FYI.

This story is over 5 years old.

Dromómanos

La vida después de la pandilla: Cruda libertad

Entrevistamos a un ex miembro de Barrio 18.

Los ojos de Scrappy se mueven suspicaces de derecha a izquierda mientras desgrana su pasado como pandillero. Está desayunando en la terraza de un céntrico hotel de San Pedro Sula (Honduras) cuando de repente se voltea furioso e increpa al comensal de la mesa vecina:

–¡Te interesa mucho de lo que estoy hablando!

En la cara del oyente se dibuja primero una mueca de sorpresa y después una media sonrisa. Es un hombre de mediana edad viste camisa y pantalones grises. Nada en él llama la atención. Pero Scrappy es desconfiado. En público parece un vigía, alguien con un ojo en la nuca que espera que el golpe de gracia le llegue desde cualquier lado.

Publicidad

–Tengan cuidado con lo que escriben, por favor. Para ustedes es una buena historia pero a mí me pueden asesinar –ruega.

Hace diez años que dejó el Barrio 18, una de las dos pandillas –junto con la Mara Salvatrucha (MS13)– más grandes de Centroamérica. Durante toda su adolescencia fue su familia, su religión, el único grupo en el que se sentía alguien. Por eso no dudaba en extorsionar para financiar a su clica [las ramificaciones en que se dividen las pandillas]; tampoco le temblaba el pulso a la hora de apretar el gatillo si un homie [compañero] estaba en peligro o había que vengarlo.

Decidió desertar cuando estaba preso. Una mañana Scrappy vio cómo su amigo moría en su propio vómito después de haber sido envenenado por otros miembros de su misma pandilla. Su padre, pastor evangélico, lo llamó a las pocas semanas para decirle que si quería podía salir de la cárcel, que Dios le había dicho que le diera otra oportunidad.

Desde ese momento Scrappy se ha dedicado a intentar que los chicos huyan del determinismo que dice que los únicos lugares donde puede acabar un pandillero, son la cárcel o bajo tierra. La tercera vía, la de dejar ese mundo, es más excepcional. Ni siquiera está contemplada por las autoridades. La policía en el triángulo norte de Centroamérica es reticente a creer en los calmados [retirados]. Un pandillero lo será para toda la vida. Entre Guatemala, El Salvador y Honduras, aunque nadie de una cifra exacta fiable, los pandilleros se cuentan en más de cien mil. Las oportunidades de reinserción en estos países carcomidos por la pobreza, la corrupción y la violencia son inversamente proporcionales.

Publicidad

Mike, un salvadoreño que ronda los 30, lo ha sufrido en su propia piel, plagada de tatuajes. Hace un par de años que dejó la MS 13 y abrazó la fe cristiana. Hoy sobrevive construyendo puertas para los escasos encargos que llegan a la iglesia de un pastor amigo. Al preguntarle si había conseguido alguna vez un trabajo “normal”, bien remunerado, se ríe. Ya le han dado demasiadas veces con la puerta en las narices para seguir intentándolo.

A su alrededor están sentados en círculo otros ex miembros de la MS 13, que cuentan una historia similar. Muchos de ellos ganan unos dólares en algunos de los talleres y panaderías que se mezclan con las casas de latón de las barriadas. Todos ellos son producto de la iniciativa de ONGs.

En El Salvador se cumplen cinco meses de tregua entre la MS-13 y el Barrio 18. Los asesinatos diarios en el país han descendido desde los 15 hasta los cinco. Incluso las maras han entregado algunas armas. Entre todas los interrogantes que han surgido en el proceso uno de los más recurrentes es: ¿si las pandillas menguan y dejan en su mayoría los actos criminales, qué harán los miles de pandilleros desmovilizados que no han aprendido otra cosa que matar desde que eran unos adolescentes?

Acorazado en la tranquilidad de una habitación de hotel, Scrappy muestra las huellas aun visibles que le unen a su pasado. Los dorsos de sus manos son dos llagas que entierran un 1 y un 8. En su prominente barriga cicatrizan las heridas del láser con el que se ha borrado un 18 en números romanos.

Publicidad

–Me ha costado mucho levantar todo esto, mi familia, mis hijos…

La vida sigue sin sonreírle. De vez en cuando le sale algún proyecto de cooperación, pero ahora lleva meses sin sueldo. Para pagar la luz y la renta, su mujer, también ex pandillera, vende sopa los domingos en la calle.

Si quieres saber más del viaje de estos periodistas por Centroamérica sigue:

@dromomanos

 www.dromomanos.com.