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Cultură

La revancha de los pajilleros

Mike Judge se lo pasa teta con los genios de Silicon Valley.

¿Se puede uno hacer millonario con una aplicación que detecte a distancia la presencia de pezones? En Silicon Valley parece que sí. Allí un tipo con granos de adolescencia (de pajearse o lo que sea) puede vender una herramienta para comprimir archivos por diez millones de dólares. La mente retorcida de Mike Judge ha conseguido convertir la vida en esos campus idílicos de California (en realidad colmenas de geniecillos con sudadera, camisa y chanclas) en una sit-com.

En Silicon Valley (la serie) no hay risas enlatadas, ni planos de establecimiento (la casa de Médico de Familia), ni una cabecera con personajes, rótulos de color flúor y tipografía comic sans. Los capítulos emitidos (aquí en el Plus) llevan el sello de la HBO, calidad casi asegurada. Y va para título de culto en un año difícil por la competencia. El esquema es sencillo: nerds con motes tan de toda la vida como 'el cabezón', pegan el pelotazo cuando un capo de la industria invierte en su start up. Los negocios y la tecnología retratados con la mala hostia de la que presume Mike Judge desde hace 20 años.

El creador y guionista convierte lo que podía ser una segunda parte de La Red Social de David Fincher es una comedia negra como el carbón, con un humor que por momentos recuerda a los Farrelly más inspirados (chistes sobre enfermedades y colores de piel) y muy pegada a lo que tipos como Adam McKay, Will Ferrell o Judd Apatow consiguieron que se llamara nueva comedia americana y a lo que otros llaman post-humor, el absurdo de toda la vida. Una versión hi-tech de clásicos ochenteros de adolescentes pringaos tipo Los Albóndigas en remojo o La venganza de los novatos. Cambiando fraternidades por viveros de cerebritos.

Silicon Valley es un poco lo que Judge lleva haciendo toda la vida, desde que logró que la MTV sacarán videoclips de hair-metal en la programación de madrugada, comentados por dos muñecos fumetas que reían más de lo que hablaban. Aquí nadie sale bien parado, ni los listillos a los que a los diecisiete nadie ha tocado nunca la entrepierna, ni los gurús de grandes empresas, con ese personaje que interpreta de manera magistral Christopher Evan Welch. Una especie de Bill Gates que ha consumido más opio de la cuenta y que tuviera detrás a Beavis y Butt-Head comentando sus apariciones en público.

Mike Judge sigue la línea marcada por sus películas Idiocracia y Extract, y a la vez vuelve a meter el dedo en donde duele y no hace cosquillas: en la estructura social y económica de EEUU. Y reparte contra el capitalismo. En el fondo está ahí muy presente esa crítica, como lo estaba en Trabajo basura (1999). Una comedia a reivindicar que en su tiempo se nos vendió fatal. Como que era una cosita ligera con Jennifer Aniston de protagonista (cuando todo el mundo ya estaba harto de verla en Friends), y que dejaba un regusto tan ácido como un café con la leche cortada o un zumo de mipalo.