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Identidad

La historia de los fluidos corporales en el arte feminista

Desde la leche fluyendo libremente del pecho de la Virgen María hasta las políticas de censura de la era de Instagram, hacemos un repaso de la historia de las artistas que usan sangre, pus, saliva y semen en su obra.
Photo courtesy of Rupi Kaur

La mera mención de la sangre es suficiente para que la mayoría de la gente se estremezca. Los fluidos corporales, largamente desterrados de la sociedad educada, llevan tiempo siendo un tema que se considera inapropiado para comentar con los demás. Sin embargo, los fluidos corporales —desde la sangre a la leche materna— se las han ingeniado para conquistar el mundo del arte, dibujando un paisaje con pis, sangre, lágrimas y semen para explorar las vidas y las experiencias de las mujeres de un modo que podría incomodar a algunos.

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La representación de los fluidos corporales en el arte se remonta hasta las antiguas civilizaciones mesoamericanas y a partir de ahí se desarrolla a lo largo de la historia. Un famoso dintel maya que data del año 709 muestra a la reina consorte, la Señora Xoc, deslizando una cuerda con fragmentos de obsidiana por su lengua y dejando brotar la sangre a modo de ritual. Cascadas de leche materna surgen de los senos de la Virgen María en el cuadro del siglo XVI obra de Pedro Machuca La Virgen María y las Almas del Purgatorio. Sin embargo más recientemente el tabú en torno a los fluidos corporales se ha convertido en material utilizado ya no para lanzar mensajes religiosos, sino políticos. Y especialmente en el arte feminista, que con frecuencia hace uso del hecho de que los fluidos corporales se han empleado durante siglos para oprimir a las mujeres.

Dintel 24 de Yaxchilán. Foto cortesía de Wikimedia Commons

La política de la sangre

La unión establecida entre el arte feminista y los fluidos corporales se forjó con el uso de la secreción anatómica femenina más obvia: la sangre menstrual. Acuñado a principios de la década de 2000 por la "pintora menstrual" Vanessa Tiegs, el término menstrala describe el arte creado a partir de sangre menstrual como forma de desterrar la vergüenza que se asocia con ella. La década de 1970 fue el período en que surgió el arte realizado con sangre menstrual asociado al movimiento de liberación de la mujer, con un aluvión de artistas que creaban sus obras inspiradas por ese momento del mes.

Con su obra Red Flag (bandera roja), Judy Chicago fue una de las primeras artistas en representar la sangre menstrual; su fotolitografia que representa la mano de una mujer extrayendo un tampón ensangrentado de su vagina provocó gran controversia. Al hablar sobre el proyecto, Chicago afirmó que buscaba "introducir un nuevo nivel de autorización para las artistas femeninas", y así lo hizo, ya que las artistas continuaron utilizando la sangre menstrual como forma de expresar sus creencias sociales y políticas mientras trataban de normalizar los fluidos corporales dentro de la sociedad. Tras Red Flag, Chicago creó Menstruation Bathroom (lavabo menstrual) en 1972. Esta fotografía representa un baño impoluto blanco lleno de productos para la menstruación. Chicago afirmó sobre esta imagen que "Independientemente de cómo nos sintamos con nuestra menstruación, debemos reflexionar sobre cómo nos sentimos viendo esta imagen frente a nosotras".

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La artista Carolee Schneemann se vio afectada de forma similar por la liberación de la mujer lamentándose sobre la hipermasculinidad en sus obras. Inspirada por la reacción de un antiguo amante al ver una gota de sangre menstrual durante el sexo, Schneemann creó Blood Work Diary (dietario de sangre), secando sangre menstrual sobre pañuelos de papel con ayuda de yema de huevo para ayudar a mantener la sangre en su sitio. Chicago y Schneemann capturaron algo que constantemente se ignora y estigmatiza en la sociedad y lo empujaron hasta la primera línea de visibilidad, lo cual resultó motivo de celebración para algunos y nauseabundo para otros.

En la década de 1980 comenzaron a verse más fluidos corporales empleados en obras de carácter político. Las obras creadas en 1986 por la artista norteamericana nacida en Alemania Kiki Smith Game Time (tiempo de juegos) y Untitled (sin título) critican el miedo que siente la sociedad hacia los fluidos corporales, en especial como consecuencia de la crisis del SIDA. Game Time en particular estaba vinculada al SIDA: la obra consta de 12 frascos de sangre apilados en una estantería en la que puede leerse "hay aproximadamente 12 pintas de sangre en el cuerpo humano". La exposición Untitled mostraba doce grandes tarros de cristal etiquetados con diversos fluidos como sangre, lágrimas, diarrea y pus, pero los frascos estaban vacíos y el espectador solo podía ver su propio reflejo en ellos. Según la académica Roxanne Runyon, las obras de Smith estaban inspiradas en la teoría de la psicoanalista Julia Kristeva sobre "lo abyecto", un concepto que hace referencia al modo en que reaccionamos cuando nuestra propia identidad se ve amenazada por un recordatorio visceral (por ejemplo vómito, un cadáver…) de nuestra horrible forma corporal. Tras trabajar durante muchos años en fotografías bastante chocantes pero relativamente no asquerosas, Cindy Sherman comenzó también a jugar con los fluidos corporales; su fotograma de película Untitled 175 (Sin título 175), por ejemplo, refleja una escena playera demasiado colorista rodeada de alimentos horneados y salpicada de vómito.

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Independientemente de cómo nos sintamos con nuestra menstruación, debemos reflexionar sobre cómo nos sentimos viendo esta imagen frente a nosotras.

La saliva y el nuevo milenio

La década de 1990 fue testigo de un crecimiento en el uso de fluidos corporales en el arte feminista, con artistas que ampliaban su obra introduciéndola a los reinos del semen, los escupitajos y mucho más. Janine Antoni hizo avances especiales con la saliva; su escultura de 1993, Graw, consistía en dos formas cúbicas de 270 kg mínimo —una de chocolate y otra de sebo— que masticó agresivamente hasta convertir en fragmentos usando su saliva y sus dientes para tallar otros objetos. Antoni afirmó que la escultura de sebo representaba el cuerpo femenino, añadiendo una dimensión caníbal a su crítica de las percepciones culturales de la feminidad. Aquel mismo año, Antoni también expuso Lick and Lather (lamer y formar espuma) en la Bienal de Venecia. En aquella obra, Antoni lamía bustos con su propia imagen realizados en chocolate y volviendo a esculpirlos con su saliva [en su obra de 2013 Honey Baby (bebé de miel), en la que un bailarín flotaba "dentro del útero" en una película, Antoni retomó el tema de los fluidos corporales, empleando miel para simular el líquido amniótico]

Tracey Emin exploró más a fondo los fluidos corporales a finales de la década de 1990 con su icónica obra My Bed (mi cama). A modo de representación de un episodio depresivo que experimentó Emin, la muestra de 1998 incluía su propia cama sin hacer, toda revuelta y cubierta de diversas manchas. Al invitar al espectador a su propio espacio privado —totalmente descuidado y repleto de paquetes de tabaco, botellas de vodka, condones y lo que parece sangre menstrual y semen—, para algunos Emin se ganó el título de "reina del arte de desnudar el alma ofreciendo demasiada información". Otros, sin embargo, veían que estaba rindiendo homenaje al mundo imperfecto, desordenado y defectuoso en el que las mujeres no deberían sentirse avergonzadas de vivir, llevando un paso más allá el mensaje feminista de sus predecesoras.

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En la década de 2000, el arte feminista —como otras ramas del mundo artístico— comenzó a entrelazarse con la tecnología y la ciencia. The Topography of Tears (la topografía de las lágrimas), de Rose Lynn Fisher, utilizaba los tres temas: su pieza es una serie de imágenes de 100 lágrimas humanas secas fotografiadas a través de un microscopio. Fisher almacenó aquellas lágrimas a lo largo de un período de cinco años y etiquetó cada una de las emociones que las habían provocado, mostrando que las lágrimas de felicidad bajo el microscopio difieren drásticamente en su composición de las lágrimas de tristeza.

Los fluidos corporales y la censura de las redes sociales

Aunque las artistas feministas de las últimas cuatro décadas tenían la esperanza de normalizar los fluidos corporales, actualmente podemos ver que el cambio no se ha producido todavía. En 2015, la estudiante canadiense Rupi Kaur trató el tema del tabú en torno a la sangre menstrual en una imagen que publicó en Instagram. La fotografía, que mostraba a Kaur tumbada de costado sobre su cama con una mancha de regla en su ropa interior, fue eliminada (dos veces) de Instagram por violar las "directrices comunitarias" de esa red social. El uso de la censura en una imagen tan inofensiva nos muestra hasta dónde hemos llegado en los más de 40 años transcurridos desde que Judy Chicago creara su Red Flag. De hecho, después de que numerosas feministas expresaran su indignación por la retirada de la foto de Instagram —y después de que la foto acumulara más de 53.000 likes y fuera compartida al menos 12.000 veces—, Instagram volvió a subirla, lo que supuso un pequeño logro para todos sus defensores, aunque todavía siguen surgiendo controversias similares a esta.

La normalización de los fluidos corporales en el arte feminista es definitivamente una tarea que sigue en marcha. Artistas como Petra Collins o Rebecca Morgan se pronuncian públicamente contra la censura en internet y contra las nuevas limitaciones a las que deben enfrentarse las artistas feministas. La artista Katya Grokhovsky resumió este parecer en unas declaraciones: "Aquí hay un mensaje muy claro: tápalo, elimínalo, cállate, sé guapa y limpia, no nos muestres que eres una mujer humana. De hecho, preferiríamos que fueras una brillante máquina sin vello corporal, sin edad, súper cool y súper sexy, diminuta y fácilmente manipulable en lugar de un glorioso ser humano visceral, sangrante, productor de olor corporal, ruidos y fluidos, que necesita alimentarse e ir al baño, valioso, competente, ambicioso, inteligente y capaz de sentir emociones y dolor".

Mientras continúe el sangrado mensual —y mientras tengamos que hacer cosas como por ejemplo orinar—, el mundo del arte feminista continuará explorando los fluidos corporales en un intento de normalizar las funciones físicas y lo que estas representan en nuestra cultura. Puede que la censura en las redes sociales sea la nueva batalla a la que se enfrentan las artistas, pero obstáculos como las directrices de Instagram son simplemente nuevas versiones de los tabúes que han inspirado durante décadas a las artistas feministas para trabajar con fluidos corporales. Al final estas limitaciones probablemente fracasarán y servirán para hacer que sus obras sean más significativas, y no menos.