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Cultură

Cobrar por un concierto puede ser una auténtica pesadilla

Tocar en un grupo de música puede ser algo cojonudo pero también tiene un montón de cosas terribles.

Tocar en un grupo de música puede ser algo cojonudo pero también tiene un montón de cosas terribles. De entre todas las cosas horribles -como levantarse aún borracho, haber perdido la caja con las camisetas nuevas del grupo y tener que conducir cinco horas hasta la siguiente ciudad comiendo únicamente bocadillos de paté de atún- se encuentra la más jodida de todas, la que supone el secreto mejor guardado del mundo del rock: el gran arte de manejar los cobros, la entrada de líquido, el dinero, los billetes, los pavos, la guita, el parné, las escurridizas toallitas verdes. Y es que si un “músico” no sabe ni gestionar el hecho de dejar de emborracharse cada noche durante toda una gira, entonces su actitud frente a la gestión de ingresos tampoco será demasiado brillante.

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Normalmente los grupos que se quedan “operando en el underground” y que tocan en okupas, centros sociales, bares o salas pequeñas tienen la opción de trabajar en negro. Esto significa coger parte del dinero que se ha generado con la venta de entradas y guardarlo en un bote vacío de Nesquik. Hacienda no se entera de nada y tanto promotores como bandas estarán contentas. Esto, que en principio puede parecer la opción más lícita y la que beneficia más a las bandas, puede ser un arma de doble filo, el rockero que jode al sistema puede estar jodiéndose a sí mismo. El rockeador rockeado.

Al otro lado tenemos a esos grupos que, por lo que sea, se han visto metidos en engranajes musicales que forman parte de una “industria” que está obligada a gestionar todo el asunto de una forma más “profesional”. Con esto me refiero a bandas que de repente tocan en grandes festivales, fiestas mayores organizadas por ayuntamientos o tocan en grandes salas de conciertos. En estos casos es cuando el cobro puede llegar a complicarse. Normalmente estos organizadores piden que el grupo emita una factura por cobrar el bolo (“bolo”, ese sustantivo tan odiado y a la par tan bello y rebelde) pero claro, ¿cómo coño van a emitir una factura 4 tipos vestidos con chaquetas que apestan a vino? Los grupos, normalmente, no son ninguna S.C.P., S.L. o S.A. (de hecho es probable que ninguno de los miembros tenga ni siquiera un trabajo decente) por lo que cobrar se convierte en una pesadilla.

El Régimen de Artistas de la Seguridad Social que existe actualmente –que se incluye dentro del régimen de artistas y toreros- contempla que los músicos son trabajadores por cuenta ajena, cosa que significa que tienen que ser contratados por los organizadores y cobrar una nómina -ni que sea por actuaciones esporádicas-, por lo tanto, los promotores tiene que dar de alta a los músicos en la Seguridad Social y practicar los ingresos y retenciones pertinentes de IVA e IRPF. Pese a esto, tanto promotores como ayuntamientos se pasan la ley por las pelotas y lo que hacen es pedir una factura, o sea, “contratar” a los músicos a través de una relación mercantil o de prestación de servicios, obligando a los músicos a darse de alta de autónomos y a asumir los gastos pertinentes (alrededor de los 300 €, una cantidad que una banda pequeña que toca de 30 a 100 veces al año no puede permitirse de ninguna forma) o a constituir una sociedad para obtener un CIF y poder emitir facturas con él. Otra solución es que los músicos facturen a través de asociaciones culturales (donde todo lo que cobren tendrá que invertirse en la propia banda) o trabajar con cooperativas de músicos, quienes facturan en su nombre y se quedan un tanto por ciento del total por la gestión. Actualmente ninguna de estas opciones beneficia al músico pero es la de las cooperativas la que cubre todas sus necesidades y supone un menor coste para la banda. Actualmente muchos festivales y ayuntamientos únicamente trabajan con grupos que estén dados de alta en cooperativas para evitar problemas, cosa que sin duda es una discriminación extrema para todas las bandas que no quieran o no puedan formar parte de dichas sociedades.

Esta situación hace que muchos músicos, salas y promotores opten por trabajar en negro, haciendo que se produzcan situaciones como ésta. Pese a tratarse de una picaresca que de algún modo posiciona a los organizadores y músicos en contra del sistema actual del régimen de la Seguridad Social –visto lo visto, es una crítica lícita- ¿nos conviene trabajar de esta forma? Uno puede intentar mantenerse al margen y decidir trabajar siempre en negro e ignorar el sistema y que le den por el culo a España. Eso es una opción interesante que reafirma cierta actitud independiente de ciertas bandas, sellos y escenas pero lo que realmente estamos haciendo es ayudar a que esta profesión no llegue nunca a ser tomada en serio. Al trabajar en negro hacemos que los músicos y los grupos no puedan llegar nunca a profesionalizarse a menos que tengan enormes ingresos. Trabajar en negro supone estar de acuerdo en que los organizadores ignoren su responsabilidad de dar de alta en la Seguridad Social a los grupos y, por lo tanto, supone repudiar una posible estabilidad profesional para los músicos al encontrarse desprotegidos socialmente (el dejar de cotizar supone que a la larga no podrán acceder, como todo trabajador, a subsidios por baja laboral, paro o disponer de pensión de jubilación). Es una cuestión de moral, la solución no es trabajar en negro y evadir las leyes, la solución es hacer una reforma del actual régimen que facilite a los organizadores de conciertos el poder contratar a los músicos con una relación laboral directa y económicamente viable para que las bandas pequeñas y medianas puedan cobrar un concierto de forma coherente. Se ha intentado modificar esta ley desde varias asociaciones de músicos (como MUSICAT) pero el proyecto de reforma se ha denegado pese a contar con el apoyo de los principales grupos políticos con representación parlamentaria.

Esta negativa sumada al incremento del IVA en cultura y al incesante cierre de salas hace que este país de terror y muerte no pueda llegar nunca a respetar esta profesión. Para España la cultura es otra cosa, no tiene nada que ver con la generación de propuestas interesantes, tiene que ver únicamente con el dinero. Por eso el régimen actual solamente puede beneficiar a los grandes músicos que tocan en estadios, aparecen en las listas de éxitos, suenan en la radio y actúan en televisión (esa España del siglo XX). Actualmente el oficio de músico (y aquí me refiero a músicos de bandas, no a profesionales de estudios, orquestras, etc.) no existe y es por esto que no está bien regulado. De algún modo tenemos que comprender que de un pequeño circuito de salas y festivales puede surgir una economía, y de él (y aún más importante), puede surgir un movimiento cultural que haga que de una vez por todas nos sintamos orgullosos de vivir en este agujero.