Sé que hay miles de niñas, mujeres (biológicas y transexuales) y ancianas que son abusadas por padres, hermanos, amigos, novios, esposos, hijos, nietos, tíos, primos, maestros, artistas, colegas del trabajo, políticos, abogados, magistrados, policías, militares, narcos, celadores y desconocidos en toda esta sociedad de consumo. Y sí, también son abusadas por dealers y adictos, que generalmente ocupan uno de los cargos o estatus antes mencionados. Muchas de las presas que abarrotan las penales están en la cárcel por omisión, en delitos que cometieron sus parejas o familiares hombres.
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Pero tú te has portado bien conmigo. Quizá sólo he tenido suerte o una ventaja social frente a otras chicas que tengan cualquier relación la producción y consumo de estupefacientes.Tú me llevaste a mi casa una vez que unos conocidos me mandaron a comprar cocaína aún cuando ya estaba muy borracha y no tenía dinero ni para un taxi. Y me has llevado al cajero en ocasiones no tan graves pero incómodas como cuando está lloviendo o no tengo ganas de caminar tres cuadras de ida y vuelta. Te conocí hasta que me integré a la fuerza laboral. En la escuela sólo nos drogábamos con sedalmerck, diazepam que le robábamos a las mamás y mota (pero nunca me gustó, me hace toser). Y alcohol, siempre el alcohol. Así que aquí estamos: un intercambio de pesos mexicanos por alcaloides.
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Sé que lo que vendes es basura. Cuando lo inhalo me raspa, me hiere; también cuando lo fumo con un bazuco (cuyo arte, debo decir, he mejorado a lo largo de los años). Recuerdo de donde vengo, donde la cocaína serrana se sentía como una nube acariciando mis senos paranasales, de tan blanca y suave y fresca que es. En cambio, la coca que me vendes es más como inhalar carbonato. Pero no importa. Soy tan puerca que he molido cualquier pastilla (aspirinas, citrato de sildenafilo y benzodiazepinas cuando la fortuna me sonríe) y la he inhalado. Sé que cuando ya no pueda trabajar más en esta fancy oficina ni pagar mi renta estratosférica terminaré raspando una pared para inhalar, porque así es como respiro.Sé que tú no la cortas. Tú no le pones bicarbonato ni acetona ni gasolina ni talco ni veneno para ratas humanoides. Simplemente me la traes a domicilio, evitas que yo corra peligro intentando conseguirla en la calle. Sé que quienes la cortan son tus distribuidores y, en general, quienes aumentan el precio, como la DEA, y en nuestro caso, la PGR y todas las corporaciones policiales, quienes además, piden su parte de la venta de drogas, porque no ganan lo suficiente para mantener a sus familias.
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Esta de Nina Simone no habla tanto de esperar drogas, pero te recuerda que, aunque no tengas coca, al menos tienes —inexplicablemente— un tabique nasal, así como piernas, ojos y todas esas extremidades que eventualmente resultan útiles.Espero que con la carta que escribiste, tu dealer te trate mejor. Pero esto es capitalismo salvaje. Anda con otro si tu distribuidor no te complace. Sobre todo no te ufanes de haber pagado la universidad de sus hijas, que todo Colombia te ha pagado algo con sus impuestos (luz, drenaje, infraestructura y de alguna forma educación), así como México (más los hombres que las mujeres, porque a millones de mujeres no se les remunera el trabajo que hacen dentro y fuera de casa, o están esclavizadas, ilegalizadas o en empleos informales, y gran parte del capital va a dar a manos de hombres) me ha pagado el Seguro Social y servicios públicos que uso para vivir y trabajar en un empleo que me satisface y me deja lo suficiente para comprar un gramo o tres cada semana.Ambos países también nos han pagado un sistema de clases desigual que nos permite destacar a base de dejar a muchos fuera, y de quitarles la oportunidad a millones de personas de dedicarse a ejercer un trabajo legal. Ambos países prefieren gastar en armamento que en educación gratuita. Piensa que probablemente tu dealer está de ese lado.