Por qué es tan difícil ser agricultor orgánico en México
Noé holding a blue variety of corn. All photos by the author.

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Por qué es tan difícil ser agricultor orgánico en México

"Algunas prácticas que ayudarían a los agricultores menos favorecidos en México son imposibles de implementar sin dinero. Y el apoyo del gobierno no llega."

Luis y Dorita Elizondo hicieron una apuesta personal por el campo mexicano, por la fertilidad de su tierra y por la gente que cultivó por primera vez el maíz hace 8 mil 700 años. Abandonando la estabilidad del negocio familiar de Luis, la pareja de casados y orgullosos habitantes urbanos decidió dedicarse a la agricultura urbana hace más de una década.

"Queríamos usar nuestras habilidades, conocimiento y entrenamiento profesional para crear un impacto social en los agricultores", dice Luis tomando té en su casa, en un acomodado vecindario del municipio más rico de México. Sentados en la mesa de la cocina, después de un largo día de trabajo, es el único momento que la pareja tiene para discutir los problemas que enfrentan en su trabajo: fabricar tortillas orgánicas.

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Luis y Dorita se aventuraron al asediado sector agricultor de México en 1994, después de mucho "pensar y rezar," recuerda ella. Comenzaron a cultivar vegetales en su rancho, probando nuevos métodos en su propia tierra y aprendiendo cómo producir productos orgánicos dentro de las estrictas pautas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. "Pasamos más de diez años dominando el arte de cultivar nuestros vegetales orgánicos, viajando por todo el país de un rancho a otro", me dice con una leve tensión en su voz, como si el mero recuerdo de esa época la agotara.

El duro trabajo de la pareja rindió frutos cuando descubrieron la demanda de su producto orgánico en el mercado mexicano de lujo. San Pedro Garza García, donde empezaron su negocio, abarca la parte suroeste de la ciudad de Monterrey y es uno de los municipios más opulentos en América Latina. Es también terreno fértil para los consumidores que pueden permitirse pagar elecciones de comida saludables o éticas. Un par de años después de obtener su certificación de productores orgánicos, la pareja comenzó a vender en las tiendas orgánicas locales y cadenas de supermercados internacionales como Walmart.

La agricultura orgánica –bajo certificación, por lo menos– es una práctica relativamente nueva en México. "La agricultura orgánica de calidad no es fácil", admite Luis. "Se necesitan por lo menos tres años para aprender." México elaboró una ley de producción de alimentos orgánicos (Ley de Productos Orgánicos) en 2006, pero la ley se aplicó hasta 2015. Esto ha planteado un reto a la gente como Dorita y Luis, ya que México aún tiene que implementar un sistema que reconozca las certificaciones orgánicas internacionales.

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"Ser 'orgánico' es una estrategia de venta", dice Dorita. Después de más de una década de seguir las normas de Oregon Tilth y operar una tienda que solo vende productos orgánicos certificados, ella sabe muy bien qué significa "orgánico". "Los consumidores no conocen la ley y no saben lo que significa", explica. "Así que se conforman con que les digan que algo es orgánico".

La pareja se enseñó a sí misma tanto como fue posible, profundizaron en la literatura importante y conocieron agricultores experimentados, ingenieros agrónomos y cualquiera que pudiera enseñarles las técnicas de la tierra. Pronto, su negocio prosperó. Con el tiempo, crecieron de tres a 338 hectáreas e invitaron a los pequeños agricultores a unirse a su floreciente negocio.

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Sin embargo, el tipo de prácticas que Luis y Dorita querían llevar a los agricultores menos favorecidos eran imposibles de implementar sin dinero, que es un gran problema para todos los agricultores en México. Los campesinos que habían colaborado con la pareja no podían comprometerse financieramente al modelo de negocio de la agricultura orgánica, incluso si era mejor pagado a largo plazo. Y sin campesinos fuertes atendiendo sus tierras, Luis y Dorita no pudieron hacer que su negocio funcionara. De repente, la realidad de la atribulada industria agrícola en México los golpeó con toda su fuerza. Sin el apoyo de sus socios, carecían de la tierra y de la mano de obra para continuar sus operaciones, por lo que en cambio decidieron revivir el arte de hacer auténticas tortillas de maíz nixtamalizado con su compaía

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Pro-Organico

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Los campesinos y la gente indígena constituyen el 92% de los productores de maíz en México, la mayoría de los cuales se dedica a la agricultura de subsistencia. Noé Contreras Álvarez es uno de ellos. Cultiva maíz para las tortillas orgánicas de Luis y Dorita, entre otros productos y también cría ganado. "Cultivamos frijoles, maíz, trigo y avena", explica en la granja de Luis, rodeado de montones de maíz. "Nos quedamos con el 10 por ciento de las ganancias y el resto va para el jefe".

Pro-Organico is the name of Luis and Dorita's business

La Revolución Mexicana de 1910 que derrocó la dictadura de Porfirio Díaz fue peleada por los campesinos. Bajo el liderazgo de Emiliano Zapata, la clase marginal de granjeros de México impulsó una atrevida reforma agraria para redistribuir la tierra anteriormente ocupada por los ricos. Hoy en día, sin embargo, sus ideales no se han llevado a cabo. La industria agrícola de México es deficiente, favoreciendo a unos cuantos negocios agrícolas grandes por encima de granjas pequeñas. "La agricultura convencional hace pasar hambre a los granjeros", dice Dorita indignada. "No te mata, pero tampoco te dejan crecer".

En promedio, los mexicanos comen 90 kilos de tortillas al año. Unas 12 mil pequeñas empresas hacen el 54 por ciento de las tortillas de maíz en México –y una sola compañía, Maseca, fabrica un enorme 25 por ciento de ellas, y mucho más barato que las empresas pequeñas. MASECA es el fabricante de harina de maíz y tortillas más grande del mundo y mantiene con éxito el monopolio de producción y almacenamiento de maíz en México. Puede incluso subir el precio de la tortilla, dado que posee 340 unidades de almacenamiento, cada una con la asombrosa capacidad de cuatro y medio toneladas de maíz.

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Las tortillas de maíz orgánico de Luis y Dorita se venden en paquetes de 300 gramos por 25 pesos, mientras que un kilo de tortilla convencional cuesta menos de un dólar. Luis y Dorita son conscientes de la rareza de su producto en el mercado y están preparados para responder la pregunta inevitable que persiste en la mente de los clientes mexicanos de clase media: ¿Por qué alguien tendría que molestarse en comprar tortillas de maíz orgánico que son considerablemente más caras que las tortillas convencionales de Maseca?

"Para ayudar a la persona que hace las tortillas", responde Dorita. "Los productores de maíz de Maseca ganan una cantidad insignificante, porque tienen que negociar a través de intermediarios", dice. Hay un mercado enorme para las tortillas, que comprende el 8.3 por ciento de los gastos en alimento de hogares mexicanos, más alto que el 5.4 y el 5.3 por ciento gastado en leche y refrescos, respectivamente. Al imponer un precio más alto en sus tortillas, la pareja es capaz de pagar a los agricultores un mejor salario. Pequeños agricultores con menos de 20 hectáreas de terreno conforman el 84.3 por ciento de los productores en el país.

Noé nació y se crió en San José del Vergel, un ejido con alrededor de 42 propietarios y 350 habitantes. Con un ceño profundamente arrugado, granjero de cuarenta y algo habla con confianza de sus opiniones. "No tengo mucho conocimiento, pero el TLCAN nos tiró a la basura", dice. "Vendemos nuestros productos baratos, pero tienen que cumplir normas de alta calidad".

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Better World tortillas come in a variety of flavors, from white corn, yellow corn, blue corn, and with ingredients such as cactus and amaranto

Las tortillas terminadas y vendidas bajo el nombre de Better World, vienen en una variedad de sabores incluyendo maíz blanco, maíz amarillo y maíz azul.

"La vida en el campo es dura", continúa Noé. "No estudié [en la escuela], porque no tenía el apoyo económico". Soñaba con ser veterinario, pero sólo fue capaz de ir hasta la secundaria. "No es ignorancia, es pobreza", dice de los 17 millones de pobres viviendo en zonas rurales, que representan aproximadamente un 61.1 por ciento de la población. Noé aprendió a trabajar en los campos con la práctica, pero no es suficiente para permitirle crecer. "La agricultura es una manera de pensar, una manera de sacar provecho de tus recursos", dice.

Una de esas formas es la rotación de cultivos, una práctica que muchos agricultores convencionales no conocen y que Luis y Dorita pretendían fomentar. En su lugar, domina la agricultura de monocultivo. La pareja presentó a los agricultores las nimiedades de la rotación de cultivos, tales como la planificación, la diversificación del uso de sus tierras, escoger las semillas adecuadas y medir la distancia entre cultivos.

Tortillas esperando a ser transportadas a una de las cadenas de supermercado.

Pero Noé todavía es escéptico de unirse a lo orgánico. "No podemos luchar contra todo lo que Dios nos pone en nuestro camino sin usar productos químicos", afirma. Le preocupa perder sus cultivos ante plagas, incendios, sequías o heladas. Tal es el dilema que enfrentan todos los pequeños agricultores: o deben cambiar a la agricultura ecológica certificada y ganar más mientras se vuelven indefensos contra la naturaleza, o bien apuestan por las promesas de mayor rendimiento de las empresas de semillas al utilizar productos químicos costosos. En cualquier caso, los agricultores como Noé pierden. "El mercado nos abandonó por completo", dice. "Nunca hemos tenido un precio competitivo en el mercado".

En México, hay más de 59 variedades indígenas de maíz y un rico patrimonio en sus semillas, pero la biodiversidad de maíz del país está a la venta al mejor postor –en este caso, son empresas biotecnológicas como Monsanto, Dupont y Syngenta–. Un colectivo de agricultores y la sociedad civil ha estado luchando en nombre del maíz indígena, libre de transgénicos, en un esfuerzo por detener el avance del Ministerio de Agricultura hacia el apoyo y la aprobación de la invasión de maíz transgénico en México. La batalla se ha ganado.

"Tenemos que sembrar una nueva manera de ser", dice Dorita, casi susurrando. "No queremos cambiar al mundo", continúa. "Pero sabemos que el mundo no necesita transgénicos. Los agricultores pueden producir maíz si se les da oportunidad de hacerlo".

Noé lo dice de manera más escueta: "No aspiramos a ser empresarios. Sólo danos la caña y enséñanos a pescar".