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Cultură

Yo soy bipolar. ¿Y tú?

Intenté explicar mi caso en primera persona y no pude. Así que acudí a mi nuevo psiquiatra a ver si me ayudaba a ponerlo por escrito en este artículo.

Imagen vía Wikimedia Commons

Me había propuesto contar mi caso en primera persona: " Hola, me llamo Daniel y soy bipolar. Todo empezó más o menos así…". Pensé que podría hacerlo y luego pensé que no podría hacerlo. Lo intenté de todas formas y, efectivamente, no pude o no supe cómo hacerlo. Dejé de escribir y llamé para concertar una cita con un nuevo psiquiatra. Cuando llegó el día de la consulta casi había olvidado para qué estaba allí. Me senté y comencé a hablar intentando no caer en la fuga de ideas.

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Yo: Verá, doctor. En un alarde de auto superación y sinceridad, quizá en plena fase maníaca, se me ocurrió que podía escribir un artículo sobre mi experiencia como enfermo mental. La idea surgió tras leer el libro Estrictamente bipolar del psicoanalista Darian Leader, que acaba deeditar Sexto Piso. En él se define la época actual como la "era bipolar", que ha sustituido a la "era de la ansiedad" de la posguerra y a la "era de los antidepresivos" de finales del siglo XX. El caso, doctor, es que yo soy un producto más de esta nueva era, otro juguete (digamos) roto, un joven diagnosticado como bipolar en la era bipolar. Sin embargo, en contra de lo buenamente establecido, no comulgo demasiado con mi diagnóstico, por lo que tiene de uniformador, por lo que conlleva estar y formar parte de una categoría tan concluyente como movible. Como ve, no es fácil asumir la etiqueta que le cuelgan a uno cuando la inestabilidad y cierta fragilidad definen su comportamiento en sociedad.

Y como no es fácil hablar sobre ello he recurrido a usted para que nos explique por qué hemos llegado a esa cierta creencia popular que asume, con resignación pero también con alivio, que todos somos un poco bipolares. Eso sí, lo primero que he hecho antes de venir aquí ha sido tomarme una pastilla de Aripiprazol 5 mg, porque llevaba varios días sin hacerlo y empezaba a sentirme peor. Este antipsicótico matutino junto a un antiepiléptico, cuyo principio activo es lamotrigina, son la base de mi tratamiento actual.

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Doctor: Siéntese, por favor.

Como le decía, mi trayectoria como enfermo mental es larga (Estoy hablando con el doctor Luis Muñoz Bas, psiquiatra en el Hospital de Elda (Alicante). He decidido acudir a su consulta para intentar averiguar varias cosas sobre la bipolaridad, un trastorno que se caracteriza por las fluctuaciones incontroladas del estado de ánimo. Un bipolar, como es (o no es) mi caso, pasa largas temporadas a la deriva, pasando sin solución de continuidad de un periodo depresivo y desesperado a una fase maníaca donde la euforia y la excitación desmedida le pueden llevar a situaciones límites). Cuando tuve mi primer brote psicótico me llegaron a decir que podría ser el comienzo de una esquizofrenia, pero se quedó en una depresión, que se repitió varias veces en el futuro, y entre amenazas de neurosis y trastornos varios de la personalidad, un buen día llegué a la bipolaridad.

Bienvenido a las fluctuaciones de la diagnosis clínica. Los diagnósticos van cambiando, a veces no están muy claros, y se tarda un tiempo en llegar al más fiable, aquél que da en la clave de lo que le está pasando al paciente. Su caso, me temo, no es tan raro ni tan especial.

Según parece, antes era frecuente llegar a la consulta pensando de antemano que uno estaba deprimido. Lo normal ahora es que el paciente que acude a salud mental haya llegado por sí mismo a la conclusión de que es bipolar. ¿Por qué ahora "todos" los enfermos mentales somos bipolares? El profesor Leader habla en su libro de un aumento de la diagnosis de bipolaridad en un 4000%. ¿A qué se debe ese exceso?

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El exceso de diagnóstico puede ser debido a dos motivos. Primero, porque se ha empezado a diagnosticar a niños como bipolares, buscando en la infancia las causas del posterior desarrollo de la enfermedad, cuando la verdad es que los niños son bastante bipolares de por sí y les cuesta controlar sus emociones. Muchas veces, además, los problemas de estos niños son afectivos, de carencias o educacionales. En adultos, por su parte, el diagnóstico se ha vuelto más laxo. Se ha pasado de considerar posibles trastornos de la personalidad en personas cuyo estado de ánimo fluctúa mucho, son impulsivas, consumen drogas y llevan vidas inestables, a pensar que tal vez tienen una forma atenuada de trastorno bipolar.

Leader habla de la imposición de nuevos tratamientos tras la finalización de las patentes de los antidepresivos más generalizados. ¿Existe presión por parte de las farmacéuticas a la hora de recetar?

Creo que se trata más de la necesidad de control del paciente que de la presión real de las farmacéuticas. Por supuesto, cuantas más pastillas se receten mejor les va a las farmacéuticas. Un médico psiquiatra debe basar su práctica médica en ensayos, en los medicamentos que se han demostrado que funcionan, y los que llevan a cabo estos ensayos son los propios laboratorios farmacéuticos. Pero los médicos nos basamos en lo que se ha demostrado que funciona mejor.

¿Se recurre con demasiada frecuencia al 'pastillazo' en la psiquiatría actual?

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Es verdad que se usa demasiado la medicación en detrimento de otro tipo de terapias que no son farmacológicas, y es verdad que el tiempo para los pacientes y los recursos son los que son. Por eso se recurre más a la medicación que a otro tipo de terapias, pero ambas estrategias son necesarias y complementarias.

La reticencia a tomar pastillas por parte de los pacientes parece haber disminuido. En mi caso, doctor, al día siguiente de empezar una nueva medicación me encuentro mucho mejor, aunque no haya tenido tiempo de hacer el mínimo efecto. La menor estigmatización de los enfermos mentales, la visibilidad de muchos de ellos y la relativa comodidad que da el término bipolar, menos dramático que el de maníaco-depresivo, ayudan a los pacientes a asumir mejor su diagnóstico. Sin embargo, siento que 'todos', pacientes y psiquiatras, nos hemos acomodado en esa falsa calidez que da un diagnóstico que nos acoge a todos con relativa facilidad. ¿Nos hemos vuelto poco tolerantes al sufrimiento? ¿Es la bipolaridad una enfermiza normalidad?

A lo mejor la información dispersa y a veces exagerada sobre el trastorno bipolar produce ese acomodamiento, pero si el enfermo logra atenuar la angustia ante su enfermedad no me parece contraproducente. Todo lo contrario. Del mismo modo, la relativa aceptación social también es positiva.

¿Quién tiene la culpa de que nuestro estado de ánimo fluctúe sin nuestro permiso como si fueran acciones en bolsa? ¿Todos somos enfermos mentales en potencia? ¿Todos somos bipolares?

Hay trastornos que tienen una mayor carga genética que otros, como parece ser el caso del trastorno bipolar. Pero ningún trastorno es 100% genético, siempre hay una parte de condicionantes sociales y ambientales que pueden influir en el desarrollo de la enfermedad. Me preguntas si todos somos enfermos mentales en potencia. Sí, por supuesto. Cualquier persona en determinadas situaciones de estrés o de pérdida puede llegar a tener una enfermedad mental. La enfermedad que desarrolle, eso sí, dependerá de la genética, de la predisposición y de los depresores que hayan actuado. Pero no todo el mundo, ni mucho menos, tiene por qué ser bipolar.

***

El tiempo de consulta se ha terminado. Una vez más, salgo del hospital con la incómoda sensación de saber más acerca de la enfermedad que (supuestamente) padezco que de mí mismo. Me pierdo en las variables, me obsesiono con los datos, me busco en las estadísticas, no me reconozco en el montón. La bipolaridad, tal vez, sea el signo de los nuevos tiempos. Tiempos convulsos, deprimentes y etílicos. Tiempos cambiantes y esquizoides. Tiempos bipolares. Quizá no sea para tanto ser bipolar. Quizá sí. Quizá no todos los que lo sabemos lo somos realmente, y otros que no lo saben realmente lo son. Entre la exigencia y el conformismo, entre la manía y la depresión, me quedé en la indeterminación. Soy bipolar. ¿Soy bipolar? Tal vez sí. Tal vez no.