Hoy te has despertado temprano y decides que desayunarás en un bar antes de emprender tu camino hacia la oficina donde trabajas y te mueres muy poco a poco.Cuando, después de pedir un bikini y una Coca-Cola, giras tu rostro para ver qué tienen puesto en el televisor, ves como esos tipos que están sentados alrededor de esa mesa de ahí al fondo tienen la valentía de acompañar su desayuno con unas cervezas. "Vaya jefes", piensas, y entonces admiras con cierta distancia sus costumbres y su atrevimiento vital. Ellos representan esa idea de los currelas españoles de verdad, gente que trabaja en cosas que pueden tocarse y romperse y gente que bebe alcohol por la mañana sin ningún tipo de problema. Tú solamente formas parte del sector terciario y llevas años trabajando con información que no sirve absolutamente para nada y que no dejará ningún tipo de rastro en este mundo y —extrañamente— nunca has sentido la necesidad de regar tu lamentable e irrelevante jornada laboral con un poco de anestésico existencial.
Publicidad
Permitidme un inciso, que si no luego hay malentendidos. Sí, podríamos decir que estoy siendo víctima de un burdo cliché —el obrero borracho de la obra— pero, si bien es cierto que también algunos funcionarios, arquitectos o artistas se meten su Sol y Sombra antes de sentarse en sus respectivas sillas de funcionarios, artistas o arquitectos, son los caballeros del chaleco reflectante los que más se amontonan en los bares, y esto es de lo que hemos venido a hablar: los bares. Beber en tu despacho un trago de bourbon mientras observas el cruce entre la Diagonal y el Paseo de Gracia y piensas que los transeúntes son pequeños seres lamentables y moldeables es un sueño; beber un quinto acompañado de un bocadillo de atún en un bar de Sants es la realidad, y es a la realidad a lo que nos tenemos que ceñir.Volvamos al bar de antes. Ves a todos esos tipos desayunando con zuritos y sientes cierta misericordia, cierto aprecio irónico. En el fondo no quieres ser como ellos pero te parecen "de lo más auténticos". Terminas tu bikini, tu Coca-Cola, pagas y te largas. Puede que sea durante esos minutos en los que estás agarrado a esa barra vertical de metal que hay en el medio del vagón del metro cuando piensas que quizás te gustaría vivir un tiempo como esos tipos, entonándote un poquito cada mañana para hacer la jornada laboral un poco más entretenida, un poco más apetecible. Luego piensas que, precisamente, trabajas en una revista llamada VICE y que, joder, podrías escribir sobre cómo es eso de pasarte una semana tomando unos quinticos para desayunar. Y aquí estamos.
Publicidad
DÍA 1
Publicidad
Consecuencias: mi jornada laboral se sucedió sin ningún tipo de incidentes. Es más, me sentía pletórico.
DÍA 2
Publicidad
Pero había un problema. Cuando empecé a plantearme este artículo me propuse tres normas mínimas que tenía que cumplir:1) Tomar, como mínimo, una cerveza en la barra de un bar.2) Prescindir de otros líquidos.3) Beber cada día más que el día anterior.Fue este tercer punto el que me obligó a pararme a otro bar a tomar una última cerveza, pues en este momento llevaba una mediana y un quinto, la misma cantidad del día anterior. Esta norma es totalmente estúpida pero un hombre necesita este tipo de retos para que la vida resulto un poco interesante. No digo MUY interesante, pero al menos un poquito.El segundo bar estaba repleto de individuos desayunando como auténticos locos del desayuno —si es que esto es posible. Estoy hablando de platos combinados con huevo frito, salchichas y judías. O cocido. O platos enormes de callos. Supongo que es eso a lo que se refieren ciertos sectores de la sociedad con lo de "desayunos de cuchillo y tenedor", término muy en boga entre los jóvenes pudientes de la modernidad urbana. En ese bar había muchos ancianos profesionales de este tipo de desayunos, con sus porrones o sus vinos con gaseosa. Luego había currelas de obras públicas con sus bocadillos y latas de Coca-Cola. Esos eran mis compañeros pero la verdad es que aún no me había encontrado a ninguno tomándose una cerveza por la mañana. ¿Era ese idea del currela cervecero una invención de mi subconsciente? Por suerte, a los pocos minutos, entró un hombre que se sentó a mi lado, dejó su bocadillo —hecho en casa— envuelto en papel de plata sobre la barra y se pidió una mediana. Allí estábamos los dos, uno al lado del otro, cada uno con sus problemas y sus mierdas, compartiendo un momento. No nos dijimos nada pero tampoco hacía falta; éramos colegas de cervezas mañaneras y lo sabíamos. Al poco rato le pedí que me hiciera una foto y aquí la tenéis.
Publicidad
La verdad es que con tanto bullicio (y el litro de cerveza que llevaba encima) me entró por divagar y pensar que, joder, el mundo sigue girando a pesar de todo. La vida sigue sucediéndose en esos sitios donde no alcanza la vista mientras nosotros vamos a currar en oficinas o lo que sea. No somos nada y fuera de nuestra jurisdicción social el tiempo sigue pasando y las personas siguen existiendo. Nada depende de lo que hacemos y nunca lo hará.Después de dos birras, un quinto, unas aceitunas y un bocadillo de chorizo ya empezaba a ir siendo hora de ir a currar, ¿no?Consecuencias: al entrar a la oficina me sentía un poco ebrio, nada preocupante —aún podía distinguir entre el bien y el mal, entre cagar en el retrete o cagar en el lavamanos—, pero tampoco estaba del todo concentrado en lo que hacía. En fin, lo que sí que tenía era una extraña sensación de felicidad, como que en el fondo todo me la sudaba, como de quitarle la importancia a todo y eso, en un ambiente laboral, puede resultar extraño y problemático.
DÍA 3
Publicidad
Lo bueno de estas "tajillas mañaneras" es que sabía perfectamente que al mediodía ya se habrían diluido y esta sensación de tranquilidad desaparecería. Lo malo era que, con tres cervezas consumidas, uno prefiere quedarse en el bar tomando más birras en vez de ir a trabajar. O eso o, directamente, largarse a casa a dormir. De todos modos, no podía dejar de pensar en lo magnífico de la situación, en la idea de que me estuvieran pagando por beber cerveza por la mañana.Consecuencias: Ese día las pestañas del navegador y el Word, mis herramientas de trabajo, se me presentaron un poco complicadas. El teclado también me parecía un poco incómodo, "por qué tienen todas estas teclas y letras" pensaba. Lamentablemente a las 12 menos cuarto ya se me empezaba a ir esa inocente felicidad sin sentido. ¿Seguir bebiendo habría arreglado este problema? Esto es un debate complicado, sin duda.
DÍA 4
Publicidad
A mi pesar, no llegué a niveles lamentables de borrachera. No me bajé los pantalones ni le dije a nadie que "el futuro empresarial de España se encuentra en la fabricación de plásticos" —que es lo que normalmente hago— pero sí que me vi obligado a ir a mear cada 20 minutos. Mis compañeros —y más concretamente, mi jefa— se indignaron por mi sobriedad. Supongo que uno está acostumbrado a beber después de tantos años de fiesta y rock and roll —que alguien me pegue un tiro por haber pronunciado esta frase.Consecuencias: me quedé ensimismado mirando esto durante varios minutos, quiero decir, durante 20 minutos.