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la diplomacia del críquet

Armas nucleares, críquet y diplomacia: una historia de la rivalidad India-Pakistán

Durante más de seis décadas, el enfrentamiento geopolítico entre India y Pakistán ha invadido otra rivalidad entre ambos países: la del críquet.
Imagen vía WikiMedia Commons

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En mayo de 1999 empezó una guerra en Kargil, en Cachemira, la región en eterna disputa de la frontera entre India y Pakistán. Unos 5.000 soldados pakistaníes se esparcieron por las montañas en territorio indio. Días más tarde, la India mandó a 30.000 soldados a la región. Durante casi un mes, el país hindú lanzó obuses, bombas de mortero y cohetes contra los pakistaníes, que devolvieron el fuego con AK-47s, ametralladoras antiaéreas y misiles Stinger.

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Pakistán logró derribar un caza indio y ambos lados hicieron cientos de prisioneros. Desde entonces, nunca más se han enfrentado dos potencias nucleares en un combate tan directo.

Mientras tanto, once hombres de cada uno de los países se dieron cita en los cuidadísimos campos de Old Trafford, en Inglaterra, para iniciar la Copa del Mundo de Críquet.

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La policía de Manchester multiplicó la vigilancia por toda la ciudad. Miles de caras se pintaron los tres colores de la bandera india o la luna creciente y el verde pakistaníes y se dirigieron al partido. Los cánticos y bailes resonaron en las tribunas: la atmósfera apasionada distaba mucho de la sofisticación y los aplausos casi orquestados de las típicas audiencias británicas del críquet.

India ganó el partido. Al día siguiente, seis soldados pakistaníes y tres oficiales indios murieron en la guerra en Kargil.

El 14 de febrero, India y Pakistán volvieron a encontrarse en la Copa del Mundo de Críquet, aunque esta vez el partido se disputó en Adelaide. Los indios se impusieron. Puede que la ciudad de Kargil, en Cachemira, estuviera más tranquila en el momento del partido que hace quince años, pero las relaciones entre India y Pakistán siguen siendo extremadamente hostiles. Las dos naciones sufrieron una partición traumática y sangrienta tras independizarse del Imperio británico en 1947: millones de personas perdieron su vida y millones más se convirtieron en refugiados. El conflicto que definió la nueva frontera separó familias y dejó pueblos enteros abandonados.

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Esta hostilidad es parte del legado del colonialismo británico: tres guerras separadas, armas nucleares, y una continua lucha por el territorio en disputa de Cachemira. Pero los británicos también dejaron otra herencia: el deporte del críquet. La rivalidad entre indios y pakistaníes es de las más encarnizadas del mundo, aderezada con décadas de conflicto geopolítico. Su existencia es catártica, además, dado que permite el intercambio cultural entre dos países que por lo demás han reducido su contacto al mínimo.

La semifinal de la Copa del Mundo de críquet del 2011 fue vista por 1.500 millones de espectadores en todo el mundo. Ningún otro deporte congrega tantos aficionados por un partido entre dos naciones de la forma en la que logra hacerlo un India-Pakistán de críquet.

"Es como luchar en el barro con tu primo", dice Sharda Ugra, uno de los analistas de críquet más reconocidos de India. "Hay una enorme historia de violencia y separación traumática entre los dos países que hace que la rivalidad India-Pakistán sea distinta. En otras rivalidades internacionales, como por ejemplo Australia-Inglaterra, la conexión histórica es muy antigua. La rivalidad India-Pakistán, en cambio, aún perdura. Hay una fricción constante entre ambos países".

Según una anécdota citada hasta el hastío por los periodistas, los periódicos siempre llaman al portavoz del ejército después de los partidos de críquet entre ambos países para saber si ha habido alguna reacción en la frontera. El ejército del país ganador, según cuentan, suele celebrar la ocasión con disparos al aire.

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"La gente siempre ha pensado que si había una guerra sin armas entre ambos países, ésta se luchaba claramente en el campo de críquet", explica Mudar Patherya, que cubrió múltiples series de partidos entre India y Pakistán en ambos países durante los 80 y los 90. Los fans de ambas naciones han llevado esta rivalidad deportiva al plano personal durante generaciones. Patherya asegura que ha visto a pakistaníes salir a sus terrazas y disparar salvas de Kalashnikov tras las victorias.

Pathery también explica que incluso en los partidos de exhibición entre periodistas de ambas naciones, los equipos del Pakistan solían fichar a jugadores profesionales para asegurarse la victoria: "Tal es su fiero deseo de ganar a India en críquet", declara.

Fuera del entorno del críquet, no es sencillo ver a indios y pakistaníes congeniar con banderas de por medio. Imagen vía WikiMedia Commons.

Los fans indios tienden a ser igual de fieros. Cuando el combinado nacional y su capitán Sunil Gavaskar jugaron contra Pakistán en Sharjah (una plaza neutral en los Emiratos Árabes Unidos) en los 80, cada inmigrante indio que se encontraron en el camino —del conductor del autobús al botones que les dejó el periódico en el hotel— les dijo lo mismo: "No nos importa si perdéis el torneo, pero aseguraos de ganar contra Pakistán". Una victoria contra sus rivales daría a todos los indios el derecho a fanfarronear en sus comunidades durante meses.

Los pakistaníes se hicieron con eso derecho en 1987, cuando su equipo volvió a Lahore tras vencer a India en un partido de críquet Test por primera vez. Cientos de personas llenaron las calles para poder ver en directo a sus héroes. La multitud sacó banderas, tocó tambores, silbó y cantó: el capitán del equipo, Imran Khan, fue nombrado "Faateh-i-Hind", esto es, "el conquistador de India". En su libro Sombras en el campo de juego, Shashi Tharoor describe la fiesta de bienvenida: "Fue más una recepción para un emperador mogol que para el capitán de un equipo de críquet".

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En el subcontinente indio, el críquet recibe el apodo popular de "tercera religión" tras el Islam y el hinduismo. Antes de los partidos entre India y Pakistán, los hindúes llevan a cabo rituales religiosos, como ofrecer 101 cocos a las divinidades y encender havans (fuego sagrado). Los musulmanes, por su parte, recitan mannats (plegarias especiales), sacrifican corderos y distribuyen la carne del sacrificio. Pero solo hace falta un mal partido para que la reverencia de la gente hacia sus 'dioses' se convierta en odio.

"Una derrota contra Pakistán significa que los medios te fríen y los fans tiran piedras a tu casa", explicó a Reuters el antiguo lanzador indio Harbhajan Singh. "En el campo, muchas veces oyes a los aficionados detrás tuyo avisándote: 'mejor que ganéis este partido u os será difícil salir del estadio'".

Otro lanzador indio, Chetan Sharma, fue víctima de la frustración que invade a sus conciudadanos tras una derrota frente a Pakistán. En la final de la Copa de Australasia de 1986 en Sharjah, Pakistán necesitaba sacar cuatro carreras de la última bola para ganar el campeonato. El estadio, lleno de aficionados indios, estaba listo para celebrar la victoria, pero el bateador pakistaní Javed Miandad logró marcar seis carreras tras ese último tiro de Sharma. Un periódico británico definió el golpe de Miandad como "un tiro que se oyó en todo el Asia del Sur y en gran parte del mundo". Sharma declaró después que tardó dos semanas en salir de casa tras el partido. Los policías de su ciudad natal, Chandigarh, le detenían muchas veces por la calle y le ponían multas sin motivo.

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En los 90, cuando la rivalidad era más intensa, la violencia estaba al acecho en los partidos entre ambos equipos. En esa época se produjeron repetidos ataques de fans enojados que mostraban su frustración tirando piedras a las casas de los atletas, gritando cánticos ofensivos y quemando fotografías de los jugadores después de las derrotas. Ejemplo de ello es el "entierro" que se le ofició a la efigie del antiguo capitán indio Sourav Ganguly tras perder un partido frente al eterno rival. Peor suerte corrió el retrato del lanzador pakistaní Wasim Akram, que terminó en el fuego tras el partido de la Copa del Mundo de 1996 porque a la gente le pareció que había fingido calambres para evitar disputar el encuentro decisivo. "Es un partido de nervios, sin duda. Puedes estar días sin poder dormir antes de un India-Pakistán", asegura el lanzador pakistaní Wahab Riaz.

Los jugadores internacionales de ambos países tenían tanto miedo a la violencia tras las derrotas que algunos observadores consideran que ambos equipos podrían haber acordado empatar 11 partidos seguidos en partidos Test durante los años 80: "Los capitanes de ambos lados querían ir a lo seguro porque les preocupaba la reacción del público", dice Chishty Mujahid, antiguo director de la federación pakistaní de críquet. "Los jugadores querían salvar sus carreras", asegura. Jugar mal frente al gran rival podía significar que te señalaran la puerta.

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A veces, esa presión podía con los jugadores. Los fans del críquet recuerdan el incidente en que se vio implicado el bateador pakistaní Inzamam ul Haq, que intentó agredir a un aficionado. India jugaba contra Pakistán en Canadá en 1997 cuando Shiv Kumar Thind, un aficionado indio, empezó a insultar a Haq con un megáfono. Entre otras cosas, llamó a Haq "aloo" (patata), cosa que ofendió especialmente al jugador probablemente debido a su peso. El pakistaní tuvo suficiente cuando oyó a Kumar llamarle "patata gorda y podrida": con el bate en las manos, subió a las gradas y le apaleó hasta que la policía de Toronto llegó para separarles.

Ese mismo año, cuando el equipo indio visitó Pakistán, la multitud les lanzó piezas y objetos afilados en Karachi. Cuando una de las piedras alcanzó la cabeza de un jugador, el capitán indio Sachin Tendulkar decidió que ya había habido suficiente y abandonó el campo con su equipo. La policía tuvo que intervenir, y casi una treintena de personas terminaron heridas en la refriega posterior.

Sachin Tendulkar se marca una pose. Foto vía WikiMedia Commons.

Dos años después, durante un partido Test en el estadio Eden Gardens de Kolkata, India, una controvertida decisión arbitral contra Tendulkar provocó que la gente del estadio empezara a quemar periódicos y tirar piedras y botellas de plástico al campo. La policía recibió la instrucción de desalojar a los 65.000 espectadores de las gradas, y el partido no pudo reanudarse hasta pasadas tres horas. El periódico británico The Guardian criticó la fuerza bruta usada por la policía: "…personas mayores, mujeres y niños fueron expulsados, si era necesario usando patadas, puñetazos y palos lathi". Fue el único partido de la historia moderna del críquet que se jugó en un estadio completamente vacío y evacuado por la fuerza.

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Pero en más de una ocasión, la gente de ambos lados ha mostrado un respeto inmenso por los equipos visitantes. Cuando en 1999los jugadores pakistaníes regresaron a India para jugar un partido Test tras 12 años sin hacerlo, el público de Chennai anhelaba una victoria local apasionadamente. Muchos aficionados aseguraron que no estaban seguros de poder ver otro partido India-Pakistan en toda su vida.

En ese partido histórico, para delicia de los fans locales, Tendulkar estuvo a la altura de la ocasión y sumó cien carreras (la BBC dijo una vez del capitán indio que cuando agarraba el bate, una nación entera encendía el televisor y apagaba su vida); pero pesar de ello, los visitantes se impusieron. El público, con el corazón roto, hizo algo sorprendente: casi 30.000 personas ofrecieron una ovación al equipo pakistaní mientras éste daba una vuelta de honor al campo. Los jugadores del Pakistán que disputaron el partido aún recuerdan con cariño ese gesto del público local.

En la temporada 2003-04, los jugadores de críquet y los fans indios tuvieron una experiencia similar en Pakistán. India llevaba sin jugar un partido Test en el país vecino desde 1990, pero en un gesto de buena fe, los gobiernos de ambas naciones escogieron el críquet como herramienta de reconciliación. En 1955, el gobierno pakistaní paró de emitir visas para los ciudadanos indios, lo cual les impedía cruzar la frontera de forma legal, pero para este encuentro histórico expidieron "visas del críquet". Los pakistaníes ofrecerion una hospitalaria bienvenida a los indios. Los dueños de los restaurantes invitaron a los visitantes indios a comer, y algo similar ocurrió en los hoteles, donde los huéspedes recibieron descuentos. Los conductores de rickshaw ofrecieron viajes gratuitos, y los artesanos se sentaron con los rivales a discutir sobre críquet mientras compartían con ellos una taza de chai. Corría el chiste de que algunos pakistaníes empezaron a hacerse pasar por indios para conseguir todas estas ventajas. Tharoor escribe en su libro que "los fantasmas de Kargil quedaron enterrados para siempre en el tour de la temporada 2003-04".

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Muchos, sin embargo, no coinciden con esta simplificación. Los gobiernos de ambos países han usado la "diplomacia del críquet" a menudo para reducir la tensión entre ambas naciones a corto plazo, pero a la larga esto no ha sido útil.

"¿Puede alguno de los dos países conquistar la región de Cachemira a través del críquet?", se pregunta Mujahid. Al final, el estado de la diplomacia entre India y Pakistán determina su posición en la rivalidad del críquet. Por ejemplo, tras el ataque de 2008 en Bombay en el que murieron 166 personas, los indios se negaron a jugar contra Pakistán en un partido en su casa. Al otro lado de la frontera no se ha jugado ningún partido internacional desde 2009, cuando un grupo de hombres armados disparó contra el equipo de Sri Lanka en Lahore. India y Pakistán aún juegan entre ellos en la Copa del Mundo y otros torneos internacionales oficiales, pero eso es todo.

Este último año, las violaciones del alto el fuego se han incrementado dramáticamente en la frontera entre India y Pakistán. Un elevado número de soldados de ambos lados han perdido la vida, y la situación en Cachemira es más tensa que nunca. Después de que el primer ministro indio Narendra Modi suspendiera las relaciones diplomáticas con Pakistán, los fans del críquet albergan pocas esperanzas de ver a las selecciones de ambas naciones enfrentándose en suelo de alguno de los dos países.

Por ahora, los aficionados solo pueden disfrutar de la rivalidad por lo que es: una expresión de la tensión entre ambas naciones mucho menos peligrosa que la guerra, y una forma de unir a indios y pakistaníes a través de una pasión común.

El críquet, además, ha sido un vehículo que ha permitido canalizar la solidaridad en el pasado. Durante la Copa del Mundo de 1996, en una muestra de buena voluntad, las selecciones de India y Pakistán se fusionaron para disputar un partido benéfico contra Sri Lanka. Ver a los indios bateando y los pakistaníes lanzando fue un escenario de ensueño para los fans del críquet. El capitán pakistaní Wasim Akram jugó bajo el capitán indio Mohammad Azharuddin; Tendulkar, de India, y Saeed Anwar, de Pakistán, abrieron juntos las entradas.

Ahora, con ambas selecciones preparándose para volver a competir tras la Copa del Mundo y los dos países atravesando una época de tensiones y hostilidad, parece casi increíble que un partido así tuviera lugar. Solo nos queda esperar que algún día vuelva a ocurrir.

Sigue a la autora en Twitter: @SmritiSinhas