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FIGHTLAND

Mi primera pelea: Daniel Cormier

Daniel Cormier nos cuenta cómo pasó de ser un niño acosado por sus compañeros a campeón de UFC.

Todos —o casi todos— aman una buena historia de origen. Desde el Nuevo Testamento hasta las infinitas muertes de los padres de Bruce Wayne y el tío de Peter Parker, estamos fascinados por los catalizadores, epifanías, y momentos clave que hacen a las personas lo que son.

Con esto en mente, Fightland ha decidido conversar con nuestros peleadores profesionales, amateurs y entusiastas favoritos sobre el primer momento que los marcó y que los inició en su viaje por las artes marciales. Ya sea que haya sido su primera pelea oficial, su primera sesión de sparring, o incluso un pleito cualquiera en la calle o en el patio de recreo, ¿cuándo fue la primera vez que estos guerreros del futuro se dieron cuenta que el combate era algo que querían y podían hacer?

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En "Mi primera pelea" de hoy hablamos con Daniel Cormier —quien defenderá su cinturón en contra de Anthony "Rumble" Johnson en el evento principal de UFC 206 en Toronto, Canadá, el 10 de diciembre— sobre su no tan tradicional ascenso de niño acosado en la escuela a campeón semipesado de UFC.

Desde Karate Kid hasta Georges St-Pierre existe una narrativa sobre el acoso escolar y las artes marciales que hemos experimentado y amado: el protagonista es acosado por sus compañeros. El niño se mete a clases de artes marciales para defenderse y vence, respetuosamente, a su contrincante, y además obtiene una suerte de gloria más grandiosa en el proceso. La historia de Daniel Cormier, el actual campeón semipesado de UFC, tiene un inicio y un clímax triunfal similar, pero el viaje de punto A a punto B fue un poco diferente para él.

"Cuando era chico no fui necesariamente un gran peleador", comenta para Fightland. "Era uno de los niños que intentaba no pelear, por eso me molestaban mucho. No era muy bueno peleando".

Aunque hubiera tenido algún conocimiento para pelear en aquel entonces, a Cormier nunca se le ocurrió responder las agresiones para defenderse. "Solía aguantarme. Era el tipo de niño que se llevaba la paliza y prefería evitar problemas porque sabía que me podría ir peor", explica con un gesto desesperanzador.

Tampoco respondía verbalmente a sus agresores. Su actual habilidad para enfrascarse verbalmente, explica, la aprendió de una fuente completamente diferente. "Aprendí a decir fanfarronerías de los videojuegos que jugaba con mis amigos. Era todo lo que hacíamos cuando estábamos chicos. De ahí lo aprendí. Estaba rodeado de hombres todo el tiempo, diez, quince, todos los días. Nos ofendíamos y hacíamos bromas constantemente".

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Sin embargo, jamás utilizó sus armas verbales en contra de las personas que lo acosaban. De hecho, dice que aún no hemos sido capaces de ver su verdadero potencial con el lenguaje en la UFC. Y probablemente jamás podremos. "Soy mucho más relajado cuando no tengo cámaras cerca. En realidad nunca he dicho todas las cosas que puedo decirle a la gente. No quiero que mis hijos me busquen en internet un día y me vean comportándome como un loco".

En lugar de las ofensas, lo que descubrió fue un nuevo pasatiempo. Cormier dice aprender a luchar "cambió todo". No hay una sola anécdota en su carrera amateur que considera irrelevante para esta nota. "No fue una pelea", dice, como si la noción en sí fuese absurda. "Fue una competición".

Es lo que el joven Cormier tenía que meterse en la cabeza para motivarse previo a las peleas antes de convertirse en peleador. "¡Si pensaba que era una pelea, me sentía demasiado aterrado para competir en ese entonces! Todo me aterrorizaba".

El mismo miedo lo seguiría a lo largo de sus años en la lucha. Pero un día, mientras se preparaba para subir a la jaula para enfrentar a Gary Frazier en su debut profesional en las artes marciales mixtas en Strikeforce Challengers 3 el 25 de septiembre de 2009, por fin algo cuajó.

"Había hecho las paces con la idea de pelear. Me había dado cuenta que era lo que iba a hacer. Ya no tenía miedo".

Si no podía ponerse al tú por tú con Frazier, siempre podía recurrir a varias opciones. "Si todo fallaba, si él era demasiado bueno de pie", se dijo a sí mismo, "simplemente lo voy a derribar. Y así podré sacar ventaja".

Pero no fue así como sucedió. Cormier y Frazier sí terminaron en el piso, pero Cormier hizo mucho más que simplemente competir una vez que estaban ahí. Ganó la pelea a los 3:39 del segundo asalto con un nocaut técnico, y oficialmente, bajo sus propios estándares, se convirtió en un peleador. "Pensé que después de todo no me parecía una mala idea".

Bajo este nuevo concepto de sí mismo, se dio una nueva forma de controlar el miedo que había merodeado en su niñez y en su carrera amateur como adolescente. "El miedo no determina nunca mis acciones. Mi decisiones no están tomadas con base en el miedo. Las tomo de acuerdo a los hechos".

¿Y qué verdades obtiene de todo eso sobre su próxima revancha ante Anthony Johnson el 10 de diciembre? "La verdad es que lo derroté y lo haré una vez más. Sé que si no me noquea va a perder. Nadie me ha noqueado todavía. Estaré bien".