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Los peligros que enfrenta un hooligan cuando anochece

Una mañana de domingo cualquiera, mientras el tipo promedio degusta un plato de huevos revueltos, dos grupos de jovencitos se encuentran en las vías del ferrocarril de alguna estación batiéndose a golpes.
Photo via 'Casual Culture' on Facebook

Durante una década, Nick Hay* vivió como hooligan, viajando por toda Holanda para ver jugar a su equipo favorito de futbol, y de paso se involucró en unas cuantas peleas. En este artículo, Nick nos explica lo que pasa cuando un grupo de hooligans se encuentran en medio de una trifulca en un club nocturno.

* * *

Una mañana de domingo cualquiera, mientras el tipo promedio degusta un plato de huevos revueltos, dos grupos de jovencitos se encuentran en las vías del ferrocarril de alguna estación batiéndose a golpes. Me golpean con una sombrilla y el sabor de sangre fresca se mezcla con cerveza tibia. Dos adolescentes aterrorizados y comiendo hotdogs observan la escena desde la distancia. Hotdogs antes del almuerzo… con una chingada.

Frente a una librería en el pasillo de la estación nuestro grupo de 12 miembros decide lanzar un ataque final; como era de esperarse, el miembro más rudo es el último que cae al piso. En esta peculiar y fría tarde de domingo hemos ganado. Junto al estante de las tarjetas de cumpleaños y buenos deseos, un tipo se estrella contra la ventana de la tienda y después sobre el estante de libros. Bajo su pie yacen dos copias de The Big World del autor holandés Artur Japin. Su gorra termina un poco más lejos, junto a la cajera. Nuestro amigo Nelis quiere aventar el estante de coloridas tarjetas sobre su cabeza como un regalo de despedida. Pero intervenimos. Ante nuestros ojos, el tipo con la gorra merece respeto por ser el último hombre de pie. La humillación de la derrota es suficiente.

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Siempre existe respeto entre los grupos de hooligans los días de partido, salvo en algunas ocasiones. Pero cuando el sol se oculta en esos días, todo es diferente y las reglas se vuelven borrosas. En mis 10 años como hooligan he visto a muchos jovencitos poner demasiada fe en sus propias reglas, lo cual los lleva a cometer errores en bares, clubes nocturnos, y en la calle. Después de todo, uno nunca sabe qué esperar del rival. Para ellos éramos un puñado de bastardos inocentes con gorras cuadriculadas y playeras polo abrochadas hasta el cuello, pero no tenían idea cómo nos comportábamos en días de partido. Durante el partido teníamos respeto, seguíamos los códigos de conducta, y consumíamos alcohol y drogas con medida. Pero una vez que salíamos de noche se perdía el respeto hacia todos nuestros rivales.

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Si hay algo de lo que me arrepiento son aquellas sádicas peleas "sin ley" mientras salíamos de noche. La vida se encarga de curtir a uno como hooligan. Las cosas que parecen descabelladas, objetivamente, comienzan a ser normales. Al estar sumergido en un mundo donde la violencia es cosa de todos los días, siempre estás en modo de espera. Esto te permite cambiar cuando es necesario y es algo que se me hizo costumbre al paso de los años. No puedo desprenderme de ese modo de vida y no tengo claro lo que esto me hace sentir.

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Sigo detestando los bares y clubes. La música es demasiado fuerte, las luces, y los colores tienen más sentido cuando vas en son de paz. Todos huelen a una combinación de excesivo desodorante, sudor de adolescente, y cerveza tibia. En pocas palabras todo es detestable. Sin embargo, todos los fines de semana sueles ir, y todo comienza con un empujón y un grito. Después de esto, todo transcurre muy rápido. Una vez, una pelea de aquellas se soltó donde ninguno de los dos grupos mostró respeto desde el principio hasta el final. Puedes comparar esa pelea con las olas del mar chocando contra las rocas: una lado continúa hasta que el otro colapsa.

Aquel peculiar sábado por la noche, las olas fueron provocadas por ocho tipos con polos costosas y tenis blancos. Las rocas estaban formadas por un grupo de hombres plagados de esteroides y playeras demasiado pegadas. Con tatuajes tribales en sus brazos, arrollaron todo a su paso sobre la pista. Nadie tuvo que pensar dos veces; todos supimos que el grito significaba que era momento de empezar. Así de rápido se formó un círculo de hombres sobre la pista.

Aquellos que no quisieron tener algo que ver huyeron en busca de un lugar seguro. Entonces, las olas comenzaron a chocar. Durante los partidos hay muchas restricciones, pero en ese momento la violencia no conocía fronteras y estaba acompañada de una seria voluntad para causar daño. El alcohol y las drogas borraron la delgada línea de respeto que había; ya no había vuelta atrás.

Mi doble vida se llevó parte de mi inocencia. Las barreras de la violencia se volvieron tan fáciles de esquivar que en ocasiones lo consideraba bastante normal. La violencia ya no me sorprende. A veces pienso "probablemente se lo merecía".

Por supuesto, fue mi propia decisión. No me puedo quejar, ni tampoco deseo hacerlo. Pero sé que veo y provoco más peligro con más regularidad que otros. Mis experiencias me hicieron más rudo y temido, especialmente hacia las personas que no respeto. Desafortunadamente, esto nunca me dejará.

*Nick Hay es un seudónimo. Su nombre real sólo es conocido por VICE Sports.