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Ilustración por @lenny_maya / vice

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aborto clandestino

“Marcho por todas las pibas que murieron en mis brazos”

Año con año más de 350 mil argentinas deciden interrumpir sus embarazos, muchas veces en la clandestinidad. La ginecóloga Graciela nos cuenta su experiencia atendiendo mujeres que optan por abortar.

Artículo publicado por VICE Argentina

El 13 de junio de 2018 hacía un frío helado en Buenos Aires. Graciela Finkelstein, de 60 años, había terminado de atender tarde en su consultorio. En su celular tenía algunos mensajes de familia y amigos que coordinaban los puntos de encuentro en los alrededores del Congreso Nacional. Por primera vez, los diputados discutían si el aborto debía continuar siendo ilegal o no. Graciela encendió el televisor y vio las imágenes que mostraban a las miles y miles de mujeres, lesbianas, travestis y trans, con sus pañuelos verdes que simbolizan la consigna del Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Graciela se puso a llorar. Apagó el televisor, agarró su pañuelo verde y se fue al Congreso sola.

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Mientras viajaba recordaba su primer día en la guardia del hospital público en uno de los territorios más vulnerables de la Provincia de Buenos Aires, La Matanza. Era el año 1989, tenía 28 años, se había recibido de médica y empezaba a especializarse en ginecología y obstetricia. Ese día se puso una camisa blanca bien pulcra, un prendedor con brillos y unos zapatos con taco. Pero apenas llegó, su jefe le dijo:

—Mirá, nena, si querés aprender algo, ponéte unas botas y andá al “abortero”.

Así le decían al sector a donde llegaban las mujeres en las peores condiciones tras realizarse un aborto clandestino. Aparecían desangradas o desmayadas para que los médicos, como Graciela, les salvaran la vida. Esa joven médica que no tenía ningún tipo de experiencia fue entonces al “abortero”. En la camilla había una mujer con un rostro de color azul y un olor nauseabundo que emanaba de su cuerpo.

—Doctor, creo que está muerta –le dijo, incrédula, Graciela a su superior-.

—Sí. Está muerta. Atendé a la que sigue.

Ese fue su bautismo de fuego. Graciela repartía su jornada haciendo partos y terminando los abortos que decenas de mujeres por día se hacían de manera clandestina. Trataba de salvarles la vida a mujeres de distintas edades pero de una procedencia humilde, vulnerable, que recurrían a los más diversos métodos para quitarse el feto indeseado que crecía en sus vientres: agujas de tejer, tallos de perejil, golpes secos en la panza.

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Durante las últimas cuatro décadas en Argentina se contabilizan, al menos, 3 mil 40 mujeres muertas por abortos clandestinos. A muchas de ellas las vio morir Graciela.

En esa misma época, por las tardes, la joven doctora se había abierto un consultorio privado como ginecóloga y obstetra en el barrio de Belgrano: uno de los lugares en donde vive la gente más adinerada de la capital. Allí se atendían jóvenes y adultas con cobertura social, algo que no tenían las pacientes de La Matanza. Para Graciela, el contraste era impactante. Porque las chicas ricas también abortaban. Muchas llegaban al consultorio con pocas semanas de gestación, desesperadas para que ese feto gestante desapareciera antes de que sus padres se enteraran. Esa era la mayor preocupación entre las jóvenes de clase media y clase alta: la vergüenza. No temían morir, como las de La Matanza. Se podían pagar un aborto, también de manera clandestina, pero en condiciones de higiene y seguridad. El mayor problema era sentirse señaladas por sus entornos familiares y sociales. Si habían quedado embarazadas eran unas putas.

Graciela aprendió a contenerlas. Ella les daba teléfonos de médicos y clínicas. En general, estos lugares clandestinos quedaban —quedan— en los lugares más vistosos de la ciudad. Sin embargo, y pese a los altos costos de la intervención quirúrgica, los lugares eran muy hostiles. En general las chicas iban solas o acompañadas por alguna amiga, en el mejor de los casos. Ni sus parejas ni sus familiares participaban.

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El maltrato comenzaba desde la sala de espera. Varias chicas sentadas, asustadas, sin ningún tipo de información. En el consultorio un médico y un anestesista, en general varones, comenzaban la intervención. Quince minutos y golpecitos en la cara.

—Nena, nena, despertáte, ¿ya estás? Que pase la siguiente.

La figura de la ilegalidad en el aborto entre las chicas ricas generaba vergüenza, estigmatización. Nadie podía enterarse que habían abortado. Graciela recibía en su consultorio mujeres con embarazos deseados, que cuando les preguntaba si habían tenido otro embarazo o algún tipo de aborto (ya sea espontáneo o no) ellas respondían tajantemente que no. Pero cuando las revisaba y veía el cuello del útero, intuía que el tamaño no era de alguien que estaba embarazada por primera vez. La pregunta volvía.

—¿Estás segura que no perdiste ningún embarazo?

Y ahí con temor, con lágrimas, con vergüenza, llegaba la confesión.

Las pioneras del aborto legal eran vistas como “locas”

Las pioneras por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito en Argentina eran tildadas de “locas” apenas regresó la democracia en 1983. Eran pocas, muy pocas. La mayoría había estado exiliada o vinculada a la lucha clandestina durante los años de dictadura que comenzó en 1976 y dejó un saldo de 30 mil desaparecidos y más de 400 bebés robados.

Una de las precursoras en la lucha fue Dora Coledesky, una abogada trotskista que creó en 1987 la Comisión por el Derecho al Aborto (Codeab). Desde ese espacio y casi en soledad, algunas mujeres realizaban una revista en la que publicaban artículos alusivos, sacaban solicitadas a favor de los diarios y viajaban a encontrarse con otras feministas en el mundo que también luchaban por lo mismo.

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Ellas también fueron las impulsoras del Encuentro Nacional de Mujeres que data desde 1986, un espacio inédito en el mundo en el que miles de mujeres se encuentran una vez por año a discutir, debatir y compartir experiencias, saberes. Fue en esos encuentros que empezó a hablarse de aborto legal de manera más fluida. Pero recién en 2003, en el decimoctavo encuentro, se repartieron los primeros pañuelos verdes con la consigna Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

El pañuelo verde del aborto —color que fue decidido casi de manera arbitraria por simbolizar la esperanza, el medio ambiente— está inscrito en esa lógica. Hoy el pañuelo está en todos los cuellos y atado a las carteras y mochilas. Pero sobre todo, se convirtió en una contraseña entre miles de mujeres, transeúntes que se miran y que saben que comparten mucho más que un pedazo de tela.

Pero ese Encuentro en Rosario fue clave, además, porque fue también el germen de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito: una amplia y diversa alianza federal, impulsada desde grupos feministas y del movimiento de mujeres, como así también de movimientos políticos y sociales.

Recién el 28 de mayo de 2005 —Día de Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres— fue lanzada con una gran marcha, la primera entrega al Congreso de la Nación de 100 mil firmas recolectadas. Allí se acuñó el lema que hoy ya se convirtió en un mantra para todas: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

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La legalización se quedó corta por siete votos

La primera vez que se presentó en la Cámara de Diputados, el Proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo fue en 2007, y luego otras seis veces más. Pero la séptima fue la vencida y este año, en 2018, fueron cuatro mujeres las primeras firmantes del Proyecto que entró al Congreso el 6 de marzo. Durante dos meses desfilaron más de 700 especialistas en el tema en un debate inédito, álgido, que culminó con una primera e inesperada victoria el 13 de junio, cuando 129 diputados votaron a favor (contra 125) para que el aborto en Argentina fuera legal.

Pero dos meses después, en la madrugada del 9 de agosto, después de otra jornada lluviosa repleta de pibas en las calles, el epílogo tuvo un sabor amargo. Era algo esperado. Los senadores en Argentina representan a los poderes más conservadores, en este caso, la Iglesia. Con 38 votos negativos y 31 positivos (más dos abstenciones y una ausencia) la oportunidad de legalizar el aborto quedó nuevamente frustrada. Ese mismo día, el día anterior y el que le siguió, otra mujer en Argentina murió tras un aborto clandestino.


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Graciela sigue conservando su pañuelo verde en medio de su biblioteca. Sabe que su posición a favor de la legalización del aborto no es común entre sus colegas. La mayoría está en contra, incluso habiendo visto morir a tantas mujeres como lo hizo ella.

—Si no iba a esa marcha no me lo iba a perdonar jamás, sobre todo por todas las pibas que murieron en mis brazos. Sus miradas, nunca las voy a olvidar. Pero realmente lo que más me emocionó fue ver a las miles y miles de pibas jóvenes. En la militancia de ellas está la esencia del cambio de nuestros tiempos. Lo vamos a lograr. Más temprano que tarde, el aborto en Argentina será legal.

Miles de argentinas seguirán en espera de una revancha en el Legislativo para erradicar los abortos clandestinos. En julio de este año, el entonces ministro de Salud de Argentina, Adolfo Rubinstein, expuso ante el Senado que unas 354 mil mujeres al año interrumpen su embarazo por diversas causas. Tan sólo en 2016, hubo 43 decesos derivados de esta práctica. Estas cifras las ofreció antes de la votación para así sensibilizar a congresistas. Pero de poco sirvió.

La ley actual, vigente desde 1921, sólo permite el aborto en caso de violación o riesgo de vida para la madre y castiga hasta con cuatro años de prisión a la mujer y quien lo realice.

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