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Dejé mis pulmones en Aamjiwnaang

Visité Canadá para respirar uno de los entornos más contaminados del mundo.

Letrero con humor involuntario en Chemical Valley, donde se anuncian excursiones y campamentos en el área más contaminada del país. Fotos de Michael Toledano.

Lo primero que notarás de Sarnia, Ontario, es su olor: una mezcla potente de gasolina, asfalto fundido, y el rastro ocasional de huevos podridos. Poco después de llegar, me sentía desagradablemente mareado y con náuseas, como si no estuviera recibiendo suficiente aire. Quizá esto tenía que ver con la cantidad de chimeneas que hay al sur del pueblo, todo el día, todos los días, eructando humos y llamas color naranja, como en una distopía a la Blade Runner.

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Sarnia es hogar de más de 60 refinerías y plantas químicas que producen gasolina, hule sintético y otros materiales que las industrias del mundo requieren para crear los productos comerciales que conocemos y amamos. La atracción más prominente y rentable en la ciudad es un área del tamaño de cien manzanas conocida como el Chemical Valley, donde el 40 por ciento de la industria química de Canadá se encuentra encajonada en una megalópolis nociva. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud hecho en 2011, el aire de Sarnia es el aire más contaminado de Canadá. Hay contaminantes más tóxicos saliendo de aquí que en todas las provincias de New Brunswick y Manitoba (En Canadá, no Bolivia).

Ubicado en el interior de este anillo gigante de producción química, rodeado de plantas industriales, está la reserva de las Primeras Naciones llamada Aamjiwnaang donde alrededor de 850 chippewas han vivido durante más de 300 años. Aamjiwnaang era originalmente un lugar de caza para los chippewas, pero el área se convirtió en una reserva de las Primeras Naciones en 1827, después de que el gobierno británico les arrebató una enorme cantidad de tierra indígena. Hoy en día es uno de los lugares más venenosos en Norteamérica, sin embargo, ni el gobierno local ni el nacional han anunciado ningún plan para poner en marcha un estudio de salud con el fin de investigar adecuadamente los efectos secundarios que están perjudicando a los residentes locales, quienes inhalan las emisiones del Chemical Valley cada vez que pisan suelo.

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En 2002, se fundó el Comité de Medio Ambiente Aamjiwnaang. Este grupo de activistas se formó en respuesta a un plan de Suncor para construir justo al lado de la reserva lo que habría sido la mayor planta de etanol de Canadá. Suncor es uno de los gigantes de la energía de Canadá que se especializa en el procesamiento de petróleo, en abril de este año, se vieron en problemas después de derramar una sustancia química utilizada para mezclar biocombustibles en una bahía de la Columbia Británica. Días más tarde se les informó de esto a las personas cercanas a Primeras Naciones, que viven en la bahía. En cuanto a su planta de etanol en Aamjiwnaang, Suncor finalmente detuvo la construcción del proyecto en respuesta a las protestas de la Comisión de Medio Ambiente, y en su lugar construyó una planta de desulfuración junto al cementerio de la reserva.

No fue hasta que el Comité de Medio Ambiente se formó, que las personas se dieron cuenta de lo mal que se había puesto la situación. Hablé con Wilson Llano, uno de los fundadores de la comisión, sobre el hecho de que la comunidad de Aamjiwnaang se haya dado cuenta de que Chemical Valley les estaba haciendo daño. “Como comunidad no estábamos conscientes de lo que estaba siendo expulsado de las plantas”, me dijo Wilson. “Cuando empezamos a tener reuniones del Comité de Medio Ambiente, la gente comenzó a recordar cuántos incidentes habíamos tenido”.

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Una manifestante repudiando las industrias en Chemical Valley.

Asimismo, el comité puso en marcha estudios, como el que se publicó en 2005, que analiza el índice de natalidad en la reserva. Una comunidad sana debe tener más o menos una proporción de nacimiento de 1:1 mujeres a hombres, pero el estudio encontró que la proporción del Chemical Valley había llegado a casi 2:1 —una anomalía estadística que nunca se había registrado en ninguna población humana, a pesar de que se ha documentado en poblaciones de animales que viven en zonas muy contaminadas.

Otro estudio llevado a cabo entre 2004 y 2005 por el activista ambiental de la organización Ecojustice, encontró que el 39 por ciento de las mujeres en Aamjiwnaang había tenido problemas en el embarazo como muerte fetal o aborto involuntario. Desde entonces, no ha habido investigaciones de las autoridades federales ni locales para aclarar exactamente lo que está causando estas anomalías, y menos el intento de revertirlas. Los defensores de la industria petroquímica se deslindan de los resultados del estudio y lo consideran como algo irrelevante, y de manera similar rechazan la “evidencia anecdótica”, brindada por residentes de Aamjiwnaang acerca de los malos olores o las enfermedades extrañas que se presentan en la comunidad.

He aquí un ejemplo de la evidencia anecdótica: en enero, la refinería de Shell tuvo un “derrame”, lo que significa que accidentalmente se filtraron químicos tóxicos en el aire. La sustancia filtrada incluía sulfuro de hidrógeno, una sustancia altamente tóxica, potencialmente letal que se utilizó como arma química por los británicos en la Primera Guerra Mundial I. El gas flotó hasta la guardería de Aamjiwnaang, donde el personal y los pequeños notaron que el aire empezó a oler a huevos podridos. Casi al instante, los niños se enfermaron y muchos fueron enviados al hospital con dolores de cabeza, náuseas e irritación de la piel. Durante horas, los médicos diagnosticaron incorrectamente a los niños con gripes y resfriados comunes. Si Shell hubiera tomado la responsabilidad de la fuga de sulfuro de hidrógeno a la que expuso a la población, es casi seguro que las víctimas hubieran mejorado más rápido.

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Christine Rogers tiene tres niñas y una de ellas estaba en la guardería de Aamjiwnaang al momento de la fuga, mientras que las otras dos viajaban en un autobús escolar directamente a través de la zona afectada. “Como madre, uno hace todo lo posible para asegurarse de que sus hijos estén a salvo, y cuando pasa algo así, sientes como que has perdido el control”, me dijo. “Me dan ganas de llorar cuando pienso en eso. ¿Y si hubiera sido un derrame grande? Crees que estás preparado, pero en realidad no lo estás. Uno se siente impotente”.

Christine explicó cómo ella manejó la situación de los efectos de la fuga con su hija mayor: “Le dije que tenía que decirme sobre algún pequeño síntoma que estuviera sintiendo para poder llevarla al médico para ver si estaba bien. Tenía los ojos con costras en ese momento y presentó derrames durante tres días, así que tuve que asegurarme de que no tuviera ninguna infección”.

Ser padre en una ciudad plagada de químicos como Aamjiwnaang viene con desafíos únicos. Mientras hablábamos de sus hijas, Christine me dijo que ellos pensaban que las masivas chimeneas de Chemical Valley eran “fabricantes de nubes”. Cuando llegó el momento de decirle a sus hijas la verdad, se le ocurrió una frase: “Mientras haya más nubes en el cielo, más gente morirá”.

Desde el incidente en enero, se cree que Shell ha sido responsable de otras dos fugas de sulfuro de hidrógeno; una de esas envió a tres trabajadores al hospital y sigue bajo investigación. Los derrames son una parte normal de la vida en Aamjiwnaang. En 2008, el techo de un tanque grande que pertenecía a Imperial Oil que contenía benceno, un carcinógeno, se desplomó. A todos los habitantes de Sarnia se les dijo que se quedaran en el interior de sus casas con todas las puertas y ventanas cerradas.

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A menudo, la responsabilidad de la detección de fugas recae en miembros de la comunidad, como Ada Lockridge, miembro del Comité de Medio Ambiente de Aamjiwnaang y activista, quien también es dueña de un kit de prueba de aire llamado Bucket Brigade. Este dispositivo de baja tecnología consiste en un cubeta de plástico, forrada con una bolsa de plástico sujeta a una boquilla de vacío que sobresale de la parte superior de la cubeta. Cuando Ada sospecha que el aire a su alrededor está siendo contaminado por una fuga —si huele a gas o productos químicos más de lo normal— succiona un poco de ese aire a través de la boquilla a la bolsa de plástico, luego envía la bolsa a un laboratorio en California, que por una cuota de procesamiento de 500 dólares analizan los datos y le envían un informe dentro de dos semanas. Ella utilizó la cubeta para detectar una fuga de sulfuro de hidrógeno en abril después de percibir un olor a huevo podrido que calificó como “del 1 al 10, un 10” en su escala personal.

Ada describe el descubrimiento de la fuga de esta manera: “Mi hija llegó a la casa luego de comprar un café y un panecillo y dijo: ‘Oh, mamá, qué terrible está afuera. Huele a huevos podridos’. Así que me puse en contacto por teléfono con el Centro de Acción de Derrames [operado por el gobierno de Ontario] y les dije que algo estaba goteando… Muchas veces somos nosotros los que notificamos a las empresas que está goteando. Salí en bata [con mi Bucket Brigade] y le dije a mi hija pequeña que se tapara la nariz y corriera al autobús de la escuela”.

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Vanessa Gray, una manifestante de Aamjiwnaang, protestando afuera de la conferencia de la industria petrolera.

Esto es sólo parte del precio que los de Sarnia han pagado durante mucho tiempo por vivir en una ciudad en auge perpetuo. El petróleo en la zona fue descubierto por primera vez al sur de Sarnia a mediados de la década de 1800, y desde entonces la ciudad estaba muy bien situada, a orillas del río St. Clair, cerca de Toronto, Detroit y Chicago; la industria petroquímica se instaló aquí. Las empresas compraron la tierra de la gente de Aamjiwnaang en los años cuarenta y cincuenta, en la época que el impacto ambiental de las industrias químicas se desconocía, y en 1942 abrió la primera fábrica en lo que después sería Chemical Valley: una planta de Polymer Corporation que fabricaba goma sintética para la guerra. Durante los años sesenta y setenta, la ciudad prosperó mientras la industria local crecía, y el Chemical Valley se convirtió en símbolo de orgullo nacional: por varios años el cielo lleno de nubes se presentó en la parte posterior del billete de diez dólares canadienses.

A través de las décadas hemos aprendido mucho más acerca de los efectos que estas industrias tienen en el medio ambiente, y los residentes no encuentran razón de orgullo por estar rodeados de los contaminadores. Sandy Kinart, que vive en el norte de Sarnia, al otro lado de la ciudad de Aamjiwnaang, es una residente que lleva toda su vida de la ciudad. Su marido trabajaba para Welland Chemical como constructor de molinos, montando e instalando maquinaria por años antes de morir de mesotelioma, un cáncer causado por la exposición al asbesto. En respuesta ella ayudó a fundar la organización activista Víctimas del Chemical Valley. Al igual que muchos de los residentes que crecieron en la “era de oro” de Sarnia en los años sesenta y setenta, ella sólo se ha dado cuenta de que vivir cerca de todo esa industria es una maldición más que una bendición.

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“Cuando era niña, conducir a través de Chemical Valley era parte de un domingo”, dijo. “Las luces estaban encendidas, y vaya que parecía un cuento de hadas para nosotros. En esos días, los edificios de aceite y químicos se mantenían en impecable estado, los jardines y las plantas alrededor de las refinerías eran hermosas, era una maravilla ver eso. Nos sentíamos orgullosos de vivir en Chemical Valley… Ahora no vemos eso. Ahora, las flores están muertas, los árboles están muriendo, los edificios están sucios, se ve abandonado. La industria no tiene nada más que pretender”.

Me acerqué a varias de las empresas petroquímicas con plantas en Chemical Valley, y después de mucha ida y vuelta, terminé en el escritorio de Dean Edwardson, gerente general de la Asociación Ambiental de Sarnia-Lambton, una organización sin fines de lucro operada por la industria petrolera. Se negó a comentar sobre incidentes específicos (y actuó sorprendido cuando le hablé de dos fugas de sulfuro de hidrógeno de Shell). Pero cuando lo presioné sobre la fuga de Shell de enero que afectó a la guardería, admitió que había ocurrido un error en alguna parte de la fábrica. “Hemos tenido un problema de comunicación”, dijo. “Está claro que fue inaceptable, y creo que si le pregunta a Shell, le dirá que fue inaceptable. Afectar a la comunidad no está bien, y ellos se arrepienten de ese incidente”.

Cuando le pregunté a Dean cómo estas empresas manejan la desconfianza que ahora impregna en Aamjiwnaang y Sarnia, debido a las fugas, respondió: “Yo no creo que nadie pide que confíen en la industria. La confianza se tiene que ganar y creo que nuestras empresas están tratando de ganar esa confianza”. También hizo una analogía con la cual torpemente reconoció lo atroz de la situación: “Puedes ser un gran tipo, pero asesinas a alguien, y de repente, eres un asesino”.

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Dean también señaló que la calidad del aire de Sarnia se ve afectada por lo que él llamó “la migración transfronteriza de contaminantes de nuestros amigos del sur”. En otras palabras, casi la mitad de la contaminación de Sarnia ha flotado hasta la ciudad desde chimeneas estadunidenses. Detroit se encuentra a sólo unos kilómetros hacia el sur y está igualmente afectada por la contaminación canadiense; en las orillas del río Detroit, en un barrio pobre de la ciudad, se encuentra un contenedor de petróleo de tres pisos de altura que se extiende a lo largo de un manzana de la ciudad. El dueño del contenedor, Koch Carbon (parte de la infame megacorporación Koch Industries, dirigida por los hermanos Koch), tampoco parece estar preocupado de hacer algo al respecto. Un titular del New York Times, en mayo, ponía: “Un contenedor de residuos de petróleo canadiense está ascendiendo sobre Detroit”.

Vista aérea de Chemical Valley.

Al otro lado del río, cerca del contenedor vive Jim Brophy, un científico y experto en salud que ha estudiado la contaminación y la salud humana en Sarnia y Aamjiwnaang durante décadas. (Jim y su esposa Margaret ayudaron a descubrir la anomalía del índice de nacimiento en Aamjiwnaang). Visité a Jim para aprender más sobre el problema de los “efectos acumulativos”, que funciona así: una planta petroquímica tiene permiso legal para producir una cierta cantidad de Contaminantes A y otra planta en el camino se le permite producir una cantidad diferente de Contaminantes B —pero nadie sabe lo que pasa cuando A y B se encuentran y se combinan en el aire sobre un área poblada como Aamjiwnaang—. La atmósfera del Chemical Valley está llena de inquietantes, no regulados y peligrosos venenos.

“El nivel de exposición a sustancias tóxicas que tenemos en Ontario no es seguro ni en nuestra imaginación”, dijo Jim. “La mayoría de las comunidades en situación de riesgo son las Primeras Naciones, los obreros en las plantas, los pobres de la clase trabajadora que viven en el sur de Sarnia… No son los directores ejecutivos”.

El alcalde de Sarnia, Mike Bradley, parece compasivo a las preocupaciones de algunos ambientalistas, aunque también tiene ese hábito de muchos políticos, de ser extremadamente precavido con el sector privado. “En el ámbito de la opinión pública, nunca vas a ganar por defender a la industria petrolera”, dijo. “La realidad es que uno no puede funcionar en su vida diaria sin el sector plástico, químico y petroquímico”.

El alcalde sí expresó cierto apoyo a la realización de un estudio sobre las personas más afectadas por las emisiones de Chemical Valley, sin embargo, dijo que no hay suficiente recursos monetarios del gobierno para apoyar la investigación. Por el momento, los efectos a largo plazo de vivir bajo la bruma química de Sarnia seguirán siendo desconocidos.

Jim piensa que la culpa de esto se le puede atribuir a las compañías petroleras con influencia política. “En los países donde la industria petroquímica tiene poder sustancial, hay un déficit real de la democracia”, dijo. “En Canadá, ahora vivimos en una situación donde la industria petrolera tiene un poder tremendo. Algunos dirían que tienen un bloqueo en el gobierno federal. Así que cuando estás en una comunidad como Sarnia, donde tienen influencia tremenda, no hay miedo a cerrar fábricas ni reducir personal y así sucesivamente, el Departamento de Medio Ambiente no actúa como un contrapeso a la industria. Entonces corresponde a las Ada Lockridges del mundo para luchar contra esto… ¿Dónde diablos está el gobierno federal? ¿Dónde diablos está el gobierno provincial? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Acaso todas las protecciones y los derechos democráticos de nuestra sociedad se han desaparecido?”

En este momento la tarea de luchar en contra de la contaminación recae en las organizaciones más pequeñas, como Víctimas de Chemical Valley de Sandy Kinart, y no se puede hacer tanto. En 2003, el grupo ayudó a construir un monumento a los que murieron por su trabajo en las refinerías y fábricas en el hermoso Centennial Park, frente al mar. Fue bonito mientras duró, pero esta primavera, la mayor parte del parque fue cerrado después de que se encontró una cantidad excesiva de asbesto en el suelo. Cuando yo fui, no pude entrar y no había ninguna señalización oficial que explicara por qué el parque estaba cerrado.

Paseando por el exterior del parque, encontré dos notas pegadas en la cerca de alambre que bloqueaba la entrada. En las notas, un anónimo residente de Sarnia había destilado la situación en letra cursiva: “Este es un memorial para los que murieron y sufrieron a causa del Chemical Valley. Está detrás de una cerca, porque el gobierno se enteró de que este parque también está contaminado por productos químicos tóxicos”.

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