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Estos son los vecinos del "Asesino de Monserrate"

El descubrimiento de Fredy Armando Valencia en los Cerros Orientales de Bogotá desnudó una realidad de la zona: la historia de las familias que allí han montado su vivienda.

Fotos por Christina Gómez Echavarría.

Para llegar a ellos, a los desplazados que se ocultan al lado de Monserrate, entre árboles y vetas de luz, hay que ir preparado. Yo llevé, por petición de mi guía, un chaleco fosforescente, una manilla del mismo color, botiquín y botas. Después de subir algunos metros desde lo último que yo reconocía como Bogotá, me rodeó un olor a quemado mezclado con mierda.

Me topé entre las ramas con varios indigentes que convivían con la basura, buscando en ella algún residuo de comida o de bebida en los desechos que dejan a su paso los restaurantes de la Universidad de Los Andes. Nos miraban como a intrusos. No se equivocaban: éramos unos foráneos de vestidos curiosos, preparados más para un cataclismo ambiental que para encontrar otros seres humanos.

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Más adelante, a unos cuantos metros, vi entre la maleza una casa hecha en madera con un comedor tapizado en plástico. Luego vería más.

En los Cerros Orientales de Bogotá, cerca de Monserrate, entre las calles 19 y 24 a la altura de la Circunvalar, hay hacia arriba por lo menos ocho instalaciones o cambuches de personas que allá viven: unas en situación de desplazamiento, otras en estado de indigencia, y algunas que le obedecen a la voluntad de vivir en la montaña.

Un informe del Alto Comisionado para los Refugiados actualizado en 2015 dice que en Colombia hay 6.044.200 desplazados internos, de los cuales, 63% viven por debajo del umbral de pobreza. En Bogotá, se encuentran alrededor de 350 mil. Aunque las cifras varían dependiendo de uno a quién le pregunte.

En Monserrate, las instalaciones de estas personas varían en tamaño: hay unas pequeñas, que sólo consisten en un par de palos de madera, bolsas de basura y pedazos de plástico apilados; otras, hechas con tejas de metal martilladas; algunas más –las verdaderamente llamativas– pueden llegar a los 50 m2 y están hechas a base de madera y metal pintados. Y baños. Y cuartos. Y un terreno aledaño para la siembra de papa, frijol y ahuyama.

Todo esto está a tan solo unos metros de la Alcaldía Local de Santafé, la encargada de la zona, y al lado de la universidad más cara del país.

Las casas grandes fueron creadas por parte de una familia que dice haber sido desplazada de Cali hace cinco años. Doña Amalia Díaz, la madre, afirma ser víctima de la banda criminal "Los Rastrojos", un grupo que ha operado en el Norte del Valle del Cauca desde 2006. "Cuando se dieron cuenta de que no íbamos a estar implicados con ellos, nos quemaron la casa", me dijo el día que subí a visitarla.

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Doña Amalia comparte su casa con tres hijos, un esposo, una nuera y un nieto, este último de apenas tres años. Todos los días, el esposo sale a Bogotá a reciclar, mientras ella se queda sembrando papa, ahuyama y fríjol en un terreno que adaptaron como huerta, donde también tienen adornos de Halloween y Navidad. Los domingos son los días en los que Amalia trabaja y sale a vender ropa y cosas que su esposo e hijo han encontrado en la labor de reciclaje.

En cuestión de días, los Cerros Orientales pasaron de ser la preocupación de unos ambientalistas a la de todo un país. A dos hechos debemos ese fenómeno: primero, al descubrimiento que la sociedad colombiana hizo del llamado "Monstruo de Monserrate", un hombre llamado Fredy Armando Valencia, asesino de más de 10 mujeres que luego tuvo a bien enterrar debajo del piso por donde caminaba hacia su casa; segundo, el incendio que a lo largo de dos semanas llenó de humo el centro de Bogotá y le deterioró la calidad del aire al nivel del de Beijing.

Más por el impulso del segundo hecho que del primero, el pasado sábado 6 de febrero, con el fin de limpiar la basura de los cerros y evitar otro incendio forestal, Abelardo Londoño, dueño del negocio "El Mono", decidió emprender una jornada de limpieza con la ayuda de voluntarios reunidos cada sábado desde las 10 de la mañana.

"Nos fuimos el sábado (6 de febrero) y después de caminar unos 10 minutos nos encontramos con que ahí vivían varias familias de desplazados en casas construidas con todo tipo de materiales", me dijo El Mono, cuando lo llamé el lunes 8 de febrero a su celular. Me dijo que nadie sabía que existían estos alojamientos en la montaña y que él, junto a los estudiantes que lo acompañaban, solicitaron una ayuda pública a través de cobijas, ropa y alimentos.

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¿Tiene razón el Mono? ¿Nadie los conocía antes de los dos hechos que arriba menciono?

Las versiones difieren.

Según Amalia Díaz, su familia vive allí hace aproximadamente 5 años, cuando salieron de Cali por un incendio provocado en su casa por parte de "Los Rastrojos". Con la ayuda de varias personas que les dijeron que se podrían instalar allí, Amalia y su esposo llegaron a construir lo que inicialmente sería un lugar para pasar la noche en los cerros.La posada de una noche se alargó, pero todo estuvo tranquilo (sin Alcaldía ni Policía).

Sergio Calderón, representante de la sección de seguridad y convivencia de la Alcaldía Local de Santafé, dice por su parte que no es posible que ellos vivan allá desde hace más de seis meses. La presencia de estas personas –dice– se conoce desde hace ya un tiempo y se ha tratado de evitar a toda costa por cuestiones ambientales y de seguridad. "Con la creación de la Secretaría Distrital del Hábitat nos hemos encargado de hacerle monitoreo a esta zona desde 2003 y hasta ahora estamos viendo una proliferación de estas viviendas en la zona".

Más allá de cualquiera de las dos consideraciones, lo del Monstruo fue, definitivamente, lo que puso a estos habitantes en los titulares de la prensa. Una especie de hallazgo extra. Una tragedia por partida doble: que su vecino estuviera matando mujeres para enterrarlas en las inmediaciones y que, por supuesto, el país conociera que en esa zona de Bogotá había personas viviendo a escondidas de la urbe.

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"Mi esposo fue el que descubrió los cadáveres que Fredy escondía cuando éste salió de su terreno –me dijo Amalia– y lo primero que hizo fue avisarle a la policía". Luego llamó a Sergio para que el Distrito tomara cartas en el asunto (esta versión sí la corrobora el funcionario). Fue a partir de ese momento que se empezaron a tomar las medidas necesarias para descubrir al asesino.

Mientras Amalia dice que allá están bien, el Distrito cree que el peligro (medioambiental, de seguridad) es inminente.

Según Ángela Anzola, Alta consejera para los derechos de las víctimas, sólo dos familias están siendo atendidas por la unidad de víctimas. Ninguna de las dos es la de Amalia. A ellos les queda mucho papeleo por hacer. Al Distrito, por su parte, un problema que debe ser atendido, a juzgar por las palabras de Sergio (dice que si desmontan 10 cambuches montan otros quince), de forma urgente y sistemática.