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verduras de las eras

El mundo sin mujeres

OPINIÓN | La imagen de un hombre trans embarazado lleva a la escritora Carolina Sanín a pensar que se trata del augurio de un estado deseado por la sociedad: un "mundo feliz sin mujeres".
DS
ilustración de Daniel Senior

En un video que circula por las redes sociales, o mejor dicho por las redes sociales virtuales (porque, insisto, debemos tratar de darnos y dar cuenta de la manipulación de los términos, de modo que tal vez es hora de que dejemos de llamarlas "redes sociales" a secas, como si hubieran reemplazado todo el tejido social), o, mejor aún, por las redes de pescar sociales virtuales (pues también conviene que reparemos en que los nombres que se usan para manipular revelan, ellos mismos, un significado que nos ayuda a detectar la manipulación, y es hora de que advirtamos que en demasiadas ocasiones las redes sociales funcionan como armas de barrido, como trampas en las que caemos y no como inocentes entramados de conexiones), en fin, en un video que me salió en el computador, aparece un hombre embarazado.

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No me refiero a un hombre embargado, incómodo, entorpecido, cargado pesadamente, que es lo único que significa el adjetivo cuando el sustantivo que modifica es masculino (y puede significar también eso cuando se refiere a un sustantivo femenino, con lo cual una mujer embarazada, en el sentido de preñada, está además, según nuestra lengua, incómoda, estorbada, impedida y molesta, que es algo que habría que ponderar), sino a uno que contiene un feto en el vientre, en un vientre que ningún hombre tiene. De fondo hay una musiquita de cuna. El hombre dice: "Estoy oficialmente embarazado, de seis meses. No sé si pueden verlo, pero tengo una barriga seria". Al mismo tiempo, aparece en la pantalla el letrero: "Trystan es transgénero pero su condición no le impide llevar un bebé en su interior". Luego, el embarazado pronuncia un discurso que no se entiende bien: "No puedo hablar por todos los tipos trans, desde luego, pero, para mí, pienso que con el fin de entender realmente por qué querría llevar un bebé en mi interior, uno tiene que desafortunadamente desmontar algunas de las historias que se han dicho sobre lo que efectivamente significa ser transexual". En la pantalla aparece el joven embarazado en una foto, con su barriga y su pareja. Continúa: "Para mí, solo hacer la transición hormonalmente, tomar testosterona para tener barba y que mi voz fuera lo más profunda que podrá llegar a ser, y parecer un hombre, es suficiente. Nunca quise transformar mi cuerpo, nunca he sentido la necesidad de cambiar mi cuerpo, y, con toda seguridad, no odio mi cuerpo. Creo que mi cuerpo es maravilloso, creo que es un don haber nacido con un cuerpo como este, e hice los cambios necesarios para seguir viviendo en él". En la pantalla aparece otro letrero: "Trystan y su esposo Biff comparten sus historias junto con sus dos hijos adoptados. Y lo hacen con un claro objetivo: normalizar cualquier familia".

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Hay allí varios términos que me llaman la atención por su conservadurismo. El "oficialmente", como si el estado de embarazo pudiera ser extraoficial, la barriga "seria", el "normalizar", las "familias", los cambios "necesarios", el ideológico "bebé" en lugar de "feto" (que es como se llama correctamente un animal que aún está creciendo en el vientre de otro), y el "vivir en un cuerpo" (en lugar de ser un cuerpo), que suena a dicotomía religiosa entre el cuerpo y el alma. Pero lo que más me llama la atención es que todo ese discurso conservador —por demás entretejido con una dosis pareja de narcisismo (tengo, para mí, me gusta, mi barba, mi voz, mi cuerpo maravilloso)—, todo ese afán de normalidad y oficialidad y autoproclamada seriedad, se presente como un cuestionamiento, como una apertura, como una gran libertad y como un gran cumplimiento y completitud, cuando quizá lo que se está haciendo es circunscribir la infinita posibilidad de la imaginación con respecto al género en la normalidad de la familia y en la posibilidad física de tener simultáneamente barba y bebé —de "parecer" un hombre y, al mismo tiempo, gestar un hijo—.

Desde hace muchos años me incomoda la sensación de que a los liberales —o a los progresistas, o como quiera que se nos llame a las personas que defendemos los derechos humanos y la libertad por encima de la prosperidad o de los intereses económicos— se nos compela a pensar en paquetes. Si creemos en el estado social y la preservación del espacio público, entonces también debemos estar en contra del estado de Israel, por ejemplo, como si una cosa conllevara la otra. Si creemos en el derecho de todos los ciudadanos adultos de vivir su sexualidad entre sí como quieran, entonces también debemos celebrar el supuesto embarazo de un hombre.

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Yo defiendo la equidad entre todas las personas, defiendo los derechos de los homosexuales, incluido el de adoptar hijos, defiendo el derecho a transformar el propio cuerpo y reformular la identidad propia. Defiendo, también, el derecho del hombre del video a gestar y parir un hijo, si el feto no se ve afectado por las hormonas que su padre y madre toma para, según él mismo, parecer un hombre. No obstante mi defensa, me parece complicada la imagen. No la celebro; sobre todo, porque no es verdad. Si el hombre que se presenta como hombre está gestando a un hijo, puede estarlo porque es una mujer, no un hombre; porque, como él dice, contradiciéndose, no transformó su cuerpo. Sin embargo, se presenta como un hombre que puede concebir y dar a luz; como un hombre que —así como manda la regla gramatical del género en nuestra lengua— contiene a la mujer, y por tanto es mayor que una mujer.

Además de suscitarme las preguntas que creo que haría cualquier ser social sensato y altruista en cuanto a cómo afecta el pasado tratamiento con testosterona al feto, o si el bebé va a poder o no mamar leche de su madre, el caso del "hombre embarazado" me preocupa políticamente: la imagen de un hombre madre favorece ciertamente la idea de la futilidad de la mujer, y, sin temor a ser apocalíptica, me parece el augurio y la patencia de un catastrófico estado deseado desde hace mucho tiempo: el de un mundo sin mujeres. El del mundo feliz sin mujeres.

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El caso del "hombre embarazado" me preocupa políticamente: me parece la patencia de un catastrófico estado deseado desde hace mucho tiempo: el del mundo feliz sin mujeres

Pero no solo me preocupa el caso vistoso y excepcional de quien afirma ser hombre y llevar dentro un feto. Me preocupa también el caso de las parejas de hombres que, manipulando la ley, tienen hijos a través del alquiler de vientres. Me parece ominosa esa figura —esa frase y esa operación— de vientre de alquiler, y también la otra parte del proceso, la de la compra —que eufemísticamente se llama "donación"— de óvulos. Me preocupa que se fabriquen seres humanos a partir del desmembramiento del cuerpo de la mujer: una mujer vende los óvulos, otra alberga al embrión y al feto, y ninguna amamanta, para que no se forme un vínculo entre mujer y niño. En el caso de una adopción por parte de dos hombres, puede hablarse de una madre biológica, aunque esta esté ausente por siempre. Puede hablarse, al menos, de esa ausencia. Pero para que dos hombres cumplan la fantasía de tener un hijo biológico sin madre, tiene que pasarse por el proceso de borrar el cuerpo femenino. De desmembrarlo y de comprarlo. Y eso me suena a explotación extrema.

Estas opiniones mías, por supuesto, no tendrán buen recibo en el paquete de las posiciones liberales. Son opiniones feas, viejas y reaccionarias, en un diálogo político en el que la defensa de los derechos sexuales parece a veces subsumir —y también consumir— todas las demás luchas sociales, sin que nos demos cuenta de que, muchas veces, no busca ni la libertad ni la equidad, sino ampliar el alcance de la masculinidad y garantizar que el mundo —incluida la feminidad— es de los hombres, cuya voz, como dice el hombre embarazado, es "más profunda"; no más grave, ni más baja, sino más profunda (como un vientre de mujer, también).


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