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Jazz Nerds International

Alos 10 minutos empecé a ponerme nervioso. El free jazz es una música que puede irritarte mucho, te pone mal cuerpo. Como no podía aguantar más, fui a reclamar el dinero de la entrada. Ahí empezaron los problemas. Se rieron de mí, de mi mujer y de mi...

TEXTO E ILUSTRACIÓN DE SANTIAGO SALVADOR

Alos 10 minutos empecé a ponerme nervioso. El free jazz es una música que puede irritarte mucho, te pone mal cuerpo. Como no podía aguantar más, fui a reclamar el dinero de la entrada. Ahí empezaron los problemas. Se rieron de mí, de mi mujer y de mi suegra y no nos quisieron dar la hoja de reclamaciones. Entonces fuimos a la Guardia Civil”. Así cuenta Xavier Gilbert, de 42 años, cómo empezó la historia que entretuvo al mundillo jazz durante meses desatando la enésima batalla de lo que se conoce como Jazz Wars. El incidente ocurrió el pasado 7 diciembre en el Festival de Sigüenza, España, durante el recital del saxofonista de free jazz Larry Ochs y su proyecto Drumming Core. El demandante hizo que vinieran dos policías a comprobar su queja y a emitir el correspondiente dictamen: “Esto no es jazz”. ¿Qué era entonces? “Era música contemporánea, me sentí estafado. Con todo el respeto, debo decir que me dañaron el oído y los nervios. Lo único que reclamo es que en los carteles aclaren si es jazz o no. Es como si vas a ver una película de Tarzán y te ponen una de King Kong”. ¿Y es cierto, como alegó, que tiene contraindicada la música contemporánea “por prescripción médica”? No sabe, no contesta.

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La anécdota saltó al diario

El País

provocando enfrentamientos entre críticos (insultos en blogs, amenazas via SMS…) y dio la vuelta al mundo (fue de las noticias más vistas en la versión online de

The Guardian

,

New York Times

o

La Nación

de Buenos Aires) hasta llegar a oídos de Wynton Marsalis. Macho alfa del New Orleans Jazz Clan de los Marsalis, Wynton gusta de ejercer de

Summus Pontifex

y evangelizar sobre “What Jazz Is, and Isn’t” [qué es jazz y qué no], que así tituló un artículo para

New York Times

en 1988. Siendo un adolescente, ya dijo que Antony Braxton no era “suficientemente negro”, aunque eso no le impidió a él grabar el “Concierto para trompeta” de Haydn. Pues bien, cuando Wynton se enteró del “spanish incident” le faltó tiempo para contactar con el corresponsal de

The Guardian

en Madrid, Gilles Tremlett, para hacerle saber que estaba “encantado con la historia”, que el denunciante era “alguien maravilloso” y que “en señal de gratitud” quería regalarle su catálogo de discos al completo con una dedicatoria.

“El incidente me pareció divertido hasta que salió Marsalis—me cuenta por teléfono Ochs—; convirtió una anécdota en algo serio. No había razón para que alguien con tanto éxito se metiera y despotricara como lo hizo. Se puso en evidencia. Lo peor fueron algunas cosas que leí en internet. Se propagó como un virus y tuve que decirme que yo no había hecho nada malo. Decidí dejar que la cosa se apagara por sí sola”. Las Guerras del Jazz entre tradicionalistas y “nueva guardia”—¿no es ridículo seguir llamando así al free jazz, que ronda el medio siglo de historia?—son campo fértil para los exabruptos y la hipérbole. Desde el bando free, Cecil Taylor llegó a decir que el Eje del Mal eran George Bush, Philip Glass y Wynton Marsalis. Y el hermano de éste, Jason, en mayo lanzó en YouTube una proclama en contra del “Jazz Nerds International”, su término para definir a los músicos con una visión “egoísta” del jazz, renunciando a los esquemas del género en favor de “solos abstractos” y ritmos a compases extraños.

¿Veremos en el futuro una escalada en las Jazz Wars que desemboque en tiroteos desde coches en marcha? ¿Estamos a las puertas de una nueva generación de gangsta-jazzers? Francamente, ni lo sé ni me importa. El debate es tan irritante que casi lo deseo.