FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Guía para que no te den el palo en el centro de Madrid

Móviles, carteras y bolsos corren peligro estos días en las abarrotadas calles del centro de la ciudad. Lo mejor es no pisar por allí. Si lo haces, aquí tienes unos consejos para volver a casa con lo mismo que saliste.

Llega la navidad y en calles como Preciados solo falta Santiago Segura disfrazado de heavy disparando al aire con una recortada. Pero daría igual: aunque viviésemos en una especie de Matrix con aires de El Día de la Bestia, con curas y adivinos de segunda en vez de clones y abrigos de cuero, entre esa masa de turistas y compradores que se agacha y corre despavorida después de que Segura dispare al cielo de Madrid (Def con Dos sonando de fondo) también habría rateros listos para levantar carteras y robar teléfonos.

Publicidad

Porque en la realidad y en la ficción, como en la vida y en la muerte, como en la canción del Jaro de Sabina –"pandillero tatuado y suburbial"-, las grandes ciudades lo son por el dinero y la masa turística que contienen pero también por los palos que se lleva esa masa despistada mientras busca museos en un mapa. Los 'choros' buscan el bullicio pero también las calles vacías y las horas solitarias. Y como Madrid no es Caracas, aquí en vez de pistolas lo que sigue cuajando es la inventiva: un catálogo de embustes y juegos de espejos que a veces, solo a veces ("a punta de navaja y empujón", como El Jaro) incluyen el uso de la violencia.

La Ronaldinha

El objetivo es la cartera del despistado. Un clásico del centro de Madrid pero muy utilizado, quizá más, en Barcelona: alguien se te acerca con o sin balón y su idea es enseñarte un regate de fútbol, y al rodearte con sus brazos… ¡zas!, tu cartera ha volado. Te han mercao y a lo mejor ni te gustaba el fútbol.

La siembra

Las víctimas, ancianos. Sofisticado y en grupo, la estrategia consiste en seguir a alguien hasta un cajero. Allí empieza la magia: mientras uno observa el pin de la víctima, otro deja caer un billete de 50 euros al suelo. La víctima se da cuenta y se agacha para ayudar a recogerlo y devolvérselo a su dueño; en ese momento, el que había memorizado el pin coge la tarjeta, que sale del cajero, y la cambia por una de idéntico color -llevan varias-. Luego cada uno se va por su lado y aquí paz y después memoria.

Publicidad

Un tapón en el Metro

Las Bosnias son el clan más temido del Metro de Madrid de la última década. Siempre han dicho que eran rumanas para pasar por comunitarias, pero la Policía conoce su origen. Expulsadas del Metro en varias ocasiones, su táctica predilecta era generar un colapso en las puertas de los vagones para levantar carteras y relojes.

Los cogoteros se pasan al mataleón

Ojo con los cogoteros, amantes de los móviles. O mejor: ojos en la nuca, porque este clásico de las noches profundas de Lavapiés y otros barrios más periféricos consiste en ser atizado por la espalda mientras se camina solo o se habla por el móvil. Su versión hardcore es el mataleón, que suele ejecutarse por un grupo de personas o, al menos, alguien más fuerte que la víctima. Primer paso: acercarse por detrás. Segundo: asfixiar al incauto hasta el desmayo. Tercero: meterse sus pertenencias en el bolsillo y salir corriendo.

Piqueros, bolsilleros, chinaores…

No, no son las facciones de un ejército callejero. Técnicas clásicas y vetustas pero en uso. Los dedos son las pinzas con las que sustraer la cartera; los bolsillos como obsesión; los alambres como gancho; los cortes en el culo del pantalón… Todo con la muleta (cualquier cosa que sirva para despistar: un mapa, un abrigo, una carpeta) y el tapia o compinche ayudando en la tarea.

Los sordomudos

Los clásicos visitadores de las mesas de las terrazas. Su plan: aduciendo que son sordomudos -y tú, como estás ciego de cañas, no te das ni cuenta del absurdo- dejan una nota en tu mesa que, casualmente, cubre un móvil o una cartera; después de hacer la ronda, al recogerla, tus pertenencias se van con el supuesto sordomudo.

Publicidad

La mancha y las ratas de hotel

Si alguien te mancha con algo en plena calle o en el Metro y empieza a limpiarte, podrías pensar que es accidental o llamar los guardias de seguridad y reducir al presunto delincuente con una llave. Pero no estamos en esa utopía mezcla de Matrix y El Día de la Bestia, así que no hagas ninguna de las dos cosas. Simplemente, atención: podrías estar empezando a despedirte de tu cartera. Si superas una situación así y vuelves a la habitación que has alquilado en el centro de Madrid -entonces sí- podrías pensar que estás seguro. Bueno, pues lo estás… Lo único que podrías tener mala suerte y que un choro te siguiese y aprovechase que vas pedo o sales con prisa para robarte la llave magnética y entrar en tu habitación.

Estampita y tocomocho

Nota mental: no pensar que son de la época de Arturo Fernández. Como Gran Vía y Plaza de España, siguen vivos. Y aunque hay cosas más elaboradas, estilo Los timadores, de Stephen Frears o Nueve Reinas, hacerse el tonto con billetes diciendo que son estampitas o falsear un billete de lotería son técnicas que siguen estando al orden del día.

La mecha

Uno de los que más crecen en períodos como navidades, aunque el peligro no es para los caminantes: es para las tiendas. El panorama es un local abarrotado y una banda que llega por separado y empieza a pedir artículos como si no hubiese un mañana. En esa vorágine, uno de ellos aprovecha para llenarse los bolsillos.

El pasteleo y los trileros

Bien con oro o cajas que llevan teléfonos, el pasteleo consiste en hacer creer al pobre comprador desesperado que el objeto es robado y que por eso es más barato. Luego, eso sí, es falso, no funciona o no está dentro de la caja. Como dice el dúo madrileño ​Variedades Azafrán: "Tan timao". Lo mismo pasa con los trileros, otro retrohurto tan viejo como efectivo. "¿Dónde está la bolita?" Más extendido por Barcelona, en Madrid también sigue habiendo ganchos y lo que la Policía llama "aguadores" en su argot. "Aguadores" porque en las calles de los Madriles cuando alguien dice "agua" en realidad está diciendo "policía". Eso tampoco ha cambiado.