el mundo tiene algo que decir al respecto.
Foto superior: Xinhua/SIPA USA/PA Images

Tres días antes del atentado de ayer en Westminster, 200 agentes de la policía especializada en la lucha contra el terrorismo participaron en un simulacro de operación a gran escala en el río Támesis para rescatar a un grupo de "rehenes" que habían sido secuestrados en una de las embarcaciones turísticas que navegan sus aguas. "Este tipo de maniobras demuestran que, en caso de que se produjera un episodio de estas características, Londres estaría preparado para gestionarlo de la forma más eficiente y efectiva posible", declaró a los medios el comandante de la policía metropolitana.

Publicidad

Y efectivamente, estaban preparados. Minutos después de que el terrorista estrellara su vehículo contra la verja que rodea el Parlamento británico, la policía ya había acordonado la zona y enviado a numerosos agentes uniformados de negro y fuertemente armados. Se cerraron los accesos al Parlamento. A su llegada, las ambulancias aéreas sabían exactamente dónde aterrizar gracias a una planificación cuidadosa y sincronizada. Todo el mundo sabía con exactitud qué tenía que hacer. La operación se desarrolló con precisión quirúrgica, sin fisuras, porque se esperaba que algo así ocurriera.

Pero policías y sanitarios no estaban solos, porque a su alrededor el resto de la ciudadanía estaba haciendo lo mismo. Todos tenemos nuestros planes de contingencia, hemos preparado semiconscientemente nuestros actos y nuestras palabras. Millones de personas han estado repasando mentalmente su reacción a un nuevo atentado. La posibilidad del silencio respetuoso ni siquiera se contempla; hoy en día tenemos rituales para estas ocasiones: anuncias en Facebook que te encuentras bien, usas la etiqueta #todossomosLondres, publicas mensajes llamando a la calma y fotos de Winston Churchill e insistes en que no sientes miedo. Porque no lo sientes. Porque tú también tenías un plan.

Mientras veía cómo se desarrollaban los acontecimientos en las noticias, oí cosas que ya había oído antes. A falta de información concluyente más allá de los hechos, los noticieros tiraron de guión. En un ejercicio de cinismo, incluso podríamos haber predicho punto por punto todo lo que las cadenas Sky y BBC dijeron desde el primer momento.

Publicidad

Primero vienen las espantosas imágenes de las víctimas, el contradictorio baile de cifras de muertos y las promesas de las autoridades de seguir informando tan pronto como dispongan de más información. A continuación, la frase de rigor, "Todavía no se ha confirmado que se trate de un atentado terrorista", que no deja de ser un molesto y despreciable eufemismo para decir: "Todavía desconocemos la raza del autor del atentado". Incluso el caos y la confusión siguen un patrón definido. Especulaciones sobre la posibilidad de que hayan sido varios los atacantes, noticias de la persecución de un hombre que no existe; se identificará a la persona equivocada; los medios se lanzan a publicar un torbellino confuso de datos biográficos del supuesto terrorista, y luego el becario debe acceder a alguna información ya publicada para realizar una corrección. Todo el mundo interpreta su papel.

Portadas del día tras el atentado de Londres

Las portadas de los diarios de hoy

Toda obra, claro está, tiene sus villanos. Stephen Yaxley-Lennon —activista racista reformado que se hace llamar Tommy Robinson— aprovechó la ocasión para pasearse por Westminster y anunciar a todo el que quisiera escucharle que todo lo ocurrido era culpa del Islam y de sus aliados en los corruptos y serviles medios de comunicación. Robinson no había acudido allí para ayudar, su presencia no tenía justificación alguna, aparte de la de salir por la tele y convertirse en el protagonista de una tragedia ajena. A fin de cuentas, su trabajo consiste en hacerse notar, y esos mismos medios de comunicación corruptos y serviles que él critica le dieron el gusto, recogiendo cada palabra que salió de su boca y difundiéndolas por internet. Porque la prensa también tiene su papel en esto.

Publicidad

Quizá no pasaron ni cinco minutos entre los primeros disparos y los primeros mensajes desagradables y sádicos en Twitter. "¿Cómo va, entonces, el tema de las fronteras abiertas? ¿Los refugiados siguen siendo bienvenidos? Esto es lo que ocurre cuando dejas a los extranjeros entrar en tu país". Ese tipo de personas a duras penas pueden ocultar su satisfacción; les alegra lo ocurrido y desean que vuelva a ocurrir, una y otra vez. Quieren muertes diarias, tiroteos y explosiones por toda Europa, montañas de muertos… No porque sea su objetivo, sino simplemente para demostrar que tenían razón.

¿Qué más da que nada apuntara a que el atentado fuera perpetrado por un migrante? Hay que seguir el guión. Y mientras todas esas personas anhelaban la llegada de esa ola de terrorismo islamista, otras tantas deseaban lo contrario. Al menos yo lo deseaba. Quería creer desesperadamente que había algo más, confiar, contra todo pronóstico, que este episodio no se convierta en otra excusa que puedan esgrimir los políticos para impulsar el cierre de fronteras o los racistas para perpetrar sus agresiones en plena calle. Pase lo que pase, siempre es buen momento para retomar antiguas luchas contra los mismos enemigos. Un atentado terrorista no hace tambalearse nuestras vidas, sino que contribuye a reafirmar la realidad en la que creemos, sea cual sea.

No pretendo exponer una crítica sobre la politización de la tragedia, puesto que un atentado terrorista es, en esencia, de carácter político. El momento de luchar contra el racismo, la guerra y los horrores que los favorecen es ahora. Pero se ha perdido algo: el periodo de luto. Hasta 2005, cuando se producía un atentado o una matanza, lo habitual era que le siguiera un duelo, un respetuoso periodo de silencio para mostrar la repulsa de la sociedad ante un acto tan atroz. Hoy eso se ha perdido, y antes incluso de que sucedan, los atentados se ven rodeados de un halo de prejuicios. Hay muchos ojos observando, lo que implica que hay más actores bailando sobre los cuerpos ante las cámaras. Y luego voy yo, muestro mi rechazo al respecto y hago lo mismo.

El terrorismo está perdiendo su capacidad de aterrorizar, pero eso es algo de lo que no tenemos por qué alegrarnos, necesariamente. Mientras caminaba a grandes zancadas por Westminster, tras el atentado, Tommy Robinson apuntaba hacia el río con un dedo y gritaba, "¡Esto es una guerra!". Esto no es una guerra. No es un choque de civilizaciones. No es una intrusión violenta y repentina de la violencia y el barbarismo en nuestras rutinas. No es más que lo que está ocurriendo ahora, otra refriega más en nuestro eterno tira y afloja del siglo XXI.

Tirando de un lado, yihadistas violentos y reaccionarios; del otro, nacionalistas violentos y reaccionarios, y el juego no está completo sin que todo el mundo haga su pequeña aportación. Asesinos y policías, periodistas y racistas, gente pidiendo a gritos más derramamiento de sangre, gente suplicando una tregua. Todos unidos en una única producción, siguiendo el guión hasta la última coma. El terrorismo no detiene nada, y mucho menos provoca cambio alguno. El terrorismo no es más que un pretexto para poder seguir haciendo lo que hacíamos, pero con renovada intensidad; los engranajes se mueven, la velocidad aumenta y el mundo entero se vuelve un lugar un poco más frío y cruel.

@sam_kriss

Traducción por Mario Abad.