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billar terapéutico

​Ahogando las penas: Cómo el billar me ayudó a controlar mi grave estrés

He probado varios remedios para reducir mi estrés. Ninguno ha funcionado. Tras pasar muchas noches sin dormir y renunciar a mi trabajo, encontré el remedio perfecto: el snooker.
Image via Pixabay

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Estrés:

Del ingl. stress.

1. m. Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves.

Sufrir estrés es tan común actualmente ―o al menos se habla tan abiertamente de ello― que no siento vergüenza al comentarlo. O sea, ¿quién no siente ansiedad ante algunos acontecimientos de la vida? Una primera cita, un examen de conducir, una reunión importante… Hoy en día el estrés es tan común como cualquier otro sentimiento.

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Pero a los 19 años, cuando empecé a sufrirlo, no me parecía en absoluto normal. De hecho, me parecía de todo menos eso.

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Aunque todas las personas pueden sufrir estrés y ansiedad en algún punto de su vida, no todas experimentan un desencadenante concreto en un momento determinado. Pero yo sí. Mi desencadenante fue mi antiguo trabajo en una compañía de seguros, donde prácticamente todas las semanas acababa encerrado en el lavabo hiperventilando, tratando de calmarme y de limpiar mi mente inundada de trabajo.

El estrés recibe el sobrenombre de "asesino silencioso". Los problemas pueden parecer relativamente menores pero entran en una espiral de descontrol si no se tratan o si no se habla de ellos al menos. Aunque muchos de quienes lo padecen pueden aparentar estar perfectamente bien por fuera, puede que por dentro estén gritando pidiendo socorro. El estrés es capaz de provocar enfermedades cardíacas, hipertensión, diabetes y problemas mentales como la depresión. Así que, mientras yo sufría en silencio, no perdí el tiempo y busqué ayuda profesional.

Las personas pueden tener diferentes niveles de tolerancia al estrés ―lo que para un hombre puede ser una confrontación que provoca pánico para otro puede ser un debate moderadamente estimulante―, pero si tantos de nosotros estamos fuera de control debido al estrés, es importante que nos demos cuenta de ello y que aprendamos a relajarnos.

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Probé una lista de remedios de eficacia demostrada para reducir mi estrés a lo largo de los meses siguientes. Ninguno funcionó. Volví al médico en busca de alternativas, pero nada me sirvió de ayuda. Soporté noches sin dormir y pequeños colapsos en el trabajo hasta que, cuando aquello fue demasiado, presenté mi dimisión.

Fue entonces cuando encontré mi remedio perfecto: el snooker.

Durante el período siguiente que pasé en el paro, jugaba al snooker con regularidad. Fue una feliz casualidad: empecé a jugar porque la sala de snooker estaba justo a mitad de camino entre mi casa y el pub. Entonces, tres meses después de mi primera partida, me convertí en miembro de pleno derecho y empecé a notar cómo en la lejanía resonaba el leve fragor de la adicción.

Ahí donde la vida resultaba imprevisible, el snooker era perversamente fiable. Donde la vida era rápida, el snooker era lento. El juego se inventó para ayudar a los soldados a pasar los veranos en la India durante el período de paz, mientras esperaban a que los nativos se dieran cuenta de que aquella dominación colonial no les venía bien a largo plazo. Siempre ha sido un juego para relajarse.

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El snooker es un deporte casi anti-competitivo. Por supuesto, siempre hay otra persona contra la que competir, pero en realidad lo que se hace es jugar por turnos contra uno mismo, intentando llegar hasta el final de la partida sin estrés. Había algo bastante terapéutico en el snooker que inmediatamente calmaba mi mente.

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Fue durante mi siguiente visita al médico cuando me di cuenta del efecto que estaba teniendo el snooker sobre mí. Mi médico me pidió que recordara alguna ocasión en la que me hubiera sentido completamente tranquilo desde nuestra última visita y, aparte de unas pocas noches de sueño profundo ―que normalmente seguían acabando conmigo despertándome de pronto envuelto en sudor―, todas mis respuestas giraron en torno al snooker.

Jugaba al snooker ―y sigo haciéndolo― no porque fuera divertido, sino porque no lo era. Encontraba toda la experiencia muy reconfortante. El extraño silencio en toda la sala, con la única compañía de unos ligeros susurros y el sonido de las bolas al chocar, crean una atmósfera casi de meditación.

Porque para mí, el snooker es en realidad más meditación que deporte. Me vacía de ambición y preocupaciones. Me hace sentir en paz con el mundo. El sentimiento cuando esa última bola negra cae en el cesto te deja pensando con cariño y nostalgia en todo el rato que has pasado sobre el gran paño verde. Casi te convence de que, en comparación, todo lo demás que hagas ese día parecerá fácil y normal, porque el snooker sería muy simple si no fuera tan absolutamente imposible. Los golpes rectos cambian de dirección con el ángulo correcto. Las bolas que se dejan justo al borde rebotan en las paredes del agujero y vuelven al tapete. Cada bola metida es un pequeño triunfo. Un turno de más de 10 golpes a la bola blanca es algo que raya la heroicidad. Pero a la vez no se espera nada de ti: tú estás jugando y, en ese espacio de tiempo, nada más importa.

Me di cuenta de que el snooker televisado tenía ese mismo efecto reconfortante. Los suaves tonos del árbitro, el tranquilizante acento de Yorkshire de John Virgo cuando pregunta en tono leve dónde va a ir a parar la bola blanca y el snooker lento y suave que practican los profesionales. Era otra combinación perfecta. Transcurrieron unos meses y el snooker estaba empezando a costarme bastante caro, así que decidí descubrir si el billar tendría el mismo resultado. Pero a pesar de ser una versión del snooker, el billar es totalmente diferente. Es el primo joven y ruidoso del snooker. No, el snooker no se parece en nada al billar. El billar fue diseñado para tíos mediocres, para ayudarles a lidiar con el hecho de que no tienen nada de qué hablar con sus mejores amigos, ni siquiera cuando están borrachos. En el snooker no hacen falta las palabras. El snooker es para hombres. Es para hombres maduros y cultos, o al menos para hombres que tienen aspiraciones en esa dirección.

La atmósfera que crea el snooker y en la que te ves inmerso es algo de lo que quiero formar parte para siempre. Ese sentimiento cuando estoy sobre el tapete me permite olvidarme de todo lo demás. Durante la siguiente hora más o menos, solo estamos la mesa y yo. Relax. Nada más importa en este mundo.

Sigue al autor en Twitter @tylrwllsn