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Comida

El ramen puede salvarte la vida en la cárcel

Gustavo "Goose Álvarez logró sobrevivir a un violento motín en la cárcel gracias al ramen.

Gustavo "Goose" Álvarez estaba atrapado. Sólo una puerta lo separaba de una multitud de otros reclusos —muchos cargando armas improvisada—, y su única protección era una camiseta que había envuelto alrededor del cuello para proteger su yugular. Algunos de sus compañeros de dormitorio estaban orando por sus vidas.

Era 2009, y los motines de la cárcel Chino se habían desatado —once horas de violencia encendidas por tensiones raciales entre negros y latinos que dejarían más de 200 heridos—. Álvarez estaba cumpliendo una condena de seis años en ese momento. Cuando vio a un grupo de oficiales correccionales huir por una ventana, creyó que ya no tenía salvación.

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"Solo pensaba: 'Wow, esto es todo. Así es como voy a morir'", dice Álvarez.

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Gustavo "Goose" Alvarez and Clifton Collins, Jr. Photo courtesy of Workman Publishing.

Las fotos de los disturbios muestran una escena de destrucción e infierno: el suelo de una barraca quemada es un pantano oscuro de sábanas carbonizadas y artículos personales. En otras, los colchones yacen por todas partes con paredes salpicadas de sangre. Los muros de los edificios con agujeros del tamaño de un hombre. Los fragmentos de vidrio roto cubriendo el recinto, junto con novelas, zapatos, biblias y cartas.

Al revisar los daños, el entonces gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, comentó: "Parecía una escena de una de mis películas, con la excepción de que ésta fue un peligro y destrucción real".

Dentro de tanta destrucción, una de las imágenes más conmovedoras presenta un cuartel con daños relativamente mínimos. En la esquina de la foto de la habitación casi intacta, mezcladas entre los escombros, hay una pila de unos diez paquetes de ramen naranja y verde brillante. Cuando le muestro la foto a Álvarez, no se sorprende. "Era nuestra necesidad básica", dice, señalando que los fideos secos y paquetes de saborizantes —generalmente vistos como la comidas más barata en el exterior—, sirvió como un bien valioso mientras estaba cumpliendo su condena.

"Lo puedes usar para lo que sea. Lo creas o no, hasta puedes utilizarlo como moneda de cambio", dice.

La sopa, con valor de casi un dólar durante su tiempo en Chino, era moneda corriente legal para todo; desde las apuestas, hasta para que te lavaran la ropa. Esos humildes paquetes de ramen resultaron ser aún más valiosos esa noche de lo que Álvarez podría haber imaginado. La comida caliente que produjeron se convertiría para él en un poderoso símbolo de los disturbios. Es la narrativa que le da forma a su nuevo libro, Prison Ramen, del que fue coautor con su viejo amigo, el actor Clifton Collins Jr.

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El libro comienza durante los disturbios a los que Álvarez sobrevivió. Los esfuerzos de un cincuentón llamado OG Crip lograron calmar a los jóvenes hombres negros. Álvarez, con sus treinta y tantos años y padre de tres hijos en ese momento, los vio como "jóvenes tontos", que seguían el mismo camino que él lamentaba haber tomado en el pasado.

"Estos niños estaban en pijama, que es básicamente el uniforme. Se estaban congelando y tenían hambre. Los veía tan inocentes. No conocían nada mejor", dice Álvarez.

Una hora más tarde, él y sus compañeros de dormitorio estaban juntando sus provisiones para alimentar al grupo que se amotinó. Eso llevó a un diálogo significativo entre todos los enemigos."[La comida] rompe el hielo", dice.

Las alegrías, dolores, y luchas diarias en la búsqueda de alimento durante el encierro se examinan en Prison Ramen. Las partes más interesantes son los ensayos escritos por Álvarez, aunque las anécdotas de algunas celebridades que estuvieron en prisión (como Danny Trejo y Slash) también aparecen. Es también, casi un libro de cocina, con recetas que requieren ingredientes usualmente almacenados en los comisariatos de la prisión. Por ejemplo, tamales de ramen hechos con corteza de cerdo o papitas de maíz con frijoles refritos.

LEE: Lo peor de ser preso en una cárcel japonesa es la mala comida y la falta de cubiertos.

Los pasajes y recetas demuestran la intimidad necesaria que se forjó entre los individuos encarcelados, quienes, Álvarez insiste, deben dejar atrás el mundo exterior como una cuestión de salud física y mental. "Muchas chicos tienen la mente en su novia (¿qué está haciendo?, ¿dónde está?) y el cuerpo en la cárcel, y eso no termina bien. Te convierte en un zombi andante y puedes salir lastimado ", dice.

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Una comida comunal con tus compañeros es una manera de construir relaciones con tu familia sustituta. La camaradería y la confianza, en las que cree firmemente, se construyen cuando los prisioneros no tienen muchos recursos para preparar algo delicioso, digamos, un goulash o sopa de pollo el domingo por la noche. La versatilidad del ramen suele ser la base para estos platillos de colaboración, donde el paquete saborizador actúa como una salsa madre.

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Photo courtesy of Workman Publishing.

El padre Greg Boyle, fundador de Homeboy Industries en Los Ángeles (el programa de rehabilitación de pandillas más grande y exitoso del mundo) y que también tiene un ensayo en el libro, hace eco de Álvarez. Compartir comida (o "propagarla" como dicen en Homeboy) ayuda a unir incluso a los rivales más acérrimos.

"En Homeboy regularmente 'propagamos', pues la experiencia nos ayuda a recordar que pertenecemos el uno al otro. Cuando lo hacemos, nos deleitamos con la misma sensación, y en el deleite está la sanación para todos nosotros", dice Boyle.

Además de la vinculación que produce, hacer tu propia comida (incluso si estás utilizando alimentos procesados) también puede proporcionar la nutrición que el plan de comidas promedio emitido por el estado ni siquiera intenta. Álvarez dice que utilizó ostras ahumadas, almejas y calamares comprados en el comisariato o enviadas por encargos para preparar sopa de siete mares. También pudo hacer ceviche y pico de gallo cuando les permitieron cultivar hortalizas en el patio. Cuando todo fallaba, robar productos de la cocina (un delito grave que podría meterte meses en el hoyo) era visto como un riesgo justificado.

"Pasábamos todo un día a escondidas y creando distractores solo para obtener cierto producto, como un tomate, un plátano o una manzana", dice, agregando que para él un kiwi era como el oro.

Es este tipo de luchas diarias propias de la vida en prisión y el terror que experimentó durante los disturbios lo que ha llevado a Álvarez a advertir a los jóvenes. Admitiendo que ha hecho cosas terribles en su pasado, dice que ahora siente que finalmente tiene un propósito. Espera que Prison Ramen sea una herramienta para realizar conexiones con los chicos en situación de riesgo –de quienes es mentor– a través de organizaciones como Homeboy Industries.

"Hablo con quien sea", dice Álvarez. "No importa. Dejo lo que estoy haciendo y hablo con ellos y les digo: ''Esto es una mentira, hermano. Todas esas cosas de prisión, son una mentira del diablo. ¿Sabes que te llevarás de esto? Te convertirás en el criminal más hardcore, y ¿sabes que obtienes? Una celda de cinco por siete por el resto de su vida… Nunca sales'".