Todas las fotos son de Kostas Koukoumakas
Sigue a VICE Sports en Facebook para descubrir qué hay más allá del juego:Amid, de Siria, chutó un balón hacia mí. Se lo devolví y él empezó a chutarlo entre las tiendas de los refugiados levantadas fuera del campo de refugiados de Idomeni.Le siguieron de inmediato el resto de chavales del lugar, que se juntaron en un campo que es ahora tan duro como el cemento debido a los miles de pies que han caminado encima de él. Colocaron dos piedras a modo de palos y el partido empezó.Sigue al autor en Twitter: @kkoukoumakas
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Durante los largos ratos de espera en Idomeni siempre aparece un balón y empieza un partido. Es un momento alegre entre el drama que se desarrolla a la sombra de la frontera con Macedonia, los conflictos con la policía, los bebés llorando en brazos de sus madres y las colas para comer.Empecé sacando unas fotos con mi smartphone, primero tímidamente y después con mayor regularidad, de los refugiados jugando a fútbol. No es algo romántico: son unos pocos momentos de luz en medio de esta oscuridad.Solo el fútbol es capaz de tocar la psique humana con tanta fuerza. Encapsula un sentimiento de unión y competición: tiene una especie única de pureza, devoción y corrupción. Es igual de injusto que la vida misma, y por eso no siempre ganará el mejor.En fútbol, cuando metes un gol abrazas y besas a tu vecino, incluso cuando ni le conoces. Quien marca levanta la mano y apunta al cielo. Hoy, en algún rincón de Idomeni, habrá gente corriendo detrás de un balón: esta es la historia del (improvisado) Atlético Idomeni.Más deportes: Los cuatro hombres sin piernas que cruzaron el Atlántico a remo