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Crecer siendo pobre puede dañar tu cerebro

El estrés de crecer siendo pobre puede convertir en disfuncional el cerebro de una persona; lo cual es una mala noticia para los países con los niveles de pobreza en aumento.

Así es el cerebro de una persona pobre. Imagen vía.

Crecer siendo pobre puede dañar tu cerebro. Tiene cierto sentido ya que la pobreza apesta: puede llegar a crear un clima turbulento, marcado por el estrés crónico. Crecer rodeado de pobreza puede ser sinónimo de vivir en ambientes ruidosos y abarrotados de gente, y también de que tu siguiente preocupación puede ser qué va a ser lo próximo que vas a llevarte a la boca. Puede significar, de algún modo, sentirte inferior a tus iguales, o implicar también tener que convivir con unos progenitores sometidos a un estrés constante. Los científicos han descubierto que todo ese estrés puede impregnar de manera permanente la habilidad cerebral que procesa y gestiona las emociones.

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Vivir sin un duro podría, en otras palabras, provocar una re-estructuración cerebral de todos aquellos que han tenido la mala suerte de nacer pobres. Este descubrimiento, teniendo en cuenta la época de desigualdades salariales en la que vivimos, donde la tasa de pobreza está creciendo a pesar de las ganancias de los ricos, es pues, importante por partida doble.

“Los resultados de nuestra investigación sobre la incidencia de las situaciones de estrés permitirían establecer un vínculo entre crecer en un ambiente de pobreza de niño y el buen funcionamiento cerebral del adulto.” Estas palabras, dichas por el Dr. K Luan Phan – profesor de psiquiatría en la Universidad de Illinois y colegiado en Chicago, y líder del grupo de investigación que acaba de publicar este estudio revelan la relación entre pobreza y disfunciones cerebrales.

Alcanzar la edad adulta en un contexto de pobreza puede significar una disfunción permanente en el córtex pre-frontal y la amígdala – zona cerebral que, según los investigadores, “está asociada a desórdenes de carácter que incluyen la depresión, la ansiedad, la agresividad impulsiva y el abuso de sustancias.”

Durante su investigación, el equipo de Phan examinó a cuarenta y nueve jóvenes de veinticuatro años, la mitad de los cuales habían crecido desde los 9 años rodeados de “factores estresantes crónicos” directamente relacionados con su situación de pobreza.

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Estudiaron las partes del cerebro que se encargan de regular las emociones, y constataron que aquellos que habían crecido en ambientes de pobreza mostraban una mayor actividad en la región de la amígdala, ligada “al miedo y otras emociones negativas”. Asimismo, mostraron menos actividad que sus coetáneos en el córtex pre-frontal, que ayuda a regularla estabilidad emocional de las personas.

De acuerdo con el estudio, “la cantidad de estrés crónico desde la infancia a la adolescencia- causada por casas de baja calidad, hacinadas, con mucho ruido y factores de estrés sociales como son la confusión, la violencia o disgregación dentro del núcleo familiar- establecen la relación entre pobreza infantil y el funcionamiento de las funciones pre-frontales en el cerebro durante la regulación emocional.

“…Las condiciones de pobreza suponen una carga emocional equivalente a la pérdida de 13 puntos del C.I.; se podría comparar a la diferencia cognitiva que se establece entre adultos alcohólicos crónicos y adultos normales.”

Cuanto más estrés hayas soportado en la etapa de crecimiento, mayores dificultades experimentarás controlando tus emociones en el futuro, y más duro será superar los desafíos de la edad adulta.

Previamente ese mismo año, otro revolucionario estudio publicado en Science concluía que ese mismo estrés inducido por la pobreza que puede, eventualmente, dañar drásticamente un cerebro en desarrollo, también limita la función cognitiva en ese mismo momento. Este estudio puso en evidencia que la pobreza limita nuestro “ancho de banda cerebral”; disponemos de menos tiempo, habilidades y predisposición para cuestionarnos problemas complejos cuando estamos consumidos por el estrés. Según Emily Badger para The Atlantic, “Las condiciones de pobreza suponen una carga emocional equivalente a la pérdida de 13 puntos del C.I.; se podría comparar a la diferencia cognitiva que se establece entre adultos alcohólicos crónicos y adultos normales.”

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Simple y llanamente, es más difícil pensar o planificar algo de forma efectiva cuando uno está constantemente estresado. Esto significa que el esfuerzo que se debe invertir para ascender a la clase media - estudiar para los exámenes, prepararse para la universidad, buscar trabajo - es aun más complicado para los pobres de lo que la mayoría imagina. Las familias con pocos recursos deben no sólo sobrevivir con unos recursos monetarios inferiores, sino que, como señalan los investigadores de la revista Science, se enfrentan a 'un déficit simultaneo de sus recursos cognitivos.' Las probabilidades no perjudican a los pobres solamente en el ámbito económico, sino también en el cognitivo.

En España, actualmente, tres millones de personas viven afectadas por la "pobreza severa", muchas de las cuales son niños. Millones de personas están funcionando oprimidas por una desventaja cognitiva que no es su culpa, y como resultado, los cerebros de sus hijos podrían ser disfuncionales. La investigación sobre este campo nos está describiendo una angustiante tendencia distópica, una brecha creciente entre no sólo ricos y pobres, si no también entre las posibilidades de estos para explotar al máximo su potencial.

Este es un tema recurrente en la ficción especulativa, en la que se satiriza el fenómeno con una sana dosis de hipérbole: los pobres van degenerando, mientras que los ricos los explotan y los relegan a trabajos insignificantes y extenuantes. En La Máquina del Tiempo de H.G. Wells, los Morlocks gruñen y trabajan incansablemente a las órdenes de la élite 'inteligente,' los Eloi. La película rarita de Sean Connery, Zardoz, separa la humanidad en tribus similares: los ricos tecnológicamente avanzados viven en una utopía cómoda y cerrada, mientras que los siervos cazan en taparrabos y obedecen a una religión simplista y fantástica.

Claramente, nuestra realidad no es tan negra y grave, pero estas exageradas especulaciones dramáticas intentan hacernos ver un profundo y destructivo problema de clases. Hace tiempo que somos conscientes de que los problemas económicos que sufrimos, frutos de una sociedad con ingresos desiguales: es obvio que la pobreza engendra daños sociales. Ahora, un gran órgano de investigación científica nos demuestra que, en realidad, la pobreza nos jode el cerebro. Este no es, a la larga, un camino prometedor para nuestra sociedad; necesitamos algunas correcciones tanto políticas como institucionales, como por ejemplo una redistribución inmediata de los beneficios.

Así de primeras, se nos ocurre que elevando los impuestos de las clases alta y media-alta, podríamos ayudar a sanar los cerebros de millones de personas.

Lee el artículo original en Motherboard