Londres ya no es una ciudad para los jóvenes
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Londres ya no es una ciudad para los jóvenes

La ciudad está jodida y podemos culpar a Mary Berry.

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Cierra tus ojos y piensa en Londres. ¿Qué es lo que se proyecta en tu mente? Lo que sea en lo que estés pensando—semillas de girasol regadas por el piso de un autobús que se dirige a Penge, un hombre gordo trajeado sudando en Blackfrians Bridge—probablemente no sea en lo que quieres pensar cuando imaginas este lugar.

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La imagen del Londres contemporáneo no será una sorpresa para nadie que haya pasado veinte minutos aquí en la última década. Diablos, con 20 minutos que mires a los ojos a cualquier persona que viva en Arnos Grove, o que trabaje en Beckton, que se desangre para poder ser los primeros en tener un paquete de papas en una tienda de pollo frito, serían suficientes para convencer al primer alíen que llegue a la Tierra que Londres es una pocilga. 20 segundos bastarían.

A estas alturas ya debes saber por qué—los precios de las rentas llegan al cielo y los clubes nocturnos continúan cerrando, existe una limpieza social y una sensación abrumadora de estar siendo sofocado muy lentamente por la empalagosa insipidez de todo esto. Todos y cada uno de nosotros ahogándonos en un hoyo de putrefacción. Este es el Londres del 2016 que todas las narrativas están felices de mostrar, porque es la verdad. El momento monumental de este mes en la ciudad, tendrá repercusiones masivas, pues este lugar está al borde de convertirse en un dormitorio.

En lo que estamos entrando es a una nación emergente donde la vida nocturna—y por vida nocturna no me refiero sólo a los clubes, también a los bares, salas de conciertos, restaurantes, galerías privadas—está siendo transformada de un lugar esencialmente emocional a algo que raya con la perversión. Dile al país de forma amablemente que se te antoja una Stella Artois un martes a las 11 de la noche y el país te mirará como si hubieras admitido cagarte en un cubo de arena a plena luz del día.

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Las ciudades de nuestro país—gracias a los succionadores de diversión de tres cabezas que tenemos en nuestros consejos locales, en las fuerzas policiacas y en el gobierno—se están haciendo cada vez más homogéneas, un mortal simulacro de lo que la vida en la ciudad debería ser. Esto es metropolitanismo para las personas que ven el vivir en una ciudad como un recurso provisional antes de meterse con una pila de países y terminen acomodándose en una vida de aburrición, cociendo resentimientos a fuego lento; la vida urbana para el público de Buzzfeed.

La razón por la que te mudas a Londres o Leeds o Bristol o Bolton, era probablemente por las posibilidades que estas ciudades ofrecían a los jóvenes—y no tan jóvenes—durante la noche. Querías vivir en un mundo que fuera más allá de la medianoche. Querías existir en un lugar donde la cultura fuera prioridad. Eso es lo que querías cuando empacabas una maleta. Lo que realmente obtienes es esto. Y es por ello que el cierre de fabric es una genuina tragedia.

Más allá de los trabajos perdidos, y las salidas de noche que nunca volverán, está la historia de una ciudad que se ha volteado contra la cultura joven, en un país que ya ve a los jóvenes como un montón de deudores felices de gastar su vida en desnutridos dormitorios alquilados, ganando la vida de forma magra, al parecer felices de ir a la cama en el segundo en que el sol se oculta porque no hay nada más que hacer.

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Es bastante obvio para la mayoría de la gente que las razones puestas por el consejo de Islington sobre el por qué fabric tenía que cerrar de forma inmediata fueron, por decirlo con una frase sensible, una total mierda. Incluso si ignoramos la evidencia sobre la Operación Lenor, es claro que cualquiera con al menos una tercera parte de su cerebro sabe que el cerrar clubes no resolverá el cada vez mayor uso de drogas. De hecho, ese era un punto obvio que tener en mente, al grado que me siento un poco avergonzado por siquiera haberlo mencionado. Pero el punto queda: gente de todo el país, desde la aldea más pequeña hasta la ciudad más densa, continuará usando drogas hasta que estas dejen de existir. Cuando eso suceda, descubrirán el hasta ahora desconocido efecto narcótico del suelo o del pasto o de las colillas de cigarro, y todo el vicio comenzará de nuevo.

Lo que los espacios nocturnos ofrecen es un medio ambiente que está ajustado y equipado para lidiar con cualquier complicación que se levante por tomar drogas. Al erradicarlo, el consejo y la policía, fuerzan a quienes consumen drogas a una posición en la cual su seguridad estará seriamente comprometida. Habiendo hecho eso, comienza el proceso de demonización. Empujados a las sombras, el tomar sustancias se volverá algo más ilícito. Lo cual, de nuevo, obviamente, es una perspectiva terrorífica para cualquiera con algún interés en la clase de comunidades en los alrededores que compartan intereses nocturnos, porque esa clase de estado ilícito lleva a situaciones donde las drogas y el alcohol son usados de forma incorrecta—por el miedo y no por la estupidez. Ese miedo engendra ignorancia. Esa ignorancia engendra una determinación de acabar con el espacio en lugar de con el origen del problema. Y entonces el espacio se convierte en un lugar con un conserje y una puerta especial en la parte de atrás.

Mientras nuestros sitios para escapar se encuentran atascados de notificaciones de clausura, los británicos se vuelven cada día más aburridos. Hay pequeños sitios de resistencia, y siempre habrá clubes y bares nocturnos que ofrecen a la gente un lugar para olvidarse del mundo hasta que comience a correr el primer tren, y también gente que los disfrute. Pero, quedamos como participantes involuntarios de un experimento sobre los límites del aburrimiento y el control social.

La cultura joven está muerta y se nos ha dicho que los departamentos de lujo, son adecuados reemplazos para echar una cerveza y una pastilla y la clase de recuerdos que sólo se crean cuando la mayoría de la gente se ha ido a la cama. No lo son. Y nunca lo serán.

Josh está Twitter