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Vecinos que rescatan cines

Las salas cierran sus puertas o se transforman en tiendas de ropa y gimnasios, pero un nuevo movimiento ciudadano intenta salvarlas para recuperar su uso original y proyectar películas.

Se nos mueren los cines. Lo vemos cada día en todas las ciudades. No hace demasiado, junto a nuestra oficina un camión cargaba butacas como fardos. Era el viejo cine Bogart, que ahora es un club de "variedades". La sala X de Corredera Baja acoge un supermercado Día y los Luna, también en el barrio madrileño de Malasaña, un gimnasio con terraza para horteras ambiciosos. Las míticas salas de Gran Vía convertidas en tiendas de ropa son la cara más visible de un proceso de extinción que creíamos irreversible pero que ahora parece haber encontrado una vía de salvación.

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El cine es caro, pero también es magia y la gente se resiste a perderla. La gente que la goza con series en el ordenador pero no renuncia a la pantalla grande. La misma gente que ha rescatado con su asociación los cines Zoco de Majadahonda (antiguos Renoir) y le ha tirado los trastos al Morasol, cerrado desde hace dos años en Chamartín. Su fórmula es sencilla: mil socios que aportan 100 euros anuales y programan preestrenos, pelis de autor y encuentros con directores. Un modelo que ya ha inspirado a cinéfilos en Valencia y Zaragoza.

Lo único que se salva de Rebobine por favor, esa ñoñería de Gondry en la que Jack Black y Mos Def recrean clásicos en VHS, es la reivindicación del cine como ritual y ceremonia colectiva. Una experiencia insustituible que se confirma cuando nos sentamos en la oscuridad para ver Blade Runner con el montaje del director, la gozamos con los Gremlins en una sesión de Phenomena o pataleamos de ovación en festivales como Sitges, SyFy o Fant. Pero el dichoso IVA, la digitalización, la crisis, la piratería y la ausencia de políticas de protección amenazan arruinar esta forma de placer.

Numax, una cooperativa sin ánimo de lucro que programa cine independiente en Santiago.

Gracias a la aparición de lunáticos que se niegan a asumir la derrota, vimos hace un mes a Aki Kaurismäki en una sala de cine independiente compostelana. En Santiago, Numax Sociedade Cooperativa Galega montó un pase cerrado para quienes apoyaron su proyecto y allí estaba, sin previo aviso, el director finlandés. Estamos hablando de Galicia, donde ver V.O. en el cine es más difícil que encontrar en Tinder a la madre de tus hijos. Y ahí en medio nace Numex, librería y laboratorio de producción audiovisual sin ánimo de lucro formada por personas de diversos ámbitos de la cultura.

Frente al cierre masivo de cientos de cines de los últimos años (medio centenar solo en Madrid), los espectadores se han movilizado y reabren las salas de sus barrios. Ahí están CineCiutat de Mallorca, una asociación de vecinos que se hizo con el control de los cines Renoir en Palma, el Artistic Metropol en Madrid o la aparición de Zumzeig Cine en Barcelona y los Cines Pathe en Sevilla, luchando todos contra los gigantes de la exhibición cinematográfica con actividades paralelas y vocación pedagógica. Y esto, para la gente que no quiere renunciar a la magia, son muy buenas notcias.