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la cerveza en el tenis sabe mejor

Apuntes de un fanático del fútbol en Wimbledon

VICE Sports mandó a un aficionado del fútbol para observar el mundo de Wimbledon e informar sobre sus descubrimientos. Como no podía ser de otra forma, se trajo unas cuantas cervezas consigo.
Image via Wikimedia Commons user Gallowglass

He vivido en Londres durante más de una década. Soy seguidor de uno de sus clubes de fútbol (no, no voy a decir cuál) y he visitado todos los estadios de la Premier League. También he ido a casi todos los recintos de fútbol del país e incluso a unos cuantos estadios sin liga, desde Witham Town en el norte hasta el Champion Hill de Dulwich Hamlet en el sur.

Pero hasta hace una semana nunca había estado en Wimbledon. Al menos no para ver tenis. Vi al AFC Wimbledon perder 3-0 en casa frente al Rochdale hace unas temporadas, entre la fría lluvia de febrero que cae de lado y que me hizo pensar que nunca se han levantado de las cenizas en primer lugar, pero los Dons ni siquiera juegan en Wimbledon.

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Más tenis: Wimbledon para 'dummies'

Así que ya era hora de descubrir el maravilloso universo de las pistas de hierba, la ropa blanca impoluta y las raquetas carísimas. En el día más caluroso del año hasta el momento, me dirigí a la SW19 para ver un poco de tenis y descubrir cómo vive la mitad de la Humanidad a quien le gusta este deporte.

EL VIAJE

Tras ser una especie de turista futbolero durante un montón de años, me he encontrado infinidad de veces dentro de trenes repletos de gente que se dirige a un mismo recinto mientras intenta iniciar algún cántico de ánimo. Por un lado me gusta, pero al mismo tiempo ver a postadolescentes treintañeros bebiendo latas de Foster y lanzando piropos de un gusto lamentable a las mujeres me provoca un profundo rechazo.

Cuando realmente eres un fan del club, sin embargo, el viaje es parte de la experiencia. El mismo tren con los mismos compañeros, ansiosos por meterse entre pecho y espalda una bebida del mismo bar, andando juntos hacia el estadio para ver al mismo equipo que les defraudará una vez más. Una y otra y otra vez.

La experiencia del viaje en el tenis, en cambio, es muy diferente. Durante mi viaje hacia la estación de Southfields en el calor de la tarde mi vagón está casi vacío. Las pocas voces que escucho son de estadounidenses: una familia de cuatro vestida de forma perturbadoramente similar con pantalones cortos, riñonera, camiseta y gorra. Los niños parecen desinteresados; los padres miran el mapa en el vagón como si fueran jeroglíficos antiguos incapaces de descifrar. En otro lado, una voz chillona (también estadounidense)pregunta por qué Wimbledon no está en Wimbledon, a lo que su compañero responde "es todo una gilipollez". BIEN.

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LA COLA

La cola en Wimbledon es una cosa seria. Creo que algunas personas solo van para eso —los británicos, obviamente, no los estadounidenses que ahora parecen hartos y desconcertados mientras esperan en un descampado del tamaño de unos cuantos campos de fútbol trufado de furgonetas extrañas de comida (casi todas vacías). El lugar tiene un cierto aire a una feria abandonada de un episodio de Scooby-Doo.

La cola en todo su esplendor. Foto de Joe Hamson.

La espera es tan seria que distribuyen un manual mientras estás parado que se refiere a "La Cola" como si fuera una cosa viviente. Todo es muy ordenado. Te sientas y tienes conversaciones amables: una mujer japonesa me dice que es su séptima vez en Wimbledon, y después se equivoca horriblemente al levantar ocho dedos. El staff de seguridad a cargo de la cola parece estar formado exclusivamente por mujeres de 50 o 60 años con un marcado parecido con Penelope Keith. ¿Alguna vez habéis visto a seis Penelope Keiths patrullando un recinto ferial abandonado? Básicamente, yo sí.

La experiencia es extrañamente tranquila —y ahora que lo recuerdo— placentera. No se parece en nada a una cola de fútbol. No hay empujones ni groserías, ni apesta a sudor o alcohol. Pero al mismo tiempo extrañas los gritos de auto desprecio y la camaradería ebria. Es una tarde en casa con una botella de vino comparada con una noche en un pub de mala muerte.

LA BEBIDA

Puntos extra para Wimbledon por esta. Juego, set y victoria. Varios 'aces' encadenados. Inserte aquí otros clichés del tenis.

En los partidos de fútbol, el alcohol no comprado dentro del estadio es tratado con la misma severidad que una bolsa abierta de ántrax. Probablemente sea esa la razón por la cual los fans de fútbol se ponen morados en los bares alrededor de los estadios.

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En Wimbledon, las cosas se hacen de forma muy diferente. Puedes beber (responsablemente) en la cola. Vino o cerveza son las más comunes —es muy probable que no te dejen beber vodka—. La gente parece más responsable: al fin y al cabo, si tratas a las personas como adultos tenderán a comportarse como adultos. En el fútbol, la gente es tratada como si fueran animales, así que ¿no es normal que a veces se comporten (seamos honestos, no siempre) como tales?

Pero aquí es donde la historia adquiere tintes surrealistas: en Wimbledon, puedes llevarte una pequeña (pero no insignificante) cantidad de alcohol contigo. No, estoy 100% seguro de esto. ¿Lleva usted dos latas de medio litro de cerveza en su nevera portátil, señor? Por aquí, buen hombre, y disfrútelas responsablemente.

Dos latas de 500ml de una marca de cerveza bastante decente, compradas en una tiendita por un precio muy razonable. En un recinto de fútbol, la misma cantidad de una cerveza de menor calidad te costaría un billete de 10 libras (unos 14 euros). Además, estaría caliente, no tendría sabor y te la servirían en un lamentable vaso de plástico, lo que significa que tirarías la mitad en el suelo mientras intentas escapar de la cola de 12 personas en la barra. No les miento cuando les digo que la parte más destacable de mi día fue entrar con esas dos cervezas.

LOS RECOGEPELOTAS

Hablemos de tenis que ya toca, ¿no? En las gradas, disfrutando del sol del verano y con una sabrosa cerveza sin igual en el estómago, me pongo a ver el partido.

Lo primero que llama mi atención son los recogepelotas, niños y niñas, en Wimbledon; esos pequeños cabrones me inquietan mucho. Los ves en la tele, con una pinta de ensueño para los acosadores escolares, vistiendo sus trajes morados y gorras Just Williams. Pero eso no te prepara para lo mecánicos que son. Estos niños hacen que Djokovic parezca humano.

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Esta es una foto de archivo. No pretendemos burlarnos de estos tres chavales. De verdad. Foto de PA Images.

Un contraste tajante con el fútbol. Los recogepelotas (casi nunca niñas) pueden —suelen— ser unos pequeños insolentes, pero son parte del teatro. Protegen el balón de los jugadores contrarios, y después se lo tiran con fuerza. ¿Recordáis cuando Eden Hazard le pegó una patada al recogepelotas de Swansea? ¡Eso fue genial!

La historia es muy diferente en Wimbledon. Los recogepelotas son como robots personalizados venidos de un futuro distópico donde todos visten de morado. Sus miembros bien podrían ser operados por control remoto desde una plataforma ubicada en una nave espacial. Sus brazos se ponen en posición y distribuyen pelotas a los jugadores con rigidez mecánica. Conclusión de un servidor: no son humanos. Y si hay algo que el deporte siempredebería ser es humano. Creo.

EL JUEGO

Existe una rara tendencia en Wimbledon a apoyar al nombre famoso sobre el retador. Algo así como, "jódete David, animaremos al todopoderoso Goliat para asegurarnos la maldita victoria". El mismo ejemplo: Me siento y veo a la estadounidense Bathanie Mattek-Sands, clasificada la número 158 del mundo, jugar contra Ana Ivanovic, la actual número seis. Sería difícil ponerlo en términos futbolísticos —no es lo mismo— pero podríamos decir que sería el equivalente de ver al Valencia jugando contra el Vecindario en la primera ronda de la Copa del Rey.

Mattek-Sands dominó: le rompió el servicio varias veces a Ivanovic y jugó con energía. Estuvo más hambrienta que la rusa, que parecía poco interesada en el partido. Mattek-Sands es una veterana que nunca a logrado gran cosa en los Slams. Bien por ella, pensé.

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Mattek-Sands también tiene flores tatuadas debajo del brazo, lo que hace que se gane la aprobación de cualquier colaborador de VICE, ¿no?. Foto de PA Images.

Y aún así la mayoría del apoyo del público parecía ser para Ivanovic, supuestamente porque es el nombre que reconocen. Ana ha jugado en las semifinales de Wimbledon y ganó el Open de Francia; Mattek-Sands nunca ha llegado más allá de la cuarta ronda en un Slam, y esa era solo la segunda vez que había pasado el primer round en Wimbledon. Era la retadora. La inclinación natural sería apoyarla. Me he dado cuenta de algo similar en la TV también: me gusta Rafa Nadal, pero cuando Dustin Brown empezó a darle duro mi apoyo cambió directamente y me convertí en un fan incondicional del retador con rastas. Creía que eso le pasaba a todo el mundo.

Cuando el Bradford de la League 1 inglesa (lo que vendría a ser la 2a B) venció al Chelsea en la FA Cup la temporada pasada, básicamente todos los que no son seguidores del Chelsea estaban apoyando a los Bantams. En esto el tenis sí que se equivoca.

EL DESENLACE

Voy a soltar una obviedad: el tenis y el fútbol son dos mundos distintos, pero probablemente podrían aprender algo de cada uno.

No estoy sugiriendo que te dejen entrar con unas cuantas bebidas a los estadios de fútbol (aunque no estaría mal en realidad), pero sin duda se podría tratar a los fans con un poco más de humanidad y estudiar cómo ello afecta su comportamiento. No hace falta ir a Wimbledon para darse cuenta de ello: es una jodida obviedad como la copa de un pino. Y uno grandote.

Los fans de Wimbledon podrían ser un poco más abiertos cuando se trata de apoyar a los no favoritos. El deporte va de relatos —es glorioso ver a un desconocido con mil batallas infructuosas a su espalda obteniendo su momento de gloria al vencer a un campeón—, no de la incesante marcha de nombres establecidos en la cima de una pirámide hecha de cadáveres de oponentes derrotados. Aunque Novak Djokovic sea precisamente eso.

A Wimbledon también le hace falta un poco de humanidad. Seguramente es por eso es que la mayoría de apostadores son casi todos el mismo tipo de persona: blancos, de clase media, ingleses. Los estadounidenses en el metro de Londres son una pista engañosa: la mayoría de la gente que va a Wimbledon parece provenir de los condados del interior, de Surrey, y de otros lugares típicamente ingleses que recuerdan La Comarca del Señor de los Anillos.

Mi conclusión, sin embargo, es que yo volvería a Wimbledon. Uno se lo pasa bien a pesar del ambiente británico de clase media. A nadie en Wimbledon (con excepción, tal vez, de unos cuantos apasionados) parece interesarle el tenis con auténtica fruición: sencillamente van allí para divertirse un poco bajo el sol antes de olvidar todo por completo durante otro año.

El fútbol, un crudo contraste, puede ser depresivamente serio y amargo. Hombres mayores se ponen rojos como tomates y gritan obscenidades a jugadores jóvenes y apuestos en presencia de sus hijos de diez años. A los fans del fútbol el deporte les importa demasiado. Al menos por un día, me sentí bien permitiéndome que el espectáculo no me importara una mierda.

Hasta pude disfrutar de un par de latas de cerveza fresquitas. Otro juego, set y partido.