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Especial de Sudan del Sur

Capítulo 14: Ni me llevé mi bolsa

Los acontecimientos que llevaron a la inestabilidad reciente de Sudán del Sur culminaron entre el 14 y el 15 de diciembre de 2013, cuando el presidente Kiir acusó a Machar de traición.

Foto por Tim Freccia. 

Los acontecimientos que llevaron a la inestabilidad reciente de Sudán del Sur culminaron entre el 14 y el 15 de diciembre de 2013. En la junta del 14 del Consejo de Liberación Nacional del ELPS, a la mitad de las tensiones en el gobierno, el presidente Kiir acusó a Machar —quien estaba sentado junto a él— de traición.

“En respuesta a ciertas situaciones recientes en donde algunos compañeros han rebatido mis decisiones presidenciales, debo advertir que este tipo de comportamiento es lo mismo que la indisciplina, que nos regresa a los días de la separación de 1991”, dijo supuestamente Kiir en la junta del Consejo, según el reporte del sitio de noticias independiente SouthSudanNation.com

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El día siguiente, la oposición —dirigida por Machar, el secretario del ELPS, Pagan Amun, y la última esposa de John Garang, Rebecca Nyandeng— boicotearon públicamente la segunda jornada de la junta del Consejo. Kiir inmediatamente clasificó sus acciones como un intento de golpe de estado y pidió el arresto de varios miembros del gabinete que habían sido retirados de sus puestos el verano pasado. Luego ordenó que todos los miembros del Batallón Tigre de la guardia presidencial en Yuba fueran desarmados, después de que nuer retomaran las armas. A eso le siguió un derramamiento de sangre producto de peleas internas, que se extendió rápidamente a través de regiones históricamente problemáticas como Bor en los meses y semanas por venir. Las alianzas políticas se convirtieron en cuestiones tribales, ya que los comandantes de los nuer se alinearon con Machar para la autopreservación.

El 19 de diciembre, el comandante nuer Peter Gadet atacó Bor y tomó control de las bases del ELPS con enfrentamientos, aparentemente coludido con Machar, a pesar de que ya había habido problemas entre ambos. Ahora nadie podía negarlo: Sudán del Sur estaba oficialmente en guerra. Los mediadores tradicionales para mantener la paz, como las Naciones Unidas, la Unión Áfricana y la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo no tenían los recursos —ni las agallas— para tomar cartas en el asunto.

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Dos días después del ataque de Gadet en Bor, un desalojo masivo de extranjeros empezó cuando fuerzas estadunidenses intentaron entrar a Bor, donde inmediatamente se encontraron en enfrentamientos armados con las tropas rebeldes de Gadet. Extranjeros, miembros de la ONU y ONGs estaban siendo atacados por los que trataban de salvar.

En enero del 2014 organizaciones como la ONU y el Grupo de Crisis Internacional calcularon que, en los primeros diez días de guerra en Yuba, soldados dinka habían asesinado a casi diez mil personas, la mayoría nuer. Al principio muchos consideraban los cálculos exagerados, pero en realidad, las cifras se hicieron públicas tras el reporte de la ONU que mencionaba que más de 500 mil personas habían sido desplazadas debido al conflicto, así como la advertencia de la UNICEF, el 11 de abril, que aseguraba que la región corría el riesgo de sufrir una hambruna que podía resultar en la muerte de hasta 50 mil niños.

Para el 10 de enero Mayom y Bentiu habían sido saqueados e incendiados por fuerzas rebeldes. Malakal había sido demolido por segunda ocasión, y morteros, artillería pesada e intensos combates habían destruido Bor. A finales de diciembre Uganda lanzó bombas a las tropas de combatientes rebeldes en las afueras de Bor. Los ugandeses insistieron en que estaban previniendo un genocidio, mientras los nuer que atacaban los pueblos también argumentaban lo mismo. Era una nueva y todavía más oscura época para Sudán del Sur. Cuando todos están cometiendo genocidio, las cosas se ponen confusas. El país no sólo estaba en guerra; se estaba autosetruyendo.

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El gobierno de Yuba reclamó Bor el 18 de enero, con la ayuda de combatientes de la Fuerza de Defensa del Pueblo de Uganda, que estaban mejor capacitados y equipados. Cinco días después, se firmó un alto al fuego que bloqueaba eficazmente a las tropas del gobierno dentro de la ciudad, permitiendo que los rebeldes afuera se acumularan y mejoraran sus estrategias de ataque. Los soldados ugandeses capacitados y apoyados por Estados Unidos se convirtieron de repente en los villanos después que las Naciones Unidas confirmaron el uso de bombas de racimo en febrero. Primero ellos negaron su presencia en Sudán del Sur, pero finalmente se hicieron responsables cuando se quedaron sin fondos y fueron obligados a pedirle al gobierno ugandés apoyo adicional. Kiir prometió reponer los 48 millones de dólares que Uganda había gastado para mantenerlo en poder.

Los nuer, atrapados en campos de refugiados, y los miles de rebeldes esperando a las afueras de los pueblos tenían razones para temer una masacre de proporciones inmensas.

A principios de febrero Machar anunció que los siete miembros del partido de ELPS detenidos por Kiir no eran parte de la “nueva rebelión” que él estaba liderando, complicando las cosas aún más. En el mismo mes, para confirmarle a Machar que se trataba de un ataque frontal hacia él, Kiir ordenó a sus fuerzas destruir Leer, el pueblo natal de Machar, en Unidad. En un depresivo déjà vu, los obreros petroleros luego atacaron al Bloque 5A, en Unidad.

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Salvo un milagro, no había nada que pudiera salvar a Sudán del Sur.

Las cosas no iban tan bien para Machar y sus simpatizantes nuer. Fue para entonces que yo llegué a la sede secreta de Machar, los rebeldes —o “resistencia”, como él prefiere llamarlos— habían perdido el control de Bor, Bentiu y Malakal, y no podían entrar a Yuba por miedo a detonar otra masacre. Alrededor de 60 mil personas, la mayoría nuer, habían sido movilizadas a las instalaciones de las Naciones Unidas, tomando recursos de la organización intergubernamental más grande del mundo. La única esperanza de Machar, o por lo menos eso creía, era confiscar los pozos petroleros a la fuerza e intentar negociar su regreso.

En las diálogos de paz establecidos por la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo, era claro que Kiir le estaba ganando a Machar —no en las habitaciones del hotel Sheraton en Adís Abeba, donde se llevaba a cabo la diplomacia, sino en los medios de comunicación—. El gobierno de Sudán del Sur había retratado a Machar como un fugitivo desesperado, huyendo y escondiéndose en el monte.

El presidente sudsudanés Salva Kiir (al centro) da un discurso por televisión, el 16 de diciembre de 2013. Kiir dijo que el ejército había sofocado un golpe de estado organizado por los soldados leales a Riek Machar. El 19 de diciembre, Sudán del Sur estaba en guerra.

Cuando hablé con Angelina Teny, la esposa de Machar, la guerra no parecía tan grande ni confusa. A pesar de su educación y antecedentes políticos, ella encuentra placer al cocinar y servir comida a la gente en el campo. Aunque es ex ministra de Energía y Minería, su perspectiva de los recientes acontecimientos es más personal que política.

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Ella y Machar están vestidos iguales, con uniformes verdes. La feliz pareja rebelde charlando codo a codo parece ser una postal de un Che Guevara enamorado en el monte. Pero la verdad es que ella sólo tiene un vestido; como me dijo antes, el uniforme de gran tamaño es su único otro atuendo, el que usó cuando huyó. La educación inglesa de Teny brilla, incluso en sus descripciones de los acontecimientos que obligaron a la pareja a buscar refugio en el campo.

“Ni me llevé mi bolsa”, afirma y empieza a ponerse tensa. “Íbamos manejando, y había gente enfrente de nosotros peleando en las barricadas. Un hombre recibió un disparo justo en frente de mí”. Ella mide su distancia de los disparos con las manos, su rostro dolido y haciendo muecas.

“La gente llamó de la casa, con miedo porque estaban usando un tanque para romper la pared de atrás. Mataron a la gente que estaba dentro de la casa”. Toma un momento y se le hace un nudo en la garganta. “Más de 500 personas fueron asesinadas. Cazadas y asesinadas. La mayoría eran nuer”.

No tiene palabras. El pequeño generador se detiene.

“Ya no tenemos combustible para el generador”, dice Machar. “Irán al pueblo a buscar. Es irónico pensar que no tenemos combustible en un país tan rico de petróleo”.

El “Doctor Riek” —como lo llama la gente— y su esposa son de alguna manera completamente occidentales y completamente africanos. Pero bajo sus máscaras de profesionalismo y sus intereses propios hay algo antiguo y misterioso.

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Justo afuera de las instalaciones está una persona mayor dando un discurso apasionado. Él, como los padres de Machar, es lancero. Un hombre que tiene más que sólo influencia política. Un hombre que tiene la atención de sus compañeros. Un hombre que tiene el poder de forjar acero con fuego. Un hombre que tiene influencia espiritual sobre sus hermanos.

Vestido en ropa tradicional, el lancero ha traído un bello toro desollado. Su discurso apasionado es traducido del nuer para mí. Él está regañando a los soldados y hombres de Yuba, Bor y otras trincheras, que están huyendo de las tropas de Kiir. “Retirarse fue un problema”, dice el lancero. “De hoy en adelante, ¡nadie se retira! Llegó el momento para que Kiir se retire. Dios está de nuestro lado. Le agradecemos a Dios por enviarnos a Riek y llevarnos a la victoria”. Ondea la lanza mientras anima a la multitud.

“Este mes es buen momento para pelear. ¿Cuándo fue la última vez que huimos de los dinka? Parecen un montón de bebés. Serán esclavos si no luchan por su país”. Para enfatizar su punto, le corta una arteria al animal atado, y el toro se desangra lentamente en un torrente de color rojo brillante.

El señor invoca al Ejército Blanco, la fuerza que sale de la nada cada vez que los nuer están amenazados por otras tribus. Una fuerza que existe sólo para crear violencia. Una fuerza que está vinculada a Dios a través de los profetas, que viven a menos de dos horas de un montículo gigante que fue una vez considerada la santa meca de la cultura nuer.

Lo que aprendí de Machot, es que Machar había estado en juntas intensas con el profeta más reciente, un hombre que tiene visiones e instruye a Machar y a sus generales acerca de las estrategias y momentos para ataques. La fuerza militar de Machar es poca comparada con el poder de las hordas de armados combatientes nuer que son capaces de cargar armas e incendiar un pueblo.

Su impulso para matar, y sus métodos, no derivan de un manual de contrainsurgencia de las fuerzas especiales, sino de las predicciones de los videntes de los antiguos gritos de guerra.

Según documentos de la embajada publicados por WikiLeaks tres años después de que el Acuerdo Comprensivo de Paz fue firmado (en 2005), Machar se encontró en secreto con el gobierno de Jartum para discutir lo que podría suceder si Silva Kiir fuera asesinado. El documento describe una junta en la que Machar y el segundo vicepresidente de Sudán, Alí Osman Taha, hablaron sobre la posibilidad de que Machar asumiera la presidencia de Sudán del Sur, si Kiir de cierta manera se encontrara con un final violento. Tentativamente Machar también aseguró un financiamiento para milicias en Ecuatoria, el Alto Nilo y Unidad.

La paz le había impedido a Machar tomar control del petróleo y alentó su deseo de saquear su país. Si la democracia y la razón no funcionarían, entonces Machar intentaría la guerra.