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Aire en Medellín: el otro año volverá con sus muertos

Opinión // Una miembro del colectivo La Ciudad Verde nos cuenta cómo ese enemigo silencioso del aire contaminado seguirá cobrando vidas.

En 1980, mientras el narcotráfico le ponía un sello a Medellín y cicatrizaba el alma de cada uno de los habitantes, otro mal, uno que también marcaría la identidad de la ciudad al igual que la violencia, empezaba a matarnos de forma silenciosa. Ese año, la contaminación del aire cobró la vida de 264 personas. Empezamos a inhalar veneno de forma constante.

Como creemos que estamos en la "Ciudad de la eterna primavera", seguimos viviendo felices de estar rodeados de montañas verdes que contrastan con el cielo azul, volviendo más bonita a Medellín (apenas para aumentar el orgullo paisa). Pero vivir en un valle cercado por montañas es perfecto para que la contaminación no salga y el aire nos mate de pasada.

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Desde entonces, los años siguieron su curso y el aire seguía viciándose de forma silenciosa y poco perceptible. No había acciones gubernamentales y todos los paisas ignoraban el problema. En el año 1990, las muertes aumentaron a 525, en el 2002 a 775 y en junio del año 2009 Metrosalud reveló un aumento de un 55% en la mortalidad por enfermedades respiratorias atribuibles a la contaminación en Medellín, lo que llevó a un grupo de concejales, en cabeza de Federico Gutiérrez, hoy alcalde de Medellín, a citar una plenaria para revisar los avances del Acuerdo sobre el Pacto de Calidad del Aire, firmado en el 2008.

Según el hoy alcalde, en ese entonces concejal, los representantes habían "insistido durante varios años y la ciudad viene reclamando acciones contundentes en temas como calidad del aire, que definitivamente trae unas consecuencias negativas para la salud".

El Pacto por el Mejoramiento de la Calidad del Aire contenía 21 medidas, entre ellas: mejoramiento del espacio público, cambio de combustible, control a emisiones, certificación de procesos industriales contaminantes como el de los hornos, integración de un sistema masivo de transporte, reducción del parque público automotor, desincentivos al uso del vehículo privado, diseño de nuevas rutas con criterios ambientales y modificación de la infraestructura para favorecer la movilidad.

La intención era buena pero no logró resultados significativos. Las acciones contundentes que reclamaba Federico Gutiérrez no llegaron nunca porque, según evidencian los reportes del año 2016 de mortalidad atribuible a la contaminación del aire en Medellín, la cifra aumentó a 3.000 personas: ocho diarias.

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El aumento de las muertes (de 264 en el año 1980, a 3.000 en el año 2015) puede sonar aterrador, pero lo realmente increíble es que, a pesar de conocer estas cifras, los ciudadanos seguían respirando tranquilos un aire cada vez peor.

Los que no estaban tranquilos eran los expertos.

María Neira, exdirectora del Departamento de Salud Pública de la OMS, explicó que los riesgos de la polución del aire eran más grandes. No solo se había comprobado su incidencia en las muertes por enfermedades respiratorias agudas sino que también eran causantes de ataques cardiacos y derrames.

Julian Bedoya Velásquez, profesor de la Universidad Nacional, denunció que el hollín producto de la combustión del diésel (el cual penetra directamente a los pulmones) no se estaba midiendo. Mencionó también que se logró eliminar el plomo de la gasolina, pero que esto aumentó el contenido de bencenos, hidrocarburos aromáticos que producen cáncer.

Por su parte Elkin Martínez López, médico de la Facultad de Salud Pública de la UdeA, responsable de la investigación por mortalidad causada por la contaminación del aire en Medellín, alertaba que el problema era creciente: "se confirma año a año y ocurre sólo en Medellín, no en otra ciudad".

En la época más cruda de la violencia del narcotráfico, en Medellín había 360 muertos por cada 100,000 habitantes. El aire de hoy mata la tercera parte de eso, y es responsable de seis veces más muertes que la violencia.

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Si antes morían muchachos y policías, hoy los muertos son otros. Sin respetar edad ni ternura, las víctimas del aire son en un 32% las personas mayores de 60 años y un 40% los niños menores de 4 años.

Pero como los muertos no hablan, y las cifras parecían no llamar la atención de ninguna persona, otro hecho llamó por fin la atención de todos, hasta la de los más distraídos. Las condiciones atmosféricas de la ciudad en marzo del año 2016 cambiaron y así se hizo visible la polución en la ciudad y el orgullo paisa fue directamente atacado: ya no se podían ver las montañas. El Área Metropolitana del Valle de Aburrá declaró alerta roja porque los indicadores sobrepasaban los estándares de la norma nacional.

Pasó un mes y llegó a Medellín la época de lluvias, la suciedad se dispersó y ya se puede apreciar nuevamente el contraste del verde de las montañas con el cielo azul. Regresó el sentimiento de orgullo de los paisas y nos volvimos a olvidar de los muertos.

Pero el problema sigue ahí. Los indicadores reportados por el Área Metropolitana del Valle de Aburrá lo evidencian. Un día reportan concentraciones moderadas de las partículas contaminantes (para PM 10 entre 55 y 154 pg/m3 y para PM 2.5 entre 15.5 y 40.4 pg/m3) y otros días, algunas de las estaciones de monitoreo vuelven a aparecer en rojo (para PM 10 entre 155 y 254 pg/m3 y para PM 2.5 entre 40.4 y 65.4 pg/m3). Al parecer seguimos dependiendo del viento.

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La emergencia pasó, los efectos positivos y transitorios generados por las medidas de contingencia ya se están disolviendo, solo queda por pagar la deuda al Metro de Medellín, y la contaminación seguirá aumentando. El otro año volverá con sus muertos, y el que sigue también.

Según los reportes de la OMS la ciudad menos contaminada de Latinoamérica, El Salvador, tiene indicadores de PM por debajo de 9.5, y la menos contaminada del mundo, Vancouver, por debajo de 4.5. Los reportes moderados de Medellín están lejos de estas cifras y sin embargo seguimos celebrando y felicitándonos con resultados mediocres. No tenemos metas retadoras ni medidas contundentes para frenar el crecimiento del problema.

Por eso, con tapabocas y evidencia científica, desde La Ciudad Verde tratamos de llamar la atención de los ciudadanos desprevenidos, para de esta forma reclamar decisiones valientes por parte del municipio y ver si esta ciudad es respirable otra vez.

Nuestro aire está arrasando con la vida, y los carros se siguen vendiendo como arroz. Las políticas públicas para mejorar el aire no aparecen y el futuro se ve brumoso. Mientras tanto, hay más porquerías metiéndose en nuestros pulmones.

*La Ciudad Verde