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Hijo de la ira

Los Armadillos, el underground grupero de la sierra guerrerense

La sierra guerrerense es un territorio inescrutable, una especie de Mordor región 4. Internarse en sus caminos es sinónimo de misterio y peligro y, por consiguiente, esta tierra tiene su propia música. La música sierreña.

Herederos de una añeja tradición musical, Los Armadillos de la Sierra se han convertido en un fenómeno, pese a no que no tienen una gran disquera, que no están programados en radio o TV, a que sus discos circulan casi de mano en mano y a pesar de que cultivan un género musical a todas luces discriminado: el sierreño.

En la música guerrerense posterior a la Conquista existe un instrumento constante: la guitarra, la cual se ha adaptado a diferentes escenarios. En Costa Chica, los negros prófugos de la esclavitud se establecieron y la mezclaron con la charrasca o la tigrera (ambos, de origen africano). En Tierra Caliente se mezcló con violín debido a su cercanía con la región purépecha. En casi toda la región costera se mezcló con la influencia de marineros que provenían del pacífico sur, de ahí surgió la chilena y los sones de artesa.

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Las canción guerrerense más emblemática se ejecuta con voz y guitarra. José Agustín Ramírez (tío del mítico escritor José Agustín), su mayor exponente, dejó un variado repertorio musical, el cual es considerado como el acervo oficial de la música sureña. Sin embargo, hay más exponentes de esta vena artística como Álvaro Carrillo (nacido en Oaxaca, pero de crianza guerrerense), José Castañón, Antonio I. Delgado y Héctor Cárdenas.

En su libro La música tradicional de Guerrero, Francisco Arroyo Matus explica: "En el primer tercio del siglo 20, Guerrero es un territorio casi virgen, con predominio del medio rural sobre el urbano y con una vasta riqueza musical que comprende los más diversos géneros: el son y el gusto en la Tierra Caliente; en la región costera, la chilena; en la región Centro, las canciones románticas; los sones de tarima o artesa en Tixtla; en La Montaña, la música ritual y en la Sierra, como en casi todo el estado: el corrido".

Durante 1970 y 1980, el corrido sureño (diferenciado del norteño, sobre todo por interpretarse con guitarra y requinto) cobra cierta relevancia, posiblemente por la etapa de la Guerra Sucia y el surgimiento de liderazgos como el de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Agrupaciones como el Dueto Castillo, Dueto Caleta y Orgullo Costeño, le dan cierta popularidad al género, en el cual, según el propio Arroyo Matus, "se encuentra en su forma más cercana al romance español".

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Y es este género el que mayormente trabajan Los Armadillos de la Sierra.

A diferencia de muchas agrupaciones (que usan el apelativo "de la Sierra", sin serlo; Kapaz de la Sierra, por ejemplo, se forman en Chicago), los Armadillos sí provienen de la región serrana de la entidad: Los Tepehuajes, municipio de Tlacotepec (Narcotepec, en el argot local).

Todo comienza en 1990, cuando Rigoberto Flores y Jesús Bustos forman el dueto Los Armadillos, inspirados en el dueto Bertín y Lalo. Los Armadillos tenían un repertorio interesante, pero sus habilidades con guitarra y voz eran limitadas. Por eso, cuando deciden grabar un disco, es Lalo Gómez (del Dueto Bertín y Lalo) quien graba requinto y guitarra. En esa época, un joven de 16 años, Simón Rodríguez Bárcenas, escucha los discos de los Armadillos y se propone aprenderse el limitado repertorio instrumental. Bertín y Lalo eran semiprofesionales; Los Armadillos no, pero aún así, Simón se aprende de memoria las canciones de ambos grupos.

Simón Rodríguez.

"Iba a todos los bailes que podía. Escuchaba los grupos desde afuera y ponía atención en cómo lo hacían. Yo no tenía dinero ni para la entrada. Todas las tardes, al regresar de trabajar en el campo, practicaba con mi guitarra lo que había escuchado en el baile. Yo no sabía por qué lo hacía; solo sentí que debía estar ahí", dice Simón.

Debido a la constante presencia de Simón en los bailes, toma cierta amistad con Lalo Gómez, de Bertín y Lalo. "Llegaba desde temprano, cuando instalaban el equipo. Me ponía a platicar con ellos y a veces me dejaban que yo les mostrara cómo tocaba la guitarra".

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Cuando en 1993 Rigoberto abandona Los Armadillos, debido a su escasa demanda (tienen cierto renombre en la Sierra, pero la popularidad no da de comer), Jesús Bustos decide continuar con el proyecto y le pregunta a Lalo Gómez si conoce a un guitarrista. Lalo lo conecta con Jesús y así empieza una nueva etapa. Graban tres discos en dos años, pero no ocurre nada relevante. En 1995 desintegran el grupo y Simón se va de indocumentado a Estados Unidos. Volvería a Guerrero dos años después a levantar el proyecto, confiado en que con sus ganancias como indocumentado, había logrado comprar un equipo de sonido. Junto con su hermano, graban un par de discos más, pero dos años después, en números rojos, Simón regresa a Estados Unidos, decidido a dejar la música para siempre.

Pasan cinco años, Simón ha trabajado en la construcción y posee cierta estabilidad económica. Tiene una familia y varios empleados bajo su mando. Sin embargo, no ha dejado de tocar en reuniones familiares y fiestas ocasionales. Todo de manera informal. "En esta etapa, que ya no tengo apuranzas económicas, me regresó la espinita de la música. Cambiamos el nombre a Los Armadillos de la Sierra, grabamos un disco y lo mandé a muchos representantes. También iba a los centros nocturnos a pedir que nos dejaran tocar. Pero sin representante, ni disquera, nadie te brinda una oportunidad".

En California, Beto Portillo, de Carnaval Promotions, les da una oportunidad. Comienzan a tocar en algunos bailes, pero la paga es poca. Simón se ve en la disyuntiva de volver a la música y la incertidumbre, o quedarse con su trabajo en la construcción. Se decide por lo primero, pero también decide regresar a México. "La tercera es la vencida", dirá.

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La sierra guerrerense es un territorio inescrutable. Es como una especie de Mordor región 4. Internarse en sus caminos es sinónimo de misterio y peligro. Su agreste orografía hace más complicadas las distancias. Acá no hay tiempos exactos. Nunca se sabe qué hallarás en el camino (ni tampoco se sabe con certeza cuántos caminos hay): derrumbes, ríos crecidos, asaltantes o narcos. Puedes entrar en la sierra de la región centro y salir hasta Michoacán. Puedes entrar y quizá nunca salir.

Esta marginación ha alimentado los oficios más temerarios: acá puedes comprar una camioneta nueva en 20 mil pesos; acá puedes sembrar amapola y vender la goma en 25 mil pesos por kilo (en el equivalente de una cancha de futbol, sacarás tres kilos; no hay un cultivo con semejante margen de ganancia); acá te encuentras hombres y mujeres rubios de ojos azules o verdes; acá no hay leyes, ni operativos ni programas que se cumplan a cabalidad.

Y por consiguiente, esta tierra tiene su propia música. La música sierreña. Arroyo Matus lo define muy bien: "Es común que el trovador cante solo o en dueto, acompañado de guitarra, en la que se ejecuta los acordes armónicos y alguna figura melódica que adorna lo que canta. Generalmente se basa en una escala armónica natural o mayor, las voces son estridentes y agudas, con acento desafiante o contemplativo, según el tema de la narración".

—¿Por qué elegir la música sierreña?

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—Yo nací con esta música. Siempre soñé con tocar este tipo de canciones y nunca la he podido cambiar.

—¿Nunca han cambiado de género?

—Si cambiamos de género, será como faltarle el respeto a la gente que ya nos reconoce. Entrar a otro género es volver a empezar. Y sin apoyo de los medios de comunicación, ese comienzo es más difícil. Podemos hacer una banda o un grupo de norteño, pero se perderá todo lo que ya hicimos. Es como cuando estás haciendo una casa, ya la llevas avanzada y dices, no, mejor voy a hacer otra. Todo lo que dejas se pierde. Para qué voy a tocar norteño si no voy a ser más grande que Ramón Ayala. No tiene caso.

—¿Cómo serle fiel a la música sierreña, en medio de este auge de música de banda?

—Ha habido propuestas de meterle una tuba a nuestro proyecto. Pero no hemos aceptado. Quizá para algunos sea una decisión equivocada, porque nos abriría muchas puertas. Mas así estamos contentos.

Ya como Los Armadillos de la Sierra las cosas empiezan a cambiar, tanto para el grupo, como el contexto: a partir de 2005 empiezan a sentirse los primeros oleajes de la narcoviolencia (fenómeno que se ha agudizado a niveles preocupantes). La Sierra, una zona donde la influencia del narcotráfico es más palpable, se vuelve atractiva. No tanto por su modo de vida, sino como patrón de conducta: ahí viven como en el norte del país.

Sin embargo, Los Armadillos de la Sierra toman distancia de esta vorágine. Contrario a muchos grupos sureños que intentan cantar como bandas de Sinaloa o grupos norteños, Los Armadillos se han mantenido fieles a su estilo. Asimismo, en sus letras no se ha trasminado la narrativa del corrido contemporáneo. "En nuestros corridos no hay descabezados, ni levantones. Nada de eso. En primera porque no nos gusta y en segunda porque no queremos engancharnos a una moda que seguramente pasará", dice Simón Rodríguez Bárcenas, en entrevista con VICE México.

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Si bien es inevitable eludir al narco en sus corridos, Simón y su grupo le dan prioridad a la anécdota, en vez de adular al personaje. Sus canciones se centran más en contar algo (no por nada el corrido clásico es equiparable al cuento literario), que en llenar de elogios y enlistar bienes materiales. Algo que no es nuevo, pero que ya casi no se hace en la escena corridística.

El catedrático de la Universidad de California y experto en corrido mexicano, Juan Carlos Ramírez-Pimienta, lo explica bien: "El narcocorrido ya no trata tanto de valientes enfrentamientos entre traficantes y autoridades sino de celebraciones cargadas de drogas, ostentación y excesos. Es decir, el corrido de narcotráfico se va convirtiendo en narcocorrido en la medida en que la temática pasa de ser el narcotráfico, sus peligros y aventuras, para convertirse en un corrido que enfatiza la vida suntuosa y placentera del narcotraficante".

Así llegamos al año 2012, Los Armadillos de la Sierra ya son una agrupación consolidada, pero su popularidad de reduce a la zona serrana y parte de Tierra Caliente (su peculiar sombrero calentano es uno de sus símbolos). "A la música sierreña siempre se le ha hecho el feo. Incluso, algunos grupos y bandas con los que alternamos dicen 'miren, ahí vienen los guitarritas', aunque luego les callamos la boca cuando nos escuchan. No es bien vista por la gente, porque se le asocia con la pobreza y lo marginal", reconoce Simón.

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En una plática con Juan Cirerol, en Pachuca, al calor de unos cigarros, hablamos sobre la similitud de su música con toda esta vaina trovadora del sur. Cirerol sabe del Dueto Castillo y de Orgullo Costeño (quien los escuche, identificará de inmediato notorias influencias). En ese tiempo, Cirerol no supo de Los Armadillos. Ahora, cuando le muestro a Simón algunas canciones del de chicali, sonríe. Sus estilos son parecidos; incluso su personalidad es parecida. La diferencia estriba en los escenarios: Cirerol deambula en el rock; Armadillos, en una especie de underground grupero.

El grupo se queda sin vocalista en plena grabación de su nuevo disco. Hacen un casting y se ponen su interés en un jovencito del Estado de México, Fernando Peñaloza. "Nuestra idea es que Fernando grabara "Que amor con amor se paga". Pero luego de mucho intentarlo, la canción no quedaba. Eso nos desanima porque teníamos esperanza en esa canción. Entonces decidimos cambiar todo, le damos "Luna llena", la graba y el disco Sierreños de corazón sale a la venta (decir a la venta, es un decir, porque los discos de Los Armadillos de la Sierra solo se venden en dos tiendas del estado de Guerrero; si alguien busca su material, debe ir a sus presentaciones). Unas semanas después "Luna llena" se escucha por todos lados y hasta ahora, se sigue escuchando".

Actualmente, "Luna llena" suena lo mismo en los recintos más exclusivos, que en autos particulares o del transporte público. Es una canción que les ha puesto en el gusto de otros públicos. En sus presentaciones, Simón y su grupo la deben tocar varias veces, a petición del público. La música sierreña ha bajado de la Sierra y no a tamborazos.

Sin contratos con radiodifusoras, ni TV. Sin descomunales campañas de publicidad. Sin aparecer en programas de gran auditorio. Sin la narrativa de la violencia o lenguaje grosero, Los Armadillos de la Sierra se abren paso como los viejos juglares: su música y su público. "Lo mejor está por venir. Pronto iremos a Estados Unidos, pero no como indocumentados, sino a tocar. La gente nos pide, pero aún no obtenemos la visa. Tenemos aseguradas muchas fechas, fácil metemos 10 mil personas a un salón. Iremos, seguro que sí", dice, acertivo, Simón. Sabe que la vida da revanchas y la música también, no importa que sea sierreña.

@balapodrida