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Furia travesti

Apuntes de una travesti furiosa para las elecciones de este año

OPINIÓN | No llamemos "brutos" o "malos" a quienes han votado por gobiernos autoritarios. Entendámoslos y sepamos que detrás de eso hay todo un mecanismo económico y cultural.
Foto: Jose Coello via Stocksy | Broadly

Existe una tendencia internacional de populismos autoritarios llegando al poder: Trump en Estados Unidos, Putin en Rusia, Modi en la India, Erdogan en Turquía, entre otros. A este resurgimiento se le ha denominado “retroceso” desde las agendas defensoras de los derechos humanos (traducción al español de la expresión “backlash”). Desde los movimientos sociales se han empezado a dar conversaciones para enfrentar el preocupante Tsunami que cada vez parece estar más cerca. Y aunque es apremiante actuar antes de que sea demasiado tarde, queda un sinsabor de que tal vez no estamos entendiendo el problema con la complejidad que amerita.

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La explicación más común es que lo que estamos viviendo es una reacción de los conservadores a los avances que se han dado en los últimos años en materia de derechos humanos. Específicamente en lo que tiene que ver con aborto y otros derechos sexuales y reproductivos; matrimonio y adopción por parte de parejas del mismo sexo; cambio de sexo en los documentos de identidad de personas trans, entre otros etcéteras. Sin embargo, a veces parece una explicación demasiado evidente, y por tanto, de la que hay que dudar ¿Qué podemos aprender de las experiencias de otros países?


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Para unos, como Arjun Appadurai, uno de los colaboradores del libro “El Gran Retroceso”, lo que está pasando en el mundo es que la gente está mamada de la forma en la que está funcionando la democracia actualmente, y que los líderes autoritarios y populistas se están aprovechando de esa “fátiga democrática”. Apparudai dice que hay que separar el mensaje que viene “desde arriba” de las personas entre las cuales está calando ese mensaje.

El mensaje desde arriba

La globalización ha hecho que, en general, la soberanía nacional esté en crisis. Dentro de las cosas que las naciones no parecen poder controlar en este nuevo contexto globalizado, están las economías porque todas, en mayor o menor medida, y tanto las de los países ricos como de las de los países pobres, son dependientes las unas de las otras. Y como ya no se puede controlar esa soberanía sobre la economía, los movimientos populistas han optado por acudir a la soberanía cultural como sede de la soberanía nacional. Es decir, utilizan valores nacionalistas sobre la cultura para hacer parecer que aún pueden controlar su identidad como nación.

En Turquía, Erdogan propugna el retorno a las tradiciones; Modi en la India utiliza un nacionalismo cultural extremo y se ha dedicado a atacar la “libertad sexual, religiosa, cultural y artística, en un desmantelamiento sistemático del legado laico y socialista”; y en Estados Unidos “el mensaje sobre la salvación de la economía se ha transformado en un mensaje sobre la salvación de la raza blanca”.

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Mejor dicho, estamos en crisis identitaria y unos cuantos avispados, muy efectivamente, se están aprovechando de los miedos e inseguridades que eso implica para llegar al poder.

¿Entre quiénes está calando el mensaje y por qué?

Para Appadurai, en todo el mundo se han profundizado las desigualdades económicas, se ha desmejorado la seguridad social y las industrias financieras se enriquecen al mismo tiempo que se incrementa el pánico económico “bajo la amenaza de una catástrofe económica inminente”. En un mundo que se mueve tan rápido hacia la injusticia social, pero con instituciones democráticas lentas para garantizar los derechos de su población, es apenas lógico que la gente se sienta impaciente y frustrada con la forma en la que están funcionando los Estados.

El autor dice que es importante entender “cuánto tiempo y en qué circunstancias la gente corriente puede tolerar la decepción en el uso de bienes y servicios, antes de cambiar de marca, de organización o de país”. Agrega que la gente puede reaccionar de tres formas ante el declive de productos, organizaciones y Estados: se mantiene fiel (lealtad); los abandona (salida); o protestan con la esperanza de que el sistema cambie (utilizar su voz). Para Arjun, las masas de seguidores que están votando por líderes autoritarios y populistas lo hacen porque están fatigados con la democracia (y no únicamente, ni necesariamente, porque estén de acuerdo con todas las ideas de estos líderes) y las elecciones “se han convertido en una vía de salida de la propia democracia”.

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En otras palabras, que le perdimos la fé a la democracia y por eso estamos votando por gente arbitraria que no respeta las reglas del juego.

El problema con el activismo de élite

En el mismo libro, Nancy Fraser dice que lo que está ocurriendo es una rebelión electoral a nivel mundial donde “los votantes están diciendo no a la letal combinación de austeridad, libre comercio, deuda depredadora y trabajo precario y mal pagado que caracteriza al actual capitalismo financiarizado”. Que existe un rechazo hacia la “globalización corporativa, el neoliberalismo y establishment político que los ha promovido”.

Nancy se pone radical y dice que, los votantes de Trump (en Estados Unidos) no se rebelaron únicamente contra el neoliberalismo (entendido en este contexto, entre otras cosas, como el injusto sistema financiero mundial), sino contra el “neoliberalismo progresista”, que define como la “alianza entre las corrientes mayoritarias de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBT), por un lado, y los sectores ¨simbólicos¨, de lujo y orientados a los servicios del mundo de los negocios (Wall Street, Silicon valley y Hollywood), por otro”. Dice que al generar alianzas entre un sistema financiero injusto y perverso, y los movimientos sociales, estos últimos “les aportan su carisma” y limpian su imagen. Al mismo tiempo, esto genera que la opinión pública ubique a estos movimientos sociales como aliados del neoliberalismo.

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Explica que los movimientos en los años sesenta y setenta tenían una idea de justicia social antijerárquica, igualitaria, anticapitalista y sensible a la idea de clase. No obstante, los movimientos sociales fueron renunciando poco a poco a estas ideas y se fueron acomodando: “durante todos los años en que la industria caía en picado, resonaban en Estados Unidos los discursos sobre ¨diversidad¨, ¨empoderamiento de la mujer¨ y ¨lucha contra la discriminación¨”.

Es decir, los movimientos sociales la cagaron cuando identificaron el progreso como sinónimo de meritocracia porque es como si estuvieran diciendo que la emancipación de las mujeres y de las personas LGBT dependía del “talento” que estas tuvieran “en la despiadada jerarquía corporativa, en lugar de igualar la emancipación con la abolición de dicha jerarquía”. Es como si hubiera ganado la idea individualista de progreso y nos hubiéramos olvidado de las injusticias económicas. El objetivo fue adaptarse y asimilarse en sistemas injustos, en vez de cuestionarlos y desmantelarlos.

Fraser dice que la salida fácil durante la campaña de Trump fue decir con tono moralista que todos los que votaron por él eran personas malas, racistas y misóginas. Sin embargo, catalogar a los votantes de los líderes populistas y anti-democráticos como culturalmente atrasados no aborda los sentimientos de indignación y por lo tanto no es un enfoque que resulte efectivo.

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En Colombia, también nos hemos apresurado a pensar que el retroceso se ha debido únicamente a una manipulación mediática de nuevos líderes populistas, sin detenernos a pensar de qué forma las profundas y arraigadísimas injusticias económicas y desigualdades sociales están jugando un papel determinante en las elecciones. Creemos ingenuamente que si logramos reducir los prejuicios y estereotipos sobre el género y las personas LGBTI en la sociedad, vamos a lograr generar un ambiente en donde las mentiras y las campañas de desinformación —como la de la tal ideología de género— no podrán prosperar y que, consecuentemente, la gente no votará por líderes populistas y autoritarios.

Pero, en palabras de Nancy, mientras no renunciemos “al mito tranquilizador pero falso” de que estamos ante una “caterva de impresentables (racistas, misóginos, islamófobicos y homófobos)” no vamos a poder defender de forma efectiva la democracia. Tendremos que reconocer nuestra “cuota de culpa por haber sacrificado la causa de la protección social, del bienestar material y de la dignidad de la clase trabajadora en aras de un falso concepto de emancipación en términos de meritocracia, diversidad y empoderamiento”. Hay que preguntarse si en las agendas de los movimientos sociales, la desigualdad económica ha sido un tema prioritario o si, al igual que los movimientos gringos, hemos pecado en no cuestionarnos los privilegios y opresiones relacionados con la clase social.

En una sociedad que tiene como reto principal defender la paz, los movimientos sociales son los primeros que deben dar ejemplo y no acudir al señalamiento facilista de los seguidores de líderes autoritarios como personas brutas o malas. Más bien, debemos optar por ponernos en sus zapatos para poder entender su rabia y su indignación. Como dice Fraser, no son “racistas ni derechistas convencidos, sino víctimas de un ¨sistema amañado¨ que pueden y deben ser reclutados” por un proyecto antineoliberal y democrático que “reconduzca la rabia y el dolor de los desposeídos hacia una reestructuración profunda de la sociedad”: estamos también ante una oportunidad gigante que estamos desaprovechando.

Hasta que nuestros movimientos sociales y políticos no ofrezcan una alternativa a la injusticia económica lo suficientemente convincente como para revivir la esperanza y la fe en la democracia, los populistas y autoritarios —de derecha, izquierda, centro y hasta del infinito— tendrán todas las de ganar.

El miedo, la rabia y la indignación están ahí ¿Cómo vamos a lidiar con esos sentimientos y emociones durante las elecciones? Ellos decidieron utilizar el odio y utilizar poblaciones históricamente discriminadas como chivos expiatorios, nosotros tenemos que escoger —como siempre— el amor, que en este caso implica abrirles nuestros brazos, corazones y oídos; cuestionar los privilegios de clase dentro de los movimientos; generar alianzas solidarias donde los intereses de todas las clases sociales se vean representadas; y, sobretodo, buscar soluciones que sean justas y democráticas para todo el mundo.